ANO Vil
NUM. 82
150 PESETAS
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AÑO Vil • NUM. 82 • SEPTIEMBRE 1981 • 150 PESETAS
PORTADA: Indalecio Prieto y Tuero
( 1883 - 1962 ), Su personalidad, el talento
y la clarividencia que demostró antes,
durante y después de nuestra guerra el*
vil, quedan reflejados en esta sem¬
blanza biográfica. (Indalecio Prieto,
cuadro de Vázquez Díaz. Cortesía def
Ministerio de Hacienda. Madrid).
MONTSERRAT,TRAS LAGUERRA CIVIL*
Las vicisitudes por las que pasé la Igle¬
sia española queda airctooUzada por el
coraje cívico e Independencia aciesia!
délos abades de Montserrat, frente a la
Dicta dura del gen eral Franco. (Monaste¬
rio de Montserrat).
© TIEMPO DE HISTORIA 1980,
Prohibida la reproducción de textos,
fotografías o dibujos, ni aun citando
su procedencia.
TIEMPO DE HISTORIA no devol¬
verá los originales que no solicite
previamente, y tampoco mantendrá
correspondenciasobre los mismos.
INDALECIO PRIETO, por José Miguel
Naveros . 4-15
DEL FERVOR FRANQUISTA A LA RUPTURA:
MONTSERRAT TRAS LA GUERRA CIVIL,
por Javier Villán . 16-39
GLORIAS Y MISERIAS DE LA IMPROVI¬
SACION DE UN EJERCITO, por Felipe
C. R. Maldonado . 40-53
ALGUNOS APUNTES HISTORICOS: TIROS
EN EL HEMICICLO, por Carlos Sampe-
layo . 54-61
LA DESAMORTIZACION DE 1855: EL
OBISPO DE OSMA, por Manuel Fernán¬
dez Trillo . 62-73
SALVATORE GIUUANO, UNA LEYENDA
SICILIANA, por C. A. Caranci . 74-91
ISABEL PERON 0 LA FRUSTRACION DE
UN PUEBLO, por Andrés Cañas . 92-101
GARIBALDI 0 LA EXPORTACION DEL
ROMANTICISMO, por Nelson Martínez
Díaz . 102-113
ESPAÑA 1951: Selección de textos y
gráficos por Femando Lera y Diego
Galán .114-125
HISTORIA CRITICA DE LA INQUISICION
EN ESPAÑA, por Enrique Mlret Magda¬
lena .126-129
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SADOS-. 150 Ptas. Las peticiones de ejemplares de números atrasados deberán ser acompañadas por su importe en
sellos de correos.
3
José Miguel
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P UEDE deshojarse la vida de Indalecio Prieto y lucro si¬
guiendo la línea de los años , cronológicamente, o siguién-
M guiendo la línea de los años , cronológicamente, o siguién¬
dole en cualquier momento de su actividad política , periodística
o humana. La anchura del personaje—no nos referimos a la física , de
viciados kilos ágiles de movimientos — es jal que nos da su dimensión
psicológica día a día y hora a hora. Está siempre en acción y en su vida
no hay lagunas de descanso. Cuando no escribe hace política y cuando le
toca parar para reparar fuerzas se agita viviendo ese descanso. Es una
convulsión todo él y no repara en gastar energías ni seguir ningún
método. Se compromete en todo y con todo se apasiona. A la amistad no
le pone limitaciones y se entregó a ella con pasión y desinterés sin
miramientos sociales. Y si tiwo que rectificar errores lo hizo sin limita¬
ciones de ningún genero.
dÍjCE gran cinta de medir tuvo para los
[■Ej hombres, iguai daba que fueran de su
ideología que de la contraria! Claro que
siempre miraba y se detenía en el valor hu¬
mano de la persona. En el artículo «El cerco
de la fe», publicado el 27 de febrero de
1957 (1), nos habla de una madre , Cecilia
Gallarzagoitia, que «venía de recorrer tie¬
rras por lasque anduvo Francisco de Javier v
donde las mercedarias de Bérriz tienen mi¬
siones: conforme pronto puede comprobar,
era una mujer excepcional, dotada de gran
inteligencia, de espíritu finísimo y de volun¬
tad dominadora». La conoció Prieto en el
«Normandie» y a través de Ricardo Bastida,
gran amigo suyo, católico, y al cual parecía
imposible igualarle en bondad. De ahí que el
li der socialista —al que se le odió tanto como
se le admiró, cogió los dos polos— escriba
con anchura de espíritu:
«Es impropio de imbéciles no reconoce) en
campos opuestos al nuestro altas jerar¬
quías»,
Y termina el artículo citado, que llevaba
también el subtítulo «Catequismo»:
«Hoy me están vedados lodos los sepulcros
de España. Si alguna vez tengo acceso a ellos,
iré a depositar ramos de flores sobre algunos.
(I) Convulsiones de España * 11. Ediciones « Oasis », S./4,
México, 1969.
Los que elija para mi ofrenda no pertenece¬
rán exclusivamente a personas de izquier¬
das. Constituiría ingratitud e injusticia
grandes de mi parte no visitar el del nobilí¬
simo caballero catól ico don Ricardo Bastida.
Tampoco olvidaría el de la madre Cecilia
Gallarzagoitia. Si el recinto dentro del cual
se encuentra es inaccesible para mí, espero
que alguna de sus discípulas no se nieguen a
deposii ar en aquella tumba un ramo de cla¬
veles que yo le confíe».
La misma sensibilidad que tiene Indalecio
Prieto para estos dos muertos, alcanzó a te¬
nerla, llevado de la mano del doctor Mara-
ñón, uno de sus grandes amigos, reconci¬
liándose con Ortega y Gasset por el que no
sentía gran simpatía, escribiendo su artículo
«En desagravio - José Ortega y Gasset», al
fallecer éste, donde con sinceridad decía:
Fachada del Ateneo madrileño.
5
En el centro de la fotografía. Largo Caballero (sentado, presidiendo la mesa): detrás suyo. Prieto. Besteiro y Fernando de los Ríos,
durante una reunión del Comité del Partido Socialista, en diciembre de 1933.
«Con la muerte de Ortega y Gasset, y por
haber nacido ambos en 1883, he recibido la
sensación de que ya estamos demás en este
mundo cuantos somos de su edad, y al ba¬
tirse la rama más frondosa v bella del árbol
que entonces comenzó a arraigar, los recuer¬
dos de toda una época, sin duda la más trá¬
gica de España, se apelotonan en mi magín.
Si tomo la pluma no es con el propósito de
resumirlos, sino para anotar algunos en rela¬
ción con la ilustre personalidad desapare¬
cida y consignar públicamente mi arrepen¬
timiento por acritudes de que le hice ob jeto y
las cuales me fueron perdonadas. Son, pues,
de desagravio estos renglones míos» (2).
Observemos cómo Indalecio Pr ieto («don In¬
da» para sus corre legionarios socialistas y
para casi todos los españoles) no era ese león
que se creían, o hicieron creer, sino un hom¬
bre lleno de humanidad, que en ocasiones
tuvo que ser duro, o más que duro, dado el
egoísmo y estrechez mental del zafio conser¬
vadurismo español. En la perspectiva de la
(2) Articulo publicado el 9 de no\nanbre de 1955.
historia, regularmente, el ultra español lleva
todavía en su mente v en el hueco de su cora¬
zón la llama sin apagar de la Inquisición.
LA DUREZA DEL POLITICO Y SU
COMPROMISO CON LA VERDAD
Nació Indalecio Prieto en i 883 en la ciudad
de Oviedo, y huérfano de padre muy niño, se
debatió entre la miseria y la ignorancia. Pero
ya desde sus primeros años aparece en él el
afán de saber. A los ocho años, enero de 1891,
se fue a vivirá Bilbao, ciudad que ya tuvo por
suya, y nada más terminar los estudios pri¬
marios se puso a trabajar para «contribuir al
menguado ingreso lamí liar» —nos dice— «y
me dediqué a repartir entregas de folletines,
que lúe mi primera ocupación». Estudió ta¬
quigrafía con don Miguel Coloma v a los die¬
cisiete años entró de taquígtafo en el diario
«La Voz de Vizcaya». Con este puesto y afi¬
liado al partido socialista desde abril de
1899, recibió la entrada del siglo XX ejer¬
ciendo su oficio. Ovó a través del hilo telefó¬
nico la algarabía que reinaba en Madrid,
dado que el teléfono interurbano estaba ins-
íáj* jVfdy |A ciiuiíw fi fjrwptw.
irifttfidrt por U. NioAÉ* X \
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«Jtttvh* II * fufe fe tttfl
¡ecreta el ministro de la Guerra nuevas y trascendentales
reformas relacionadas con la organización del Ejército
iprcsión de hs ocho reglones militares.-Supresión de los capitanes generales y abolición del título, honores y pre-
«ativaí anejos a sus cargos.—Supresión de los Gobiernos militares.—Supresión de la dignidad de capitán general de
Ejército y de la jerarquía de teniente general.-Se suprimen las yonas de Reclutamiento.—Otras medidas.
Cabecera del diario madrileño «El Sol»», del 17 de ¡unió de 1931,
6
talado en ¡os bajos de la Equitativa—luego
Banco Español de Crédito—, a unos metros
de la Puerta del Sol madr ileña. El lomó las
noticias con destino al periódico de I de
enero de 1900. Pasado los años escribió un
artículo anecdótico titulado «Mi entrada en
el siglo XX»:
« En tré en el siglo XX trabajando y al trabajo,
que sigue siendo mi mayor consuelo, le de-
dicoahora, en la medida de mis escasas f uer¬
zas, el mismo anhelo que por iniciativa de
tres socialistas españoles plasmó el 31 de
diciembre de 1899 en la Marsellesa de la
Paz»... «¿Cuántas ilusiones se me han tron¬
chado desde entonces, a lo largo de sesenta
años? Su enumeración sería interminable.
Desde luego, pese a tantos v tan sangrientos
desengaños mantengo una; la de la paz uni¬
versal» (3).
Estos párrafos agudos de Indalecio Prieto
nos sitúan para verlo tal cual fue y cómo lo
describe su coetáneo y compañero Santiago
Arisnea Lecea, a quien el líder socialista en¬
cargó la recopilación de su obra esparcida en
diarios v revistas de México y otros países de
América v en el semanario «El Socialista»,
editado en Toulouse.
«El Prieto, socialista y político —dice Aris¬
nea—, fue sagaz, tesonero, luchador inlati-
gable en pos de su idea, exigente consigo
mismo...». No dejó nunca de pelear v su voz
se fundió tanto en la plaza publica como en
los escaños parlamentarios. A Prieto se le
temió porque no reparó en medios cuando se
trataba de sacar a la luz la verdad.
Probando este hecho hay dos intervenciones
de Prieto, una parlamentaria y otra en el
Ateneo de Madrid, que retratan su carácter.
La parlamentaria se refiere al reintegro soli¬
citado por las empresas periodísticas para la
adquisición de papel prensa costeado por el
Estado que, como decía el propio Prieto,
«jamás habrían de reintegrar, el Estado cos¬
teará la enorme elevación en el precio del
papel «.Consiguió que la Comisión de Presu¬
puestos rechazara la solicitud, de la que era
miembro, y luego intervino en el Pleno. Su
actitud le llevó a distanciarse de don Miguel
Moya, con el que había trabajado en «El Li¬
beral», de Bilbao, y a enfrentarse personal¬
mente con don forcuato Lúea de Tena, sena¬
dor vitalicio, que en virtud de la cortés reci¬
procidad entre ambas Cámaras, se sentó entre
(3/ Articulo: «Hace sesenta años - Mi entrada en el siglo
XX» (i de febrero de J9ól¡. Recogido De mi vida. Edicio¬
nes «El Sitio». México, 1965.
Indalecio Prieto en una de sus actitudes oratorias.
los diputados de derechas, acaudillándolos y
dedicándose a vociferar donde, por razones
del cargo, estaba obligado a callar. Insulta¬
dos los socialistas por éste, Prieto se levantó
y lo abofeteó. El escándalo fue mayúsculo.
Los periódicos le declararon el «boicot» a
Prieto por su actitud sobre el «reintegro del
papel prensa», recibiendo sus redactores en
Cortes instrucciones de no citar su nombre.
Como Prieto diría con sorna:
«La orden les servía algunas tardes a los in¬
formadores de completo descanso, por girar
la sesión en tomo a intervenciones mías.
Pero las cosas habían cambiado y la prensa
pudo cerciorarse de que, extinguida su anti¬
gua omnipotencia, no era va capaz, ni toda
junta, de matar políticamente a nadie».
Una mañana a principios de abril de 1923
recibió Indalecio Prieto en su domicilio de
Madrid la imprevista visita del subsecreta¬
rio de la Presidencia del Consejo de Minis¬
tros, don Alonso Agullón. Iba de parte del jefe
del Gobierno, don Manuel García Prieto, y
quería saber de tos labios de Prieto si era
cierto, como se decía por Madrid, que en su
conferencia en el Ateneo pensaba atacar al
rey.
Prieto ni afirmó ni negó que pensara hacer¬
lo. Dependería del tono que diera a su dis¬
curso, porque él improvisaba sus parla¬
mentos y, a veces, lo que no pensaba decir lo
decía o al contrario. Total: le dio a entender a
Gullón que no podía descartarse.
«Dos horas después—nos cuenta Prieto— el
7
Sa ntiago Alba y el general Primo de Rivera, caricatura de Fresno,
publicada «n el «ABC», de Madrid, del 13 de septiembre de 1923,
rev firmó un decreto disolviendo las Cortes.
W
Desde aquel instante quedaba vo desposeído
de la inmunidad parlamentaria al cesar
como diputado. El juego estaba claro: se pre¬
tendía amenazarme, pues los ataques que yo
dirigiera al monarca constituirían delito de
lesa majestad, penado con ocho años de pre¬
sidio. Pero en palacio, donde se discurrió la
treta, no calcularan que esto iba a resultar
contraproducente, porque vo no podía de¬
fraudar una expectación que con aquel de¬
creto disolutorio había crecido de modo
enorme. Desde la tribuna del Ateneo, enton-
CUENTO VIEJO REMOZADO,
por Bagaría
Las derechas dicen Que tos disparos oart/e-
ron de republicanos y scc>alistas (De los pe¬
riódicos).
ti. MAESTRO,—¿Quien fué I* que tiró l*s piedras?
LA NIÑA DE LA DERECHA.—Ella.
El. MAESTRO.—Entonces, ¿cómo es ella la herida?
LA NIÑA DE LA DERECHA.—Por fastidiarme.
Caricature da Bagaría, alusiva ala situación política de ios últi¬
mo* mase» qua antecedieron al alzamiento de julio de 1936.
ccs enteramente libre, me ensañé con Allon-
so XIII».
«Concluido el acto —continúa Prieto— vino
Bagaría a mi casa para hacerme una carica¬
tura que en «El Sol» querían publicar con un
extensísimo extracto de mi discurso. Tomó
diversos apuntes y ninguno le satisfizo. 'Es
usted muy difícil ”, observó con disgusto.
Otras lo saben a estas horas mejor que us¬
ted", argüí. Luis recogió lápices, esfuminos,
gomas de horrar y papeles para ir al perió¬
dico porque el tiempo se le echaba encima.
"No sé qué voy a hacer—-exclamó al mar¬
char—. porque lodos los apuntes son inapro-
vechables. No doy con la verdadera fisono¬
mía de usted". "Pues diseñe la faz de un em¬
perador romano que es lo mismo", le dije
despidiéndole».
Al día siguiente «El Sol» daba la información
teniendo en medio la caricatura. Había dibu¬
jado Bagaría una bomba de explosión con la
mecha encendida v humeante. La bomba te-
nía los rasgos de un cráneo humano. ¿Quién
podría negar que íuera el de don Inda?
A Prieto se le procesó por su discurso, pero,
convocadas nuev as elecciones, volvió a salir
diputado por Bilbao. La investidura parla¬
mentaria invalidó el proceso. Esta*s Cortes
fueron las últimas del reinado de don Alfon¬
so XXII.
Alecciones en las que se dio la circunstancia
que se presentó a diputado don Migue' Primo
de Rivera y Orbaneja, marqués de Estella,
siendo derrotado. Escribió el general Queipo
de Llano sobre es te fracaso de Primo de Rive¬
ra (4) que, considerando a don Santiago Alba
causante de su derrota, « juró repetidas veces
en público que se vengaría de todos los polí¬
ticos, y principalmente del señor A ba; lo que
andando el tiempo hubo de ser principal
preocupación». ¿ Pudo ser ésta la razón que le
1 levó a 1 golpe de Estado del 13 de septiembre
de 1 923? Creemos que no; lo que se proponía
con el go pe de Pri mo fue hacer desaparecer
el expediente Picasso. Eran muy serios los
hechos recogidos en éste sobre el derrum¬
bamiento de la Comandancia Militar de Me¬
jilla en 1921. Demasiadas responsabilidades
y a niveles muv altos.
Dijo Prieto en un largo trabajo, «Marruecos -
ABD-EL-fíRIM»;
«Para frustrarlo —se refería al expediente
Picasso— se sublevó en septiembre de 1923
el capitán general de Cataluña, Miguel
Primo de Rivera, una "sublevación de real
orden", según yo la denominé».
(4) El gener aJ Qiiei pode i J a no per seg u Ido por la dict adura *
G. Queipo de Uctno. Javier Morata, Madrid, 1930 .
8
I A REPUBLICA: PRIETO, MINISTRO
DE HACIENDA Y DE
OBRAS PUBLICAS
Bilbao, ciudad de adopción de Prieto, le co¬
locó en los primeros cargos públicos, dipu¬
tado provincial y concejal, pata luego te¬
ner lo reit erada ment e co mo i e prese n tanteen
Cortes. Prieto supo corresponder a Bilbao
con la le depositada en él y honró con su
presencia el Parlamento español. Su voz de
tribuno resonó fuerte v convincente. Alean-
'Ar
zó, por su austeridad e independencia, sin
dejar nunca la disciplina socialista, «odios
africanos», aunque también la devoción de
muchos. El don de su talento le granjeó no
pocas envidias, y sus ideas avanzadas levan¬
taron un gran temor. Pero él no miró nunca
hacia atrás y caminó voluntario v resuelto.
Sabía imponerse. Quizá el escepticismo !e
invadió no pocas veces, y los hechos le dieron
la razón. Azaña no supo comprender la intui¬
ción de este hombre que se había hecho a
guantazos con la vida. Mejor nos hubiera ido
a todos atendiendo a su escepticismo. Escep¬
ticismo que decía Azaña le daba un «acento
plebeyo». Naturalmente: la vida le había re¬
galado poco, todo tuvo que conseguirlo él
mismo, y vivió dentro de aquel Bilbao mi¬
nero e industrial donde vio de todo.
Ministro de Hacienda o de Obras Publicas
—dos de los Ministerios más difíci les— no se
vio como otros en una poltrona. Pero aquel
talento en él innato v su voluntad de trabajo
le empujaron a vencer las dificultades. Ri¬
cardo de la Cierva hace del Prieto ministro
los elogios más encendidos: le sitúa en la
triada de grandes ministras de Obras Públi¬
cas, pero no son de verdad dignos de acom¬
pañarle los dos ministros que pone a su la¬
do (5). Este hombre, tan natural y sencido en
apariencia, tenía sello de estadista: «En
cuanto cargo público ejerció, dejó de su paso
huella imborrable y beneficiosa». No encon¬
tró en esto paralelo con otros m inistros de la
República, a excepción de la labor de Largo
Caballero en el Ministerio de Trabajo, de la
que quedó un amplio cuadro de leyes labora¬
les.
En política, gobernando, hay que «arrancar»
gradualmente proyectos y obras. Prieto ac¬
tuó dentro de las necesidades del momento
con justeza v tino. Era la manera de actuar
de un socialista, aunque no pudiera hacerlo
plenamente. Indalecio Prieto era finamente
inteligente y valoraba en su realidad el mo-
(5) Gmdaihorce y Silva Muñoz. Periódico «El Alcázar», 9
mctrzo 1970.
Antonio Maura en compañía del obispo de Madrid-Alcalá, du¬
rante una ceremonia oficial, durante los últimos años de la Mo-
rtarqui a de D. Alfonso XIII.
i
T.-W P
r » Jk
El presidente de la República, Nitela Afcala-Za mora H en compa¬
ñía del general Franco, afínales de 1935,
9
Et acorazado ateman «Deutactiland», en aguas de tbiza, durante la guerra civil española.
mentó político en que se vivía. Pero ni esta ni
otras prudencias evitaron a la República el
odio de la extrema derecha española y el
privilegio de ciertas castas. Algo que había
muerto en la Europa de Occidente con la
guerra del 14,
El hecho de esta intransigencia de nuestro
conservadurismo no era nuevo. ¿1 s que en el
1918, como consecuencia de las Juntas Mili¬
tares de Defensa, no t uvo don Antonio Maura
que troquelar una de sus grandes frases:
«que gobiernen los que no dejan gobernar»?
Y Maura preconizaba desde bastantes años
antes «la revolución desde arriba».
Indalecio Prieto, en enero de 1962, en un ar¬
tículo titulado «¿Ha llegado el momento? -
l a revolución desde arriba» (6), escribía:
« Ahora se predica la revolución desde arriba
en todo el mundo occidental, por el mismo
motivo que, ahogado en pro de lo que bos¬
quejó, hubo de aducir Maura hace justa¬
mente sesenta años: temores de que un ior-
midable trastorno la reai ice desde abajo. A
partir de entonces han ocurrido varios tras¬
tornos cuya consecuencia es la implantación
de regímenes comunistas en gran parte del
mundo...» ...«El miedo al comunismo en¬
gendra las predicaciones actuales. Están su¬
geridas desde e! Vaticano. No hay asamblea
marianani joseiinaen la que, dándose de lado
a los temas espirituales para lo que parecen
exclusivamente convocadas, no surja como
principal el de la revolución desde arriba,
aunque para anunciarlo no se recurra a estas
palabras. La revolución que se preconiza es,
como cumple al tiempo presente, mucho
más profunda que la esbozada por Maura.
Asombra oír en esas asambleas y en otras
tampoco genu inamen te obreras duras pala-
fó; Articulo incluido en Convulsiones de España IU. Edi¬
ciones «Oasis». México > 1969.
bras condenando la desigual distribución de
riquezas v exigiendo al respecto un trato más
justo».
Termina Prieto su discurso «Pregunta con¬
testada» dentro del artículo o trabajo co¬
mentado:
«Comencé estos renglones formulando una
interrogación. ¿Ha llegado el momento de la
revolución desde arriba? Claro que ha ! lega¬
do. Cuiden quienes vigilan el reloj en que no
se les pase la hora».
Ha llovido mucho desde 1902 a 1962 y desde
1962 a 1981. Máxime si tomamos como
ejemplo España.
La antorcha política de Prieto ha corrido pol¬
la Europa de Occidente y es el testigo que
corre hoy por la Europa Comunitaria.¿Coge¬
remos nosotros la antorcha? ¿Nos llegará?
Todo dependerá de que se gobierne en demo¬
cracia, de verdad, y de que nadie interrumpa
lo que es ley de la historia. El cataclismo que
corrió España no puede volver a repetirse.
Hay que tener el pulso seguro y gobernar con
la inteligencia y con el corazón. La fuerza no
es razón de gobierno ni de orden.
EL BALDIO DE LA GUERRA
La guerra «incivil» de España no la querían
las izquierdas españolas: ni sus formaciones
parlamentarias, ni las extraparlamentarias.
Prueba de ello fue el discurso del líder socia¬
lista Indalecio Prieto en Cuenca el 1 de mayo
de 1936. Este, que sabía que se venía ha¬
blando de la candidatura del general franco
para diputado a Cortes en una segunda
. vuelta por Cuenca, apuntó con tacto:
«Ha desaparecido de la candidatura de
Cuenca el nombre del general Franco. Yo me
felicito sinceramente de tal desaparición. He
leído en la prensa manifestaciones de este
general, según las cuales su nombre se ¡n-
10
cluvóen la candidatura por Cuenca contra su
voluntad, sin su autorización. No tengo por
qué poner en duda la sinceridad de estas
manifestaciones, aunque he de decir tam¬
bién, no pudiendo recatar la sinceridad mía,
que hubiese preferido que esa rectificación
de i general rranco se hubiera producido con
anterioridad al justo acuerdo de la Junta
Provincial del Censo, que le eliminó de la
candidatura».
Prieto matizó, sin embargo:
«Ahora bien, no podemos negar, cualquiera
que sea nuestra representación política y
nuestra proximidad al Gobierno —y no lo
podemos negar porque al negarlo, sobre in¬
currir en falsedad, concluiríamos por paten¬
tizar que no nos manifestábamos honrada¬
mente— , que entre los elementos militares,
en proporción y vastedad considerables,
existen elementos de subversión, deseos de
alzarse contra el régimen republicano, no
tanto seguramente por lo que el Frente Popu¬
lar supone en su presente realidad, sino por
lo que, predominando en la política de la
nación, representa esperanza para un futuro
próximo. El general Franco, por su juventud,
por sus dotes, por la red de sus amistades en
el ejército, es hombre que, en un momento
dado, puede acaudillar con el máximo de
probabilidades—todas las que se derivan de
su prestigio personal— un movimiento de
esta guerra».
El discurso de Cuenca lo pronunció Prieto
bajo la preocupación del inmediato estallido
de un movimiento militar - tascista que él
venía anunciando sin que se le escuchara. Y
no fue éste su único a'dabonazo. Por eso al
producirse pudo decir:
«La circunstancia de no haberse oído mis
consejos no tne liberara de la obligación de
ocupar mi puesto cuando la 1 ucha sobrevino.
Y lo ocupé sin vacilaciones ni remordimien¬
tos, Fui de los que contribuyeron a implantar
la República y acudí a defenderla. Otra cosa
hubiese sido una villana cobardía que jamás
me hubiera perdonado porque habría equi¬
valido a renegar no sólo de mi significación
política, sino incluso de mi espado ismo en¬
raizado en mi alma como quien mas profun¬
damente lo tenga en la suya» (7).
Prieto supo estar en la guerra y ocupó el
cargo de ministro del Aire y Marina en el
Gobierno de Largo Caballero, y después de
(7) Fragmento de im prólogo: «Discurso de Cuenca - La
de Moya», incluido en el libro De mi vida, 26 de junio de
1952. Ediciones «El Sitio», México f /9ó5*
Indalecio Prieto en compañía de dos aviadores republicanos
durante la guerra civil.
Defensa con Juan Negrín, demostrando nue¬
vamente sus grandes dotes de organizador
en ambos cometidos. Nunca ocultó, no obs¬
tante, su creencia de que la guerra sería difí¬
cil e imposible de ganar. «Su idea —dice
Ramón Famames Fue que sólo un conflicto
internacional en gran escala podría salvar la
República española» (8).
Cuando el bombardeo de Almería el 31 de
mayo de 1937 por el crucero «Almirante
Sclieer» y cuatro destructores alemanes, In¬
dalecio Prieto propuso buscar a la flota ger¬
mana en el puerto donde estuviera refugia¬
da, ya fuese Palma de Mallorca. Poltensa,
Ceuta, Cádiz o Málaga y bombardearla. El
Gobierno republicano se opuso... El mismo
Prieto di jo: «Era la proposición de un pesi¬
mista, de quien no veía posibilidad de ganar
militarmente la guerra...» Quería el enfren¬
tamiento directo con Alemania. ¿Pensaba,
quizá, el líder socialista en la respuesta del
mundo? (9).
La guerra la perdió la República (leamos Es¬
paña) por estas y otras indecisiones. Sacrifi¬
cándonos no se evitó la segunda guerra
mundial. De haberse adelantado otro hu¬
biera sido nuestro sino. España f ue un campo
de batalla de ensayos bélicos y persecuciones
mosntruosas. Hit ler probó aquí sus armas y
sus procedimientos de terror.
(8) «LaRepúbica — LaEra deF tunco» (1931 -1970) Ramón
Turnantes , Histeria de España Alfaguara VIL
(9) «El bombardeo de M metía parla escuadra alemana»,
José Miguel Moveros. TIEMPO DE HISTORIA, Nimu 31 1
jtmio 1977 .
*
Manual Aznar y Zubigaray (1894-1975).
PRIETO, PERIODISTA Y ESCRITOR
TESTIMONIAL
Hemos dicho que Indalecio Prieto y fuero
era taquígrafo de «La Voz de Vizcaya» a la
entrada del siglo XX. Después,al crearse «El
Liberal», de Bilbao, por don Miguel Moya,
que extendía así su periódico «El Liberal»,
de Madrid, por distintas provincias. Prieto
ocupó un puesto en la redacción de «El Libe*
ral» bilbaíno. Está en marcha su vida perio¬
dística en aquella cadena de «El Liberal»,
todavía fiel al programa que le trazó Fer-
nanflor, uno de sus principales fundadores:
«Nos pertenecemos; somos nosotros mis¬
mos. Ningún hombre de Estado, ninguna
agrupación política está sobre noso¬
tros...» {10). O sea: Prieto iba a hacerse al
mismo tiempo periodista y tribuno, porque
ambas actividades enlazó en pocos años.
Nosotros dejamos ahora a Prieto periodista
y escogemos el Prieto escritor testimonial, el
historiador en artículos y ensayos que fue
publicando durante su exilio. Ricardo de la
Cierv a, que no acu muía muchos aciertos his¬
tóricos, la verdad sea dicha, si supo encon¬
trar en Indalecio Prieto ios ingredientes ne¬
cesarios para hacer de él un exacto como
reconocido elogio:
«Si en España existiese algo parecido a los
premios Pulitzer (que no existe: casi todos
los premios periodísticos son tan amañados
y tan remejidos, que diría Unamuno, como
casi todos los premios literarios), Indalecio
Prieto y Tuero sería, para este modesto histo¬
riador, el candidato al primero de esos pre¬
mios, con carácter retrospectivo. Pasaba don
Indalecio, con razón en vida, por ser el hom-
(JO) Palabras del propio Prieto en su articulo «La carcajada
de Moya », incluí do en et&bro De mi vida ,26 de junio de 1952.
Eddones «El Sitio». Méxco, 1965.
12
bre mejor informado de España. En esta re¬
copilación —se refiere a «Convulsiones de
España»— se muestra anle quienes no tuvi¬
mos ocasión de leer en vivo sus trabajos
como uno de los grandes periodistas espa¬
ñoles de todos los tiempos. Por su intención,
por su lenguaje de acero y de bolillos, por
su dardo directo, por su capacidad e\ ocativa
y hasta por esa característica tan delinidora
del gran periodismo español, que se conoce
púdicamente como mala idea» (i i).
En su artículo titulado «Antropometría polí¬
tica- La ficha de un perillán» (27 de abril de
1955), Prieto desnudaba moral mente a Ma¬
nuel Aznar. Este artículo circuló por toda
España. Madrid y Barcelona principalmen¬
te, y tuvo gran repercusión. Hacia Prieto en
su traba jo e! panegírico de don Miguel Moya,
primer presidente de la Asociación de la
Prensa, comparan do su honestidad v presti¬
gio con el arribismo del nuevo presidente
Manuel Aznar,
De la dif usión de este artículo se hizo eco el
propio Indalecio Prieto, que en un trabajo
titulado «El cuaderno de un ex presidiario»
(18 de enero de 1956), dice:
«...Antropometría política - La ficha de un
perillán»originó un curioso incidente. Fiché
a Manuel Aznar con ocasión de habérsele
elegido presidente de la Asociación de la
Prensa de Madrid, y la ficha interesó al Mi¬
nisterio de Información y Propaganda, hasta
el punto que Arias Salgado, el ministro, en-
vióselo al Caudillo, quien de ese modo pudo
reír por dentro oyendo el ditirámbíco dis¬
curso que Aznar le espetara cuando fue a
presentársele al frente de la cuadrilla direc¬
tiva de dicha Asociación»... «Enterado el pe¬
rillán de la jugarreta, escribió al ministro
una carta que echaba lumbre, replicó Arias
Salgado con palabras no menos candentes v
el combate epistolar, al trascender, hizo que
la biografía fuese buscadísima, vendo de
mano en mano por Madrid y que la gente se
divirtiese con los azorosos amoríos de Ma¬
nuel Aznar y la baronesa de Alcahalí. En fin,
pequeños éxitos que no me vienen mal entre
tantos y tan grandes fracasos» (1 2).
Imagine el lector el interés de estos artículos
de Prieto. A todos les daba vida y eran testi¬
monio de hechos históricos de la contienda v
de la vida española. Al recogerlos después de
su muerte, ocurrida e l domingo 11 de febrero
de 1962, se ha hecho un gran bien, va que ¡as
(11) «Sesenta años de testimonio». De la Cien'a. «El
Alcázar », 7 de marzo 1970.
(12) Este trabajo figura «A guisa de prólogo* en el tomol de
Convulsiones de España,donde se incluye el articulo citado:
págs. 327-332.
juventudes españolas conocerán por ellos
tantas v tantas verdades que se ocultaron
duran te cuarenta años. Prieto ha sido un tcs-
ligode mayor excepción y su óptica se exten¬
dió a lodos los horizontes. Era el hombre
veraz, por otra parte, que nunca oculta la
verdad. Trata siempre de penetrar en e la y
ofrecerla con claridad, adornándola además
de una finísima ironía. Por ejemplo, cuando
habla de su muerte, transmitida por la BBC
de Londres en julio de 1 96 i, y que él mismo
desmintió, o se refiere al hecho de romper su
partida de bautismo:
« Apenas los falangistas luciéronse dueños de
Oviedo, mi ciudad natal, realizaron la si¬
guiente hazaña que proclamaron gozosos.
Repasando en la Iglesia de San Isidoro el
1 ib ¡"o parroquial de 1883 dieron con mi par¬
tida de bautisinoy, arrancándola, la hicieron
pedazos. Me rompieron, pues, el bautismo.
(Nunca se habrá dicho esto con mayor exac¬
titud.) A fin de completar mi aniquilamiento,
hicieron lo propio en el Registro Civil con la
inscripción de mi nacimiento. Consiguien¬
temente, no existo ni he existido nunca, al
menoscristianay civilmente. Pertenezco a la
nada, a lo increado».
Dos horas antes de su fallecimiento había
escrito Indalecio Prieto (el que no había pa¬
sado por este mundo de los vivos) un ai Aculo
para la revista mexicana «Siempre», de la
que fue asiduo colaborador. Se titulaba «El
hierro v sus excelencias», que se publicó el 28
de febrero. Era un trabajo emotivo y trataba
de un libro de don Modesto Bargalíó, profe¬
sor en la Escuela de Ciencias Biológicas del
Instituto Politécnico Nacional de México.
Libro titulado «La naturaleza de los metales
y el beneficio del hierro en ¡os alquimistas y
metalúrgicos del siglo XVI», que le recor¬
daba «las ferreterías de ayer y los altos hor¬
nos de hoy» y «las entrañas de los montes
v izcaínos». Prieto introducía en el texto de su
articulo como un recuerdo que le viniera de
lo hondo de su corazón, la estrofa inicial de
«Vi zea va»:
« Ca ntá bricas mon ta ñas
con nubes en las cimas,
con hierro en tas entrañas
y al pie, rugiente, el mar».
Algo más que una coincidencia; el recuerdo
íntimo de un adiós que perforaba el papel.
PRIETO EN ABIERTA LUCHA
DESDE EL EXILIO
Nadie igualó a Indalecio Prieto en su lucha
política desde el exilio contra el régimen del
John Postor Dulles (1888-1959), secretario de Estado norte-
«mftrlcftno, durante ta Administración Eíftnhower,
general Franco. Fue incansable en esta labor
y apeló a todos los medios por dar la batalla
al franquismo. Hizo todo lo posible dentro de
una actitud realista. «Ahora bien —como
afirma el historiador Max Gallo—, el Go¬
bierno franquista domina España, asegura el
orden y sobre todo multiplica sus aperturas
en dirección a Washington» (13). Cuando
Mr. Ken nedy sube al poder, es investido pre¬
sidente de los Estados Unidos, Prieto lleva
tiempo luchando por todas las cancillerías.
Se había entrevistado con Bevin en el Fo-
reign Office, acompañado de Luis Araquis-
táin, en septiembre de 1947, y de cuya entre¬
vista hizo una crónica leída ante los micró¬
fonos de la BBC de Londres; dirige un men¬
saje al Papa; escribe a Eísenhower («En so¬
bre abiertb - Carta de un ex ciudadano espa¬
ñol»); apela más tarde a Kennedy, también
por carta, 14 de diciembre de 1960, poco an¬
tes de ser investido presidente de los Estados
Unidos. Carta que publica con el título «Con
prosa amarga - Carta de un español» (14).
Dice:
«Mr. Foster Dulles, inspirador de la política
internacional de Eisenhower —mientras
éste lo tuvo, porque luego de morir aquel
fanático mantúvose a la deriva—, dijo, con
cinismo aterrador, aunque saturado de ver¬
dad, que los Estados Unidos no tienen ami¬
gos sino intereses. Con arreglo a tal norma,
consumaron el sacrificio de los españoles
amigos, a cambio de crear nuevos intereses:
las bases militares»... «Yo, señor Kennedy, si
pongo alguna fe en usted no es a cuenta de su
filiación política, sino de su juventud. En
vuestra contienda electoral no encontré di fe-
(13) Historia de la España franquista. Ruedo Ibérico.
París, 1969.
(¡4) ConviJ sienes dt España II*
13
Joaquín Cosía{1844-1911).
rencias ideológicas entre los contendientes.
Acaso haya varías en orden a política inte¬
rior; en cuanto a política exterior, ninguna».
Prieto escribe esto cuando va tenía dicho con
mf
amargura:
«( orno socialista español, creí en la solidari¬
dad socialista internacional y ya no creo,
desde que nos la han negado desde Francia,
Inglaterra, Dinamarca, Suecia v Noruega;
como socialista español, creí en el interna¬
cionalismo de los partidos hermanos y va no
creo, al ver la obstinada perseverancia con
que el laborismo británico boicotea cuales¬
quiera intentos para federar Europa e in¬
cluso para constituir la II Internacional...»
...«Algunos asambleístas de la ONU han pe¬
dido a los españo'es, impotentes por el te¬
rror, que se ¡as arreglen ellos solos para li¬
brarse de la tiranía. Tales recomendantes
quizás desconozcan esta observación histó¬
rica de Seyés: ”El vivir, sea como fuere, era el
supremo ideal de todas las gentes que atra¬
vesaron el terror”»(15).
Amarga es la actitud de Prieto entonces, pero
recobra fuerzas en sí mismo, tan delicado de
salud como estaba, v vuelve a la carga con
nuevos ímpetus. Peleó por España con i a
pluma en la mano (sí, con la pluma en la
mano, porque nunca quiso manejar la má¬
quina de escribir), como ningún otro espa¬
ñol.
«ESBOZO DE UN PROGRAMA DE
SOCIALIZACION EN ESPAÑA»
Con este titulo pronunció una extensa confe¬
rencia en México, el i de mayo de i 946, Inda-
(15) *Soliloquio en el Océano - Humildad y altivez» (30
noviembre 1950).
lecio Prieto, y el pri mer punto a tratar fue el
de «Socialismo v libertad». Prieto advierte;
«Hace dieciséis años, a contar de 1930, que
los socialistas españoles no nos pertenece¬
mos, porque, desde entonces, todos nuestros
esfuerzos y todas nuestras energías estuvie¬
ron consagradas a la República, primero
conspirando para instaurarla, después par¬
ticipando en el Gobierno y en las Cortes
Constituyentes para encauzarla, más tarde
defendiéndola con las armas en ¡a mano y
posteriormente en prisiones y en la expatria¬
ción, encadenando ininterrumpidamente los
esfuerzos para restaurarla». Exactamente
cierto.
*
El socialismo se había entregado a la Repú¬
blica y por ella se debatía más que por las
ideas socialistas. Esto fue una visión patrió¬
tica que no se le reconoció nunca al PSOE.
Prieto lo recuerda v con su carga de españo¬
lismo a cuestas, dice altamente satisíecho:
«En los siglos XVIII y XIX tuvimos magní¬
fica pléyade de agraristas, entre quienes se.
pueden citar con preferencia Jovellanos y a
los condes de Campomanes, de Florida-
blanca y de Aranda,v a! frente de ellos, desde
luego, dos hombres que deben estar constan¬
temente en nuestfa memoria: Alvaro Flórez
Estrada y Joaquín Costa. Permitidme que
intercale aquí, aunque con brevedad, rasgos
de estas dos v idas fecundas»... « La de Alvaro
Flórez Estrada duró ochenta y cuatro años.
Nacido en 1769, falleció en i853. En 1814
abogó valientemente por la emancipación de
las colonias españolas de América. En 1828
publicó en Londres —también conoció el do¬
lor de la expatriación forzosa— su monu¬
mental «Curso de Economía Política», del
que se hizo segunda edición en París en 1831
y tercera en Madrid en 1834. ...«Con su
"Curso de Economía Política", Flórez Es¬
trada se adelantó en cincuenta años a "Pro¬
greso y miseria”, del norteamericano Henrv
George, el libro más difundido en el mundo,
después de la Biblia». ...«Joaquín Costa ha
señalado muchas coincidencias entre ambos
famosos libros. Juzgando las teorías del exi¬
mio asturiano, manifestó el insigne arago¬
nés». Comparada con ella la de George, di¬
ñase que el libro de éste («Progreso y mise¬
ria») no es más que una brillante amplifica¬
ción de la doctrina de aquél». ...«En 1839
publicó Flórez Estrada su folleto "La cues¬
tión social”, defendiendo la nacionalización
de la tierra, También en esto se adelantó
varios lustros a Henrv George».
Entrando en materia, Indalecio Prieto estu¬
dia la configuración del Estado y defiende la
14
«libertad municipal» enraizada en la tradi¬
ción española, y cita de Costa:
«Mirada España a vista de pájaro, sobre un
mapa, con sus infinitos municipios y aldeas,
y más aún, mirando un municipio sobre una
proyección gráfica, con las manzanas del
casco y los barrios v caseríos del suburbio,
parecen un tablero de ajedrez; pero no con¬
siderando que ese tablero tiene un alma y
que en esa alma obran energías potentísi mas
que no dimanan del Estado, sino que tienen
su frente en ella misma, y que esas energías
obedecen a leyes objetivas que no dependen
de la voluntad» (16).
Prieto afirma en su estudio queéstos «no son,
pues, caminos de utopías los que elegimos.
Trazáronlos y siguiéronlos nuestros antepa¬
sados».
Se ha detenido antes el líder y consecuente
socialista en señalar las «Facultades del Es¬
tado»:
«Las funciones otorgadas a los municipios
no han de anular al Estado. Este subsiste
como elemento coordinador, quedando e
muchas y muy importantes misiones». ...«En
tos tiempos modernos se acumulan sobre el
Estado tal número de obligaciones que tísi¬
camente carece de tuerzas para desempeñar¬
ías. Esa acumulación exige ciertas desinte¬
graciones, de modo que parte de las faculta¬
des que el Estado absorbe, sin poder des¬
empeñarlas perfectamente, pasen a los mu¬
nicipios. Pero el Estado no queda sin mi¬
sión...».
La «declaración de principios» de Indalecio
Prieto para un programa de socialización de
España es, de verdad, una meditación muy
estimable. Estimabilísima. Estas ideas ni
con el pasar de los años se han quedado atra¬
sadas. Y menos cuando vemos gobernar con
titubeos, y aún no hemos salido de un túnel
de cuarenta años de historia.
La política i mpone una base de sustentación
para edificar un programa, una teoría. La
política que se pierde en la sola administra¬
ción, o ni siquiera alcanza a ésta, es una por¬
fía por el poder de los cargos sin interés na¬
cional verdadero para un país y pueblo.
El esbozo de programa de Indalecio Prieto se
vierte el 1 de mayo de 1946, cuando el 4 de
abril se ha hecho la declaración de París -
Londres - Washington condenando a Franco.
Prieto siente una esperanza tras los dieciséis
f Jó) Del prólogo qu e en 188 5 puso Joaquín Cosía al folíelo
titulado «Materiales para el estucto del derecho municipal
consuetudítiano» t del que eran autores d propio Costa, don
Manuel Pedregal, donjuán S errano v don Genwsio Gonwtez
de Linares .
Indalecio Prieto Tuero {1085-1962).
años de lucha socialista por la República. Le
oiremos:
«...Claro que en el programa del Partido So¬
cialista hay puntos que por fundamentales,
resultan inconmovibles y nadie, dentro de
nuestras filas, pretende modificarlos, porque
son pilares de nuestro ideario; pero conviene
que meditemos ya sobre el particular. Yo os
voy a ofrecer el fruto de mis meditaciones
para que las contrastéis con las vuestras y
para que, cuando tengamos ocasión, exami¬
nemos unas y otras, estableciendo acerca de
ellas controversia a fin de ir creando, aunque
sea desde aquí, desde el destierro y a tanta
distancia, conciencia de nuestros deberes».
...«Para esto yo parto, como seguramente
partiréis todos, de que es imperioso hacer
compatible el socialismo y la libertad. Esa
fue siempre, además de mi deseo, mi preocu¬
pación».
Lejos quedaban las esperanzas... ¿Quién
duda que la moral pesa poco en las decisio¬
nes políticas, y menos en el orden interna¬
cional? Washington venció por segunda vez
a España. Siguió a Flitler al segar sus liber¬
tades. Indalecio Prieto murió rumiando esta
amargura. El había recordado los versos de
García Lorca puestos en los labios de Ma¬
riana de Pineda:
«Libertad de lo alto, libertad verdadera,
enciende para mí las estrellas distantes...»
El no ver la libertad de España fue su gran
dolor. Y el corazón se lo atravesó varias ve¬
ces. Pero por verla, pese a todo, vivió lo que
vivió resistiendo años, meses y días a la
muerte. Una muerte que le era vecina desde
tiempos muy atrás. ■ J. M. N.
15
Del fervor franquista
a la ruptura
- - ---
Javier Villan
Tí A ONTSERRAT es algo más que un simple monast&io. En las '
¡\/J ¡uchas y desarrollo del catalanismo militante , Montserrat
L VA. fc a s ¿c¡ 0 decisivo. La montaña sagrada de los catalanes cons¬
tituye un común punto de referencia, un determinante factor de cohe¬
sión para los distintos grupos que, desde ópticas no siempre coinciden¬
tes, han rehñndicado la recuperación y ejercicio de la catalanidad. '
Especialmente en los últimos años del franquismo. En los primeros, el
monasterio pasaría por una controvertida situación que terminó de¬
cantándose por el apoyo al Régimen que lo había devuelto a manos
benedictinas , Veintitrés muertos en zona republicana eran muchos
muer tos par a analizar con frialdad la verdadera naturaleza del catolicí-
simo Régimen triunfante. La conciencia religiosa se imponía inevita¬
blemente sobre la conciencia catalanista por mucho quedas precarias
instituciones autonómicas hubiesen sido arrasadas, el idioma perse¬
guido y las denominadas señas de identidad reducidas a ceniza. Poco a
poco, el abad Escwré percibirá, como un eco primero y como un
clamor después, que Montserrat es algo más que un monasterio, que es
un monasterio nacional y que esta adjetivación determinante exige un
sujeto: Cataluña. Con el tiempo, el abad, sea Escarré o el actual, Casiá
Just, o el mismo Brasó, que cubre el corto espacio de cinco años que
media entre estos dos, será una figura religiosa de inevitable proyec¬
ción política que amarga el imperial fen'or mar i ano del Régimen.
M
iONTSERRAT se alza
súbitamente, emerge
de una llanura con un im¬
pulso irresistible, en verti¬
cal, rotundamente hacia el
cielo. Es un desafío pétreo,
una grandiosa y abrupta es¬
tructura en la que crece una
sorprendente vegetación. Su
altitud no es excesiva: 1.220
metros el pico más alto, el
San Jerónimo, pero su agre¬
siva verticalidad Je confiere
un aspecto imponente, la
alarga hacia arriba, la en¬
grandece y distancia. Sus
paredes amuralladas, sus pi¬
cos, las angostas gargantas
la asemejan a una gran forta¬
leza inexpugnable, lo cual no
la apartó de los numerosos
hechos militares con que la
historia la ha zarandeado.
En números más o menos
redondos, la montaña tiene
diez kilómetros de largo,
cinco de ancho y veintiséis
de perímetro. En uno de sus
pliegues, a setecientos me¬
tros sobre el nivel del mar, se
acomoda el santuario. Desde
su fundación en el siglo XI, a
partir de unas ermitas cuyo
origen se sitúa en el IX, le fue
encomendado a los benedic¬
tinos. Momentos históricos
lia habido, el más próximo la
guerra civil del 36, en que ha
estado a punto de cambiar
de manos, pero siempre las
aguas han vuelto al cauce de
la regla de San Benito.
17
II cardenal Vidal t Barraque con los reyes de España, Don Alfonso y Doña Victoria
Eugenia* detrás el general Primo de Rivera. Eran los últimos años de la Dictadura.
Indicios históricos
de catalanismo
Es el abad M untad as, rea¬
bierto el Monasterio después
de la Guerra de la Indepen¬
dencia, quien empieza a exi¬
gir a los monjes un conoci¬
miento mínimo del catalán,
aunque muchos de ellos fue¬
ran oriundos de Castilla. No
se tiene conocimiento de
ningún «manifiesto de los
2300» por la medida, ni hay
indicios razonables de que el
castellano estuviese amena¬
zado de extinción por las se¬
veras reglas de San Benito.
En 1880-81 se celebran las
fiestas del Milenario, que in¬
cluyen un certamen literario
mr
en catalán y la ofrenda de
una «Corona Poética» a la
Moreneta. En el fondo, esta
actitud no es un hecho ais¬
lado ni confiere a Montserrat
una significación especial en
el ámbito de la cultura cata¬
lana; cierto que el santuario
es el santuario de los catala¬
nes, pero por entonces esto
era una idea mística, no una
referencia cultural o, al me¬
nos, no era una idea cultural
de significación política. La
utilización del catalán por
ios monjes del abad Mun-
tadas se inserta en el con¬
texto de una compleja co¬
rriente: la Renaicenqa que
devolvería a Cataluña buena
parte de sus características
borradas por e! proceso des¬
nacional ízador de Felipe V.
A esa «Corona Poética» de la
década de los ochenta hacía
su aportación lo mejor y más
significativo de los poetas de
la Renaicenca. Pese a todo, la
comunidad nunca ha sido
monolítica ni uniformista y
a los monjes también llegó el
reflejo de las tensiones del
mundo entre catalanistas y
castellanistas. Por lo que se
refiere al Monasterio, éstas
se harían más evidentes a
primeros del siglo XX en
torno a la Revista Montse-
rratina que se hacía en caste¬
llano v que un grupo de frai¬
les quería catalanizar. Esto
se conseguiría paulatina¬
mente gracias a la prudencia
V mano izquierda del abad
Marcet que si bien en 1913
incluye una nota en castella¬
no, «A los bienhechores y de¬
votos de Montserrat», el
mismo año publica otra en
catalán, «Ais aimants totsde
la Verge de Montserrat». De
esta sorda, v no tan sorda,
lucha en el seno de la comu¬
nidad, da puntual informa¬
ción el padre Curiel, adalid
de los castellanistas, euvo
diario es frecuentemente ci¬
tado por Massot i Muntaner
en su libro «Els creadors del
Montserrat Modern». El pa¬
dre Curiel, refleja obsesiva¬
mente en sus anotaciones, y
no sin cierta indignación, los
persistentes propósitos de
redactar la revista en cata¬
lán y remata la exposición de
sus temores con el relato de
algo que le producía tre¬
menda aprensión: que las
invitaciones para la bendi¬
ción abacial eran redactadas
por el abad Marcet en latín y
en catalán. Cincuenta años
más tarde, Fraga Iribarne,
ministro de Información y
Turismo de Franco, esgrimi-
18
ría un discurso de este abad,
del que presuntamente se
desprendería una inque¬
brantable adhesión a Fran¬
co, para condenar a dom Es-
carré y su presunto separa¬
tismo rojo. Lo cierto es que,
comparado con Marcet, Es-
carré podría ser un peligroso
izquierdista. Pero también
es cierto que aquél, a pesar
del factual acatamiento de
os poderes constituidos,
dentro de un posibilismo po¬
lítico y un supraterrenal dis-
tanciamiento religioso, ase¬
guró las primeras piedras de
la catalanidad montserrati¬
na; que muchas veces estuvo
en línea con Vidal i Barra-
quer, uno de los pocos, de los
dos, obispos que no firmó la
carta por la que se convertía
en Cruzada la sublevación
fascista del 36 y que en 1943
había presidido los Juegos
Florales celebrados en el
Monasterio. Era la segunda
vez que lo hacía, pero ésta no
en el exilio de Tolosa de
Llenguadoc( 1924), sino en la
clandestinidad de Montse¬
rrat. Un exilio propiciado
por la dictadura de Primo de
Rivera y unas catacumbas
labradas por la dictadura de
Fra neo. En defin i t i va, a m bos
generales se asemejaron en
los recelos a la perversidad
separatista de! santuario. El
padre de una posterior fi¬
gura nacional, «el Ausente»
en la terminología mítica de
la época, lo tildaba con ro¬
tundidad castrense de «to¬
talmente separatista» v Al-
lonso XIII se negaba a visi¬
tarlo mientras sondeaba la
posibilidad de que el Vati¬
cano removieseis decir des¬
terrase, a incógnitos lugares,
a la comunidad o, cuando
menos, a su abad Mareet por
manifiesta subversión sepa¬
ratista. La opinión de Franco
sobre Escarré era también
de un extremado rigor:
«ideas liberales avanzadas»
y «extremismo regionalis-
tcl» *
1947. Las Tiestas de la
Entronización
En estricta justicia, ambas
definiciones parecen excesi¬
vas. Escarré ha sido prior v
abad coadjutor de Marcet,
sabe de la muerte incontes¬
table de veintitrés de sus
hermanos y reconoce públi¬
camente que el Monasterio
ha vuelto a los benedictinos
gracias a Franco. ¿Por qué
Franco propició aquel posi¬
ble foco de catalanismo?
Acaso pensara que los avata-
res a que la guerra había so¬
metido a la comunidad y
convertido el santuario en
hospital militar, sería sufi¬
ciente para contar con la ad¬
hesión inquebrantable de ios
monjes. Sorprende un poco
esta actitud benevolente que
Franco mantuvo durante
años respecto al Monasterio.
El carácter de «Cruzada con¬
tra el comunismo» del Al¬
zamiento se transmutó en
Cataluña en «guerra de con¬
quista» y dada la superposi¬
ción de identidades ideoló¬
gicas que con frecuencia
aplicaba ei Régimen, ambas
retóricas podían ser muy
bien aplicables a Montse¬
rrat. En su libro «Cataluña
bajo el régimen franquista»,
Josep Benet constata que,
tras la caída de Barcelona,
los ocupantes no hablan ni
de Cruzada ni de comunis¬
mo, ni de anarquismo ni del
«martirio de los religiosos.
Un solo grito de victoria: Ca¬
taluña vuelve a ser España».
En este ambiente postbélico,
pues, se establecen unas re¬
laciones de cierta cordiali¬
dad con la ideología triun¬
fante que en tres cruentos
años había laminado el país.
Conseguida la legitimación
por parte del Episcopado es¬
pañol, Franco pretendía, sin
duda, idéntico reconoci¬
miento —por situarse en el
ámbito territorial del carde¬
nal exiliado, Vidal i Barra¬
quen, más significativo— por
parte de la influyente Aba¬
día. Mas sería aquí donde se
iniciaría un lento resurgir
El presidente Azaña, durante su visita a Montserrat, en compañía del abad mitrado, dom
Antonio Marcet.
19
del catalanismo que termi¬
naría provocando el airado
encono del Jefe del Estado.
El punto de partida fueron
las Fiestas de la Entroniza¬
ción, el 27 de abril de 1947,
de las que Josep Benet f ue el
principal artífice. A la som¬
bra de Félix Escalas y Cha¬
men!, un ciudadano solvente
avalado por su carencia de
problemas políticos y por su
abundancia de medios eco¬
nómicos, empezó a funcio¬
nar una nutridísima Comi¬
sión, llamada del «abad Oli¬
ba». El Secretariado de la
misma correspondía a otra
personalidad también libre
de toda sospecha, Félix Mi-
Het i Maris tan y, muy cató¬
lico y muy de derechas, que
de he cito dejó todas las ini¬
ciativas a un ex escolar
montserratino, Josep Benet.
Benet ha definido así a Mi-
llet: «Era un catalanista
moderado, una personalidad
católica de antes de la guerra
que huyendo de la persecu¬
ción religiosa se pasó a zona
nacional. Era un financiero
importante». Por su parte,
Massot i Muntaner, en «E s
creadors del Montserrat
Modern », lo sitúa como «an¬
tiguo presidente de la Fede-
ració de Jo ves Cristians de
Catalunya, pasado con ar¬
mas y baga jes al nuevo Ré¬
gimen, pero protector de la
lengua y cultura perdidas».
A pesar de tan acrisolados
avales, hubo que superar
muchas trabas y dificulta¬
des. Culminada la suscrip¬
ción popular para la adqui¬
sición del trono, se vio la po¬
sibilidad de que idéntico en¬
tusiasmo podía despertarse
con una convocatoria que
actuase sobre dos veri íentes
de segura sensibilización: la
espiritual y la patriótica,
fervor v cultura. Con la pri¬
mera, sobre todo, por delan¬
te, el abad se dirigía en abril
de 1946 al gobernador de
Barcelona en estos términos:
«Puesto que se trata del pue¬
blo y de las ciases más hu¬
mildes del mismo a quienes
deben dirigirse nuestros
desvelos en este afán de avi¬
var su devoción a la Santí¬
sima Virgen de Montserrat,
sol icito de V. E. se digne con¬
ceder pueda llevarse a cabo
esta propaganda también en
catalán, asegurándole por
nuestra parte la exclusión de
todo carácter político...». No
debía tenerlas todas consigo
el gobernador, Bartolomé
Barba Hernández, por loque
autorizó solamente la pro¬
paganda escrita, denegando
cualquier intento de propa¬
ganda radiada. Barba lle¬
vaba una política táctica de
tolerancia respecto a la len¬
gua y el folklore convencido
de que una represión indis¬
criminada v cerril no haría
ñJr
sino exacerbar los ánimos y
«fabricar mártires» que al¬
zarían su cadáver contra los
represores. Lo ha explicado
él mismo, esta calculada le¬
nidad despolitizadora, en un
El cardenal Vidal i Barraquee con el abad Marcet, en Montserrat, durante los años
de la República.
20
La basílica de Montserrat,
viejo iibro publicado en
1948, «Dos años al frente del
Gobierno Civil de Barcelo¬
na». Pero los agravios esta¬
ban demasiado cíanos y de-
mr
masiado recientes para
aceptar paños calientes que.
por otra parte, nada o casi
nada iban a solucionar. Las
reacciones hostiles a su polí¬
tica «de comprensión e inte¬
gración» las refleja Barba
Hernández en su obra. El
PSUC sale a! paso de las ma¬
niobras «catalanistas» del
gobernador y en una ho ja vo¬
landera v iene a decir que ello
no conseguirá el reconoci¬
miento y mucho menos el
afecto de los catalanes des¬
poseídos de su cultura, su
lengua v su libertad. A pesar
de todo, con sus más v sus
menos, las Fiestas se lleva¬
ron a efecto v cerca de cien
mil catalanes se desplazaron
en romería a la Montaña sa¬
grada. Todos contentos, in¬
cluso el Gobierno de Madrid
que envió como represen¬
tante el ministro de Asuntos
Exteriores, Martín Artaio. A
su regreso, éste debió mani-
21
El gobernador Fallpa Acedo Colunga (a la derecha de la tolo, con traje claro), a tu
derecha el entonces Presidente de la Diputación, marqués de Caatellflorlte.
festar su satisfacción a Fran¬
cisco Franco, pues al poco
tiempo se recibía en el Mo¬
nasterio una carta que, entre
otras cosas, decía; «tanto el
generalísimo como el Go¬
bierno quedaron muy satis¬
fechos de la forma feliz en
que transcurrieron las so¬
lemnidades». No comparte
esta opinión Maur M.Bcnx,
director de la revista «Serra
D’Or», quien, del cese,
quince días después, del go¬
bernador Barba, deduce el
malestar causado en el Go¬
bierno de Madrid. Algo de
esto pudo haber, pues en ju-
lio el abad se queja al censor
de Barcelona, José Pardo, de 1
maltrato a que se someten
las informaciones sobre
cuanto se refiere a las cosas
de Montserrat. Como fuere,
en mayo Franco visitó el
Monasterio, visita en la que
volvió a mostrar su compla¬
cencia y, él tan parco en pa¬
labras, se hizo lenguas del
nuevo trono de la Virgen.
Pese a todo, se habían conse¬
guido objetivos impensables
en aquellos oscuros días. En
síntesis, los resultados de la
Entronización los valora así
Massot i Muntaner; «Se des¬
pertó la conciencia dormida
de catatan idad en las comar¬
cas, facilitó reuniones multi¬
tudinarias y se hicieron nu¬
merosas publicaciones en
catalán». A esto habría que
añadiré! acercamientoentre
los catalanes del exilio y los
del interior y la potenciación
de la idea de comunidad en¬
tre el Principado, as Islas y
e i País Valenciano: els Paisos
Catalans. «Aquel día, 27 de
abril de 1947. dejábamos
atrás una etapa de nuestra
historia e iniciábamos otra»
(Benet). Por otra parte, Esca-
rré desciende de su nube an¬
gélica y entra en contacto
con los distintos sectores de
la oposición, desde un centro
derecha hasta la izquierda.
No será, sin embargo, hasta
1958 cuando el abad ex¬
ponga por primera vez con
cierta claridad sus reservas
hacia la naturaleza y legiti¬
midad del régimen del gene¬
ral Franco.
Las declaraciones a
«Le Monde».
Momento histórico
y antecedentes
Pero cuando Escarré tiene
una actuación verdadera¬
mente clamorosa es en 1963.
El abad de la paulatina evo¬
lución hace un solo, un ver¬
dadero aria que estremeció
los cimientos del Pardo na¬
ciendo bizquear la lucecita.
Y eligió «Le Monde» entre
otras cosas porque elegir
otro periódico más a mano
no le hubiera sido posible.
En honor a la verdad, no
pueden considerarse las de¬
claraciones hechas a José
Antonio Nováis como una
iluminación ni siquiera
como una improvisación
oportunista. Los tiempos,
ciertamente, ofrecían una
buena oportunidad, pero
ése esotro cantar. Fue un año
muy agitado para el Régi¬
men que había mostrado
contra toda lógica civiliza¬
da, contra el viento de las
movilizaciones interiores y
la marea de las condenas ex¬
teriores, su cruenta faz. Efec¬
tivamente, i a guerra no ha¬
bía terminado. En abril ha¬
bía fusilado a Grimau y po¬
cos meses después zanjó por
la tremenda las huelgas mi¬
neras de Asturias. La carta
que un grupo de intelectua¬
les remitió a Fraga Iribarne,
ministro de Información,
hablaba de mineros muenos
por tortura, de mineros cas¬
trados, de mujeres rapadas
al cero, de numerosos dete-
22
nidos. Y para colmo, entre
tanto ajetreo y tan burdas
conspiraciones masónicas y
marxistas, nacionales e in¬
ternacionales, a Franco se le
vino encima la tormenta
montserratina. Los antece¬
dentes más directos de estas
declaraciones hay que fijar¬
los en dos momentos claves
en los que Escarré había he¬
cho patente su disconformi¬
dad con los gobernantes. Ca¬
lificarlas como lo hizo el se¬
manario «El Español»,como
la voz a sueldo de Moscú era
perder de vista !a opinión es-
casamente favorable ai
«marxismo naturalista» del
abad. Era, por encima de to¬
do, la misma voz que se ha¬
bía dirigido a las más altas
instancias del Estado pi¬
diendo que cesase la repre¬
sión, que se pusiese en liber¬
tad a los estudiantes deteni¬
dos, que se ejercieran, sim¬
plemente, las virtudes cris¬
tianas que el Régimen decía
defender y representar. La
misma que se había dirigido
a Camilo Alonso Vega en
mayo de 1960 con motivo de
los sucesos del Palacio de la
Música.
Los sucesos del
Palacio de la Música
Sus ecos llegaron hasta el
«New York Times», siempre
algún periódico extranjero
aireando !o que celosamente
silenciaba la prensa españo¬
la: Varias detenciones tras
un concierto del Orfeón Ca¬
talán en el Palacio de la Mú¬
sica. Entre los detenidos por
agitador, el que hoy es presi¬
dente de la Generalidad,
Jordi Pujol. «Lamento —te¬
legrafiaba escuetamente el
abad al ministro de la Go¬
bernación— profundamente
detenciones y malos tratos a
los detenidos en represión
policíaca ocasión sucesos
Orfeó Catalá doloroso epí¬
logo estancia Gobierno en
Cataluña. Atentamente su¬
yo, abad Montserrat». A lo
cual contestó no menos es¬
cuetamente, mas de forma
un tanto cabalística, Alonso
Vega: «Hay que lamentar
siempre todo cuanto es la¬
mentable no olvidando que
a prudencia en el creer y en
el decir es indispensable
para formar v emitir recto
juicio. Suyo atentamente,
Camilo Alonso Vega, minis¬
tro de la Gobernación». La
nada habitual sutileza de
Alonso Vega ¿proponía en
este texto una refinada adi¬
vinación jeroglífica o era una
dolorida respuesta a quien
no hacía mucho había califi¬
cado de «leal españolista»?.
No podía recordar sin amar¬
gura, el ministro, los gritos
de imbécil y de traidor con
que fue obsequiado en una
cena en Barcelona, en mayo
de 1 959, en la que se mostró
confiado y sin prejuicios res¬
pecto al abad. Franco comi¬
sionó a don Camilo para que
viajara a Roma y explicara
al Papa la conducta de Es-
ré. Lo cuenta con bastante
detalle Franco-Salgado
Ara u jo en sus Conversacio¬
nes..., y pone en boca del jefe
del Estado estas palabras re¬
feridas a Pujol: «Los minis¬
tros ya se habían marchado y
desde las tribunas se empezó
a cantar lo que no estaba au¬
torizado (...). Intervino,
como es natural, la policía,
que hizo varias detenciones.
Uno de los principales agita¬
dores fue el señor Pujol al
que con mandamiento judi¬
cial se le registró el domici¬
lio, encontrándosele propa¬
ganda separatista v de agita¬
ción subversiva». No podía
Alonso Vega rememorar sin
inquietud, una a una, las en¬
cendidas palabras que poco
después de la cena en que lo
llamaron imbécil había di¬
cho a Escarré. «Yo tuve con¬
fianza en el señor abad (...) v
el señor abad correspondió
satisfactoriamente a mis es¬
peranzas y di cuenta a quien
debía y propalé aquella es¬
pléndida jornada llena de
emoción y de patria y el dis¬
curso del señor abad v todo
v 1
ello me indujo a felicitarle y
darle las gracias, manifes¬
tándole que por aquel ca¬
mino podíamos coger juntos
muy buenas cosechas». Pen¬
saría seguramente don Ca¬
milo, camino del Vaticano,
en las 1 30.000 pesetas que
El abad Escarré on compañía do! cardonal RoncalH (futuro Papa Juan XXIII), duranta
una visita do «ato último a Montaorrat.
23
unos meses antes del imper-
t inente telegrama, justo en el
mes de febrero, había conce¬
dido al Monasterio para ins¬
talaciones sanitarias. Y
puede que también rememo¬
rara el poco caso que había
hecho al «informe confiden¬
cial para el ministro de la
Gobernación » elaborado por
el gobernador. Acedo Colun-
ga, hombre enfático, de irre¬
parable y violenta inconti¬
nencia verbal, protagonista
de más de un encontronazo
con el abad.
El acto falangista de
Grano llers
La «Hoja del Lunes» barce¬
lonesa del día 1 de diciembre
de 1958 publicó una amplia
información sobre un acto
falangista celebrado en Gra-
nollers que sirvió para que el
gobernador disparase su ar¬
tillería pesada contra el re¬
brote de separatismos, «el
retoño de algo que contri¬
buye a establecer una dife¬
rencia entre los españoles».
En otras palabras, que Acedo
había detectado peligrosos
movimientos catalanes; que
éstos se nucleaban en torno a
Montserrat v que no estaba
dispuesto a tolerar, por nin¬
guno de los medios, la sub¬
versión. Para que no hubiese
duda de por dónde iban los
tiros, hablaba Acedo de la
impunidad de Fueros conce¬
didos por el Estado y de
«sentimientos hondos que
están en nuestras raíces y en
nuestra alma». Y po¡ si to¬
davía la directa y clara ora¬
toria del general pudiera re¬
sultar ambigua o a alguien se
le antojase abstrusa, car¬
gaba la suerte en esta veró¬
nica de honda raigambre
nacionalcatólica: «... noso¬
tros que amamos a Dios, que
recibimos la Santa Comu¬
nión y que respetamos lo que
24
supone el sacerdocio tanto
en el orden espiritual como
en el orden español (...) no
estamos dispuestos a tole¬
rar...». Parece ser que en un
momento de debilidad, el
general Gobernador (civil)
perdió terreno. «... No sé si
estamos en posesión de la
verdad», confesó. Mas se
enmendó enseguida v re¬
mató con esta met ía: «Pero
de la verdad española sí es¬
tamos en posesión». Pese a
tales arrebatos patrióticos,
enmarcados casi siempre en
una irreversible devoción fa¬
langista, Franco no tenía
demasiada buena opinión de
Luis Martínez de Gal)nsega* durante un
tiempo Director de «La Vanguarda»*
Acedo, al que reconocía, sin
embargo, su lealtad. Si he¬
mos de creer a Franco-
Salgado, el Invicto habría
dicho en cierta ocasión:
«Acedo es muy buena per¬
sona v un gran político, pero
a veces dice cosas que de¬
biera tener calladas». Su
épica y su lírica y hasta su
mística falangista, le crea¬
ron algunos roces con el mi¬
nistro de la Gobernación v
con los alcaldes de Barce¬
lona que, aunque contaban
con el beneplácito del Pardo,
no tenían suficientemente
acreditada para el Goberna¬
dor su pureza de sangre es¬
pañola. La respuesta de Es-
car ré fue casi instantánea.
Aprovechó la Fiesta de la
Inmaculada, ocho días des¬
pués, y empezó diciendo que
si se acusaba a la Iglesia de
no cumplir como tal que mi¬
rase el Estado cómo cu mplía
él. Defendía la verdad que la
Iglesia predicaba —Escarré
se mantuvo en esta homilía
en el ámbito generalizado de
la Iglesia universal— y que
«si esta verdad no es agrada¬
ble a los que gobiernan, que
cambien ellos». Es el primer
enfrentamiento frontal. Y,
aunque matiza dascon cierto
espíritu pastoral, se expre¬
san ya acusaciones muy con¬
cretas, como se deduce de un
párrafo en el que viene a de¬
cir que no es suficiente co¬
mulgar con Cristo, sino tam¬
bién con las ideas de la Igle¬
sia, «que son ideas de liber¬
tad (...), de bienestar social».
Y siempre en el terreno, de¬
liberadamente superestruc¬
tura! de «la Iglesia», termina
afirmando que ésta pretende
estar siempre de acuerdo con
todos los poderes, especial¬
mente con el poder del Esta¬
do, pero que ello sólo podrá
llevarse a efecto en el marco
de la «verdad, la libertad y la
justicia». Esta vez el tempe¬
ramental Acedo había ha¬
llado una respuesta inespe¬
rada. ¡ raneo tenía una idea
peregrina de cómo conquis¬
tar a los catalanes, conquis¬
tarlos en el sentido de atraer,
que en el otro, en el estricta¬
mente militar, bastaban los
hechos de armas del 36-39.
Decía Franco que al «catalán
se le convence con el ejemplo
y la austeridad». Convencer,
¿de qué? De lo que fuere, lo
cierto es que la prepotencia
del «entourage» franquista
que se instaló en Cataluña
tenía órdenes muy concre¬
tas: acabar con tocios los in¬
cite ios de catalanismo, de-
Franco en Barcelona, pasando revista a las tropas, durante una de sus breves estancias en la Ciudad Condal
gradar una cultura, sepultar
una lengua. Y lo ejecutaba
con diplomacia más o menos
refinada, pero con objetivos
claros. En este contexto po¬
dría incluirse el «casoGalin-
soga, el del exabrupto «todos
los catalanes son una mier¬
da», patología anticatala¬
nista tan evidente y despro¬
porcionada que le costó el
puesto. Pero no sino después
de una caliente campaña que
duró varios meses.
El caso Galinsoga y el
informe Acedo
Luis de Galinsoga, director
de «¡.a Vanguardia», era, ob¬
viamente, un hombre de con-
25
Ó#} abad dom Auralii Escarré, en
El cardan&l Ron cali) (futuro Juan XXIII), an compañía
la Biblioteca del Monasterio da Montserrat
fianza. Lo evidencia una
biografía delirante, servi-
lista y hortera que escribió
de Franco: «Centinela de Oc¬
cidente». Era, además, de
ese tipo de aduladores o con¬
vencidos cuyos actos trasva¬
san e i imposible rubor de sus
mejillas a la inocencia sor¬
prendida de los demás. Sólo
que también, como Acedo,
era de una acusada inconti¬
nencia verbal con la que su¬
blimaba una no improbable
inclinación a la violencia. El
21 de junio de 1959 no creía
Galinsoga que se estaba fra-
26
guando su definitiva desgra¬
cia v que su autoínmolación
ni siquiera le iba a ser reco¬
nocida. Su estentóreo grito
en la sacristía de la parro¬
quia de San Ildefonso, con el
que evidenciaba su disgusto
por un sermón en catalán,
iba a terminar con su carrera
periodística v política o, me¬
jor dicho, con parte de sus
cargos. Cuando la cosa se
puso imposible, el Centinela
de Occidente se inhibió y
dejó que lo defenestraran.
Incluso, si hemos de creer a
Franco-Salgado, se expresó
en términos bastante des¬
pectivos para el leal biógrafo
v panegirista: «... lo que le
ocurrió no fue por hacer pro¬
paganda a mi favor, sino por
su conducta irreflexiva in¬
sultando a los catalanes. Es
muy cómodo decir que todo
lo que le pasa es por las cam¬
pañas que ha hecho a mi fa¬
vor. Como si fuera el único
periodista que las ha hecho».
Fría e imperturbable radio¬
grafía del periodismo de la
época. Casi ocho meses duró
la lucha de los catalanes con¬
tra Galinsoga para hacerlo
desaparecer de la cabecera
de «La Vanguardia». Para ser
exactos, cinco. Pues, aunque
la primera octavilla redac¬
tada en catalán y con el tí¬
tulo «Todos los cata lañes son
una mierda, Luis de Galin¬
soga» está fechada en julio,
fue tirada, según testimonio
de Jordi Pujol, en octubre.
Boicot del periódico, al que
se sumaron muchos vende¬
dores, quema de e jemplares,
octavillas manifestaciones...
Todo fue válido para que Ga¬
linsoga pagase la afrenta.
Estaba claro que el clima de
perturbación y activismo
que su actitud había produ¬
cido no gustaba en el Pardo y
que se le haría pagar. Electi¬
vamente, cuando viajó a
Madrid, Franco no quiso re¬
cibirlo y cuando regresó a
Barcelona había sido cesado.
El Gobierno, sin embargo,
no olvidaría fácilmente el
hecho ni la claudicación
obligada. Tres meses des¬
pués tuvieron lugar los suce¬
sos del Palacio de la Música,
ya relatados. La dureza em¬
pleada, especialmente con¬
tra Jordi Pujol que tras ser
torturado fue condenado a
seis años de cárcel, demues¬
tra que la campaña contra
Galinsoga no se había olvi¬
dado. Pujol había sido el
primer responsable de la ac¬
ción. Una acción colectiva en
cuyo manifiesto final se ieía:
«La misma voluntad uná¬
nime obtendrá mediante
una campaña de defensa de
la lengua y de la cultura ca¬
talana: Escuelas catalanas,
Prensa libre en catalán. Ofi¬
cialidad de nuestro idioma.
Cataluña tiene la iniciativa».
No estará de más reproducir
aquí la carta que el párroco
increpado mossén Laquer,
dirigió a los pocos días a Luis
de Galinsoga, plena del me¬
jor humor y de la más fina
ironía. La carta fue amplia¬
mente difundida en la cam¬
paña: «Honorable señor: el
pasado domingo día 21,
mientras se celebraba en
esta iglesia la misa parro¬
quial, se presentó en la sa¬
cristía un individuo que, uti¬
lizando esta tarjeta que lleva
el nombre de usted y que le
adjunto, en forma grosera e
incorr ecta se permitió profe¬
rir unas frases soeces contra
el infrascrito v contra sus fe¬
ligreses. Como debe tratarse,
indudablemente, de un caso
de suplantación de persona¬
lidad, pongo el caso en cono¬
cimiento de usted para que
pueda tomar las medidas
pertinentes y evitar que en lo
sucesivo ocurran escenas de
esta índole, que podrían re¬
dundar en menoscabo de la
buena fama de honorabili¬
dad y caballerosidad de que
goza usted entre los ciuda¬
danos de Barcelona. Con el
mavor afecto. Firmado: El
Páiroco». Ni qué decir tiene
que Galinsoga reaccionó ira¬
cundamente contestando
que nada de suplantación de
personalidad, que él mismo
en persona había expresado
la protesta. Protesta que, en
aquellos momentos, exten¬
día a las autoridades ecle¬
siásticas.
La Nota informativa reser¬
vada del gobernador Acedo,
. aún refiriéndose a la situa¬
ción general y siendo exten¬
siva a todo el clero catalán,
hace especial hincapié en el
abad Escarié y en Montse¬
rrat a los que responsabiliza
de todas las manifestacio¬
nes, sea de la índole que
sean, contrarias al Régimen
y de atizar, so capa de reli¬
giosidad, el fuego separatis¬
ta. Merece la pena transcri¬
bir algunos párrafos, cuyo
espíritu es idéntico al del
discurso de Granollers, ya
que de las mismas fechas da¬
tan ambos. «La influencia de
Montserrat siempre ha sido
ejercida en defensa de quie¬
nes han sido justamente cas¬
tigados por su actuación
contra el Régimen». Y re¬
cordaba que en las huelgas
estudiantiles del 56,el «abad
Escarré escribió una carta al
Generalísimo pidiendo cle¬
mencia por los sanciona¬
dos». De la respuesta se en¬
cargó Carrero Blanco que
atribuyó los alborotos a tur¬
bios manejos de los comu¬
nista s. Por lo cual, a partir de
entonces, era común idea del
Gobierno que en Montserrat
se hacía el juego al comu¬
nismo. El informe está hen¬
chido de una pueril hoja¬
rasca retoricista v vacua. E
ur
incurre en desatines que uno
no sabe si atribuirá una trai¬
ción del subconsciente o son,
sencillamente, exposición
automática de un caos men¬
tal. Así cuando dice que el
La esposa del general Franco rindiendo culto a «La More neta», durante una visita del
matrimonio Franco al Monasterio de Montserrat-
27
padre Escarré «cree ser el
hombre elegido por Dios
para dar la libertad a Cata¬
luña. Nótese que Acedo ha¬
bla de libertad, no de sepa¬
ración o independencia. Este
desliz terminológico es co¬
rregido más adelante al ha¬
blar de los objetivos políti¬
cos de las maniobras del
abad, que se concretarían en
«un cambio de régimen para
(...) lograr un Estado catalán
independiente totalmente
del resto de España». La
cuestión se enreda un poco
más adelante cuando habla
del sistema en que se llevaría
a cabo esa independencia
que sería, «un sistema de¬
mocrático, dentro del cual,
para garantizar su perma¬
nencia, y darle un sello
aburguesado, es preciso la
formación de un «Partit De-
mocratic Cristiá de Cata¬
lunya», que agrupe a lo más
selecto del Principado y que
permita a Montserrat ser el
centro político y espiritual
del naciente Estado». Las
publicaciones de la Abadía
tampoco podían salvarse.
Todas tenían un signo
católicoseparatista y esto,
para alguien que se había
públicamente declarado fer¬
viente cristiano, v comul-
* wf
gante diario, debía ser muy
doloroso. Porque esa fe se
asentaba sobre la política de
la unidad a rajatabla, ésta
en el Imperio v éste, a su vez,
legitimaba su origen divino
por su condición de martillo
de herejes. Naturalmente
entre esas publicaciones es¬
taban las revistas «Germi-
nabit» y «Seria D'Or».
La tormenta de «Le
Monde». El trueno de
Fraga
Liberado de sus obligaciones
abadiales, aunque seguía os¬
tentando ei título, en 1961,
Escarré mantenía por en¬
tonces contactos bastante
frecuentes con las fuerzas de
la oposición que en los cin¬
cuenta había ido conociendo
y, en ocasiones, acogiendo.
En estos contactos se plantea
la posibilidad de que la Igle¬
sia definiera claramente una
postura de rechazo al Régi¬
men franquista. Esto, en
todo el Estado era imposible
v así lo expresó Escarré que
entabla gestiones con algu¬
nos obispos acompañadas
del é xi to c j u e p ued e supon er-
se. Los pasos de la historia le
encaminaban, pues, al com¬
promiso definitivo. El am¬
biente estaba preparado.
Faltaba un leve impulso, una
sugerencia. Y, como en otros
momentos decisivos, ésta le
vino de Josep Benet y de Al-
bert Manent. El día 14 de no¬
viembre de 1963, el perió¬
dico parisino publicaba la
opinión del abad recogida
por José Antonio Nováis.
Poco después, Bergamín
que, como primer firmante
de la parta contra la repre¬
sión en Asturias, había te¬
nido que salir huyendo, de¬
claraba en Uruguay: «Si las
declaraciones hechas por el
abad de Montserrat fueran
conocidas por los españoles,
bastarían para derribar al
Régimen». El Español re¬
cuadró la afirmación v le
añadió una coletilla, «vamos
a ver si es verdad». Cierta¬
mente la profecía de Berga¬
mín no se cumplió y el Minis¬
terio de Información montó
un impresionante disposi¬
tivo de propaganda que
ocupó varias páginas del
semanario y otras más en
números siguientes dedica¬
das a la espontánea exaspe¬
ración de los lectores. Junto
al texto íntegro, que Fraga
decidió publicar contra el
parecer de parte del Gabi¬
nete que hubiese prei erido el
silencio, una vasta respues¬
ta. Cuenta Franco-Salgado
que Franco dijo: «Fraga ha
tenido la iniciativa de publi¬
carlas en El Español y no
queda más remedio que re¬
futarlas». De acuerdo con la
teoría de que «nunca tuvo
España un Gobierno tan ca¬
tólico como los que ha tenido
el Régimen que nació en la
Cruzada», se cargaron las
tintas en la literatura pane¬
girista de los Papas, de las
altas jerarquías de la Iglesia
Josép Sane*
28
*
Camilo Alonso Vega, durante las Elecciones Municipales de 1966.
española y en el martirio de
religiosos en zona roja. Se
incluían informes de los dis¬
tintos Ministerios aludidos
en la entrevista vía tirada de
El Español se elevó a una ci-
frarécord:70.000 ejemplares.
Su director, Angel Ru ¿z Ayú¬
car, lúe el encargado de di¬
señarla estrategia de réplica
y de organizar todo el mate¬
rial. Ruiz Ayúcar ha contado
w
la peripecia con detalle en su
libro «Crónica agitada de
ocho años tranquilos, í 963-
197 !». ILl mismo se encargó
de la redacción v algo hace
suponer que, bien fuera por
las reticencias de Franco a la
publicidad del hecho, bien
porque algo no marchara del
todo bien, Ruiz Ayúcar se vio
obligado posteriormente a
autojustificarse. Véase si no,
una nota di se reta mente a pie
de página en el citado libro
que, bajo pretexto de expli¬
car el mecanismo censorial,
introduce sutilmente los
conceptos de responsabili¬
dad v de lealtad al Sistema:
«En aquella época todavía
existía censura previa de
Prensa. El Español no la pa¬
saba, lo que trasladaba a su
director la plena responsabi¬
lidad de su contenido, in¬
crementada por el hecho de
que la «empresa» era el pro¬
pio Ministerio de Informa¬
ción, a través de la Dirección
General de Prensa. La inde¬
pendencia funcional del di¬
rector del semanario era si-
mi lar a la de los directores de
otras publicaciones institu¬
cionales y superior a la de
algunas empresas privadas,
independencia perfecta¬
mente " compatible con la
lealtad a la linea política del
Gobierno, ya que de no estar
de acuerdo con ella lo ho¬
nesto era marcharse». La re¬
sonancia de los asertos de
dom Escarié sorprendieron
sobre todo, según Ruiz Ayú¬
car, por proceder de tan alta
magistratura de la Iglesia.
Ahí radicaba la verdadera v
estruendosa novedad «va
que los españoles del bando
nacional, clérigos o seglares,
eran conscientes de que lu¬
chaban a la vez por Dios y
noria Patria, por liberar a la
Iglesia de la persecución
marxista...». Para conservar
esta imagen, el abad del Va¬
lle de los Caídos salió al paso
en unas manifestaciones a
La Voz de Albacete que fue¬
ron profusamente reprodu¬
cidas por varios periódicos.
En ellas calificaba a Escarré
de intrigante y enredador y
afirmaba que «esta actitud
contra el Gobierno de Es¬
paña que sostiene la fe de
los españoles, apoya a la
Iglesia, y labora por el pro¬
greso y la paz, resulta indig¬
na». Con parecidos adjetivos
calificaba a Escarré el
obispo de Tortosa. Pero éste
ya escogió un medio interna¬
cional para ponerse a la al¬
tura del contestatario abad,
1/A v ven Ir, de Italia. Como
español y como obispo se
lamentaba de que el «solven¬
te» P. Aureli Escarré hubiera
hecho esas afirmaciones que
lo convertían en «insolvente
v parcial». Tres palabras
completaban el retrato: in¬
trigante, tendencioso y falso.
La carta fue publicada tam¬
bién por el Times. Veamos
ahora un extracto de la con¬
trovertida entrevista conce¬
dida a Le Monde:
Sobre la guerra civil. —Es¬
paña sigue aún dividida en
dos partidos. Tras de noso¬
tros no tenemos veinticinco
años de paz, sino veinticinco
años de victoria. Los vence¬
dores, incluida la Iglesia,
que fue obligada a luchar al
lado de estos últimos, no han
hecho nada para acabar con
esta división entre vencedo¬
res y vencidos.
Sobre la catolicidad del Ré¬
gimen. —Este Régimen se
dice cristiano, pero el Estado
29
Concentración tn Montserrat, el 27 de abril de 1947, con asistencia de unas cien mil personas. (Foto publicada en «Sorra O'Or»,
en abril de 1977),
no obedece a los principios
básicos del Cristianismo.
{...). Ala luz de ésta —la encí¬
clica Pacem in ! errs— i a
primera subversión que
existe en España es la del
Gobierno (...). La falta de in¬
formación es contraria a la
doctrina de la Iglesia y esto
debe crear problemas de
conciencia a los dirigentes
católicos de un Estado que si
no cambia de principios po¬
líticos no puede decirse cató-
lico.
Sobre Cataluña.—El Régi¬
men obstaculiza el desarro¬
llo de la c ul tu ra ca t a la na (...).
Hemos escrito una carta al
'Vicepresidente del Gobier¬
no, capitán general Muñoz
Grandes, pidiéndole entera
libertad para la cultura cata¬
lana. Hasta ahora no hemos
recibido respuesta (...).
Ahora quien le habla es el
hombre de Iglesia, no ya el
catalán, parad que defender
la lengua no es sólo un deber,
sino más bien una necesidad.
Cuando la lengua se pierde,
la religión tiene tendencia a
per de) se también. Esto ha
sucedido ya en otros sit ios...
Sobre el pueblo y la situa¬
ción social. —La legislación
es, en general, correcta, pero
el Gobierno no hace aplicar
la Lev. El nivel de vida se ha
elevado, pero no el nivel cul¬
tural ni el sentido del respe¬
to mutuo. La falta de justi¬
cia social da miedo. He es¬
tado últimamente en Anda¬
lucía y he podido advertirlo
por mí mismo{...). El pueblo
español es mucho más eu¬
ropeo de lo que se cree (...).
Aunque e) Régimen no haga
nada por fa vorecer ese euro-
peísmo.
La s repercusione s se de jaron
sentir también en el Monas-
*
terio. Una comunidad divi¬
dida tenía que producir, ne¬
cesariamente, situaciones de
conflictividad hasta el ex¬
tremo que llegó a pensarse
en una nueva Fundación en
Barcelona. Ro nía intervino y
tras una visita al Vaticano
del abad coadjutor, Gabriel
M.Brasó, se recomendó a
Escarré que dejase una tem¬
porada el Monasterio y no di¬
ficultase las tareas de go¬
bierno de Brassó. Aceptó de
buen grado Escarré y hasta
se conserva una carta del
mismo en la que afirma que
fue él quien sugirióla impo¬
sibilidad de continuar en
30
Montserrat. Pero a! mes si¬
guiente, marzo de 1965, es¬
cribía al obispo de Vich que
dejaba Cataluña por las pre¬
siones que el Gobierno de
Franco había ejercido sobre
la Santa Sede. «Esta indica¬
ción de la Secretaria de Es¬
tado es la única y auténtica
causa de mi alejamiento».El
citado director de E! Espa¬
ñol, Ruiz Avúcar, apostilla
que la verdadera razón era
que un «ochenta y seis por
ciento de ios monjes», exac¬
tamente, le eran hostiles.
Esta afirmación porcentual,
a pesar de constatar la divi¬
sión de la comunidad por
aquellos días, no ha sido po¬
sible confirmarla con los da¬
tos extraídos de la abadía.
Ruiz Avúcar atribuye a Es-
mr
carné («Crónica agitada de
ocho años tranquilos, 1963-
1970») incansables activi¬
dades v maniobras en el ex-
tranjero para desestabilizar
el Régimen. Entre ellas,
«destacan los contactos con
Alvarez del Vavo que dirigía
desde Milán una acción te¬
rrorista contra nuestra na¬
ción». También afirma que
«las primeras declaraciones
del ex abad al llegar a Italia
fueron a «L'Unitá», órgano
oficia! del Partido Comunista
italiano». Cuáles fueran las
causas del brusco viraje de
Escamé, ai cambiarla volun¬
tarle dad de su salida en un
destierro forzado, no parece
haber, por el momento, ele¬
mentos serios de juicio que
puedan aclarar as. Sólo ca¬
ben las conjeturas. En este
terreno, no parece descabe¬
llado suponer que si las ac¬
tuaciones de Escarré habían
estado en los últimos años
constantemente politizadas
y como políticas habían sido
det inida s sus decl araciones a
Le Monde, política habría de
ser también su salida hacia
Viboldone, De hecho, 1 legó a
tener casi, tanta resonancia
como aquéllas. «Para inter¬
pretar el hecho sin ninguna
suerte de dudas tendríamos
que disponer de la documen¬
tación del Vaticano y de los
archivos de la Embajada de
España en Roma, del Minis¬
terio de Asuntos Exteriores v
de i a Nunciatura de Madrid,
archivos evidentemente ce¬
rrados a cal y canto durante
muchos años». Esta es la
opinión de quien, posible¬
mente, con más sistematiza¬
ción y continuidad ha estu¬
diado la historia del Monas¬
terio, Josep Massot i Munta-
ner. El PadreAureli M. Esca¬
rré, abad de Cataluña, murió
en Barcelona, el 21 de octu¬
bre de 1968. EÍ 24 era ente¬
rrado en Montserrat en olor
de multitudes.
Franco sin palio
Tal afición le tenía el Invicto
a Montserrat que momentos
hubo en que el gobernador
de tumo amenazaba al dís¬
colo Monasterio, como si de
un castigo se tratase:
«Franco no volverá a Mont¬
serrat». Y volvía. 1966 fue la
última visita. Con Escarré en
el exi lio debió pensar que era
la ocasión propicia para res¬
taurar un sistema de rela¬
ciones excesivamente dete¬
riorado. Era dudoso que se
restableciera la paz y ante
estas dudas los organizado¬
res recurrieron a un truco
constante en las manifesta¬
ciones de adhesión franquis¬
tas: llenar el Monasterio de
autocares repletos de fervo¬
rosos que asegurarían una
recepción multitudinaria y
entusiasta. Pero algo empe¬
zaba a marchar mal. El abad
Brassó se hallaba de viaje
por el extranjero, circuns¬
tancia que ninguna autori¬
dad del séquito instalado en
Pedralbes se atrevía a comu¬
nicar al Jefe del Estado. Por
primera vez, el habitual re¬
frigerio que el Caudillo se
hacía servir desde Pedralbes
se suspendió. El camión de
avituallamiento llegó hasta
la abadía, pero alguien le dio
orden de regresar. En ausen¬
cia del abad, Franco fue re-
El dictador durante una aloeudán ante las Cortes
31
cibido por el prior . Cassia
Tust. al que ni dirigió la pa¬
labra. Por primera ve/.,
Franco no entraba en el tem¬
plo bajo palio. Pero ello no
tenía la intencionalidad po¬
lítica que entonces se le
quiso >.iar. Ocurrió, simple¬
mente, que el Concilio Vati¬
cano II había prohibido el
uso de i palio para meneste¬
res semejantes. A pesar del
Vaticano n, el retintín del
desaire quedó en el ambien¬
te. 1 ¡aricano Goñi, cuando
poco después se encargó del
Gobierno Civil de Barcelona,
llegó a preguntar, pesaroso
de que hasta la Liturgia se
hubiese puesto tan in¬
oportunamente en contra,
«¿Porqué tenían que empe¬
zar ustedes?». Contraria¬
mente a lo que había ocu¬
rrido en anteriores visi tas en
las que el silencio y el reco¬
gimiento eran las notas do¬
minantes, esta vez el públi¬
co, el entusiasta de ios auto¬
cares, aplaudió en el templo
la presencia del general. Por
ello, el padre prior, termina¬
das las ceremonias, pidió
d iscuI pa s a Su Excelencia. A
lo cual Su Excelencia con¬
testó con laconismo castren¬
se: «gracias». Fue la única
palabra que pronunció a lo
largo de toda la visita. Y par¬
tió. El evidente abandono de
la gracia divina lo pagó el
Gobernador Civil de Barce¬
lona que lúe cesado al poco
tiempo. Un joven mon je, que
por entonces estudiaba en
Alemania, recibió una carta
de un compañero. En ella se
detallaba la presencia de
¡ raneo con bastante preci¬
sión v, finalmente, incluía el
juicio público y rotundo de
una de las autoridades
acompañantes: «estos frailes
de Montserrat son unos ca¬
brones». Y es que se habían
dado demasiadas coinciden¬
cias: la reforma de la Litur¬
gia, el viaje por extranjero
del padre abad, el traslado a
Génova de una reunión
mundial de abades prevista
para aquellos días en la aba¬
día. Y un hecho, no casual
sino consecuencia directa de
la represión, que, aunque no
inlluvera directamente e n el
tono de la visita, había aler¬
tado la conciencia del clero
de Cataluña: los sucesos, aún
muv recientes de la Vía La-
*
yetan a.
La paliza de Vía
Layetana
La marcha pacífica y silen¬
ciosa que ciento treinta sa¬
cerdotes iniciaron el 11 de
mavo de 1966 desde la cate-
dral hacia la Comisaría de
Via Layetana terminó en una
granizada de golpes. Los he¬
chos golpearon duramente
sobre los ánimos, ya bás¬
tente tensos, de los curas ca¬
talanes. Esto, aparte de que
los guardias golpearan pre¬
cisa e implacablemente ton¬
suras y sotanas. «Puede que
nuestros hermanos policías
se indignen», había aventu¬
rado cándidamente uno de
losoradores en la catedral. Y
vaya si se indignaron. El ob¬
jetivo de la marcha era en¬
trega r una carta al inspector
jefe de la Brigada de Investi¬
gación Social en la que se
P
Asamblea de Montserrat, durante tos anos 70* (Foto publicada en diciembre de 1980 en «Serra DOr»),
32
protestaba por los malos tra¬
tos al estudiante Joaquín
Boix Lluch. Los periódicos
fueron tan rotundos con los
manifestantes en su juicio de
intenciones, como los poli¬
cías con la contundencia de
sus porras. Por ello y ante la
imposibilidad de acceder a
la opinión pública se impri¬
mió en Montserrat un in¬
forme en el que explicaban
los sucesos. Esta especie de
pliego de descargo a punto
estuvo de ser intervenido por
la Policía. Pero cuando los
inspectores se personaron en
el Monasterio, ya Marcos
Taxonera había puesto a
salvo el fo! ; eto. Este comen¬
zaba: «Con el cuerpo dolo¬
rido y atacada nuestra fama
con palabras calumnio¬
sas...». la carta al inspector
jefe hacía hincapié en la
dignidad de la persona hu¬
mana predicada por la doc¬
trina de la Iglesia y promul¬
gada en la Declaración Uni¬
versal de los Derechos del
Hombre, «ninguna persona
será sometida a tortura ni a
penas o tratos crueles, in¬
humanos o degradantes».
Citaba algunos trozos de en¬
cíclicas y del Vaticano II y
exhortaba al señor inspector
jefe a «que también usted
promueva para con los ciu¬
dadanos un trato que esté
conforme con ellas». Parale¬
lamente, se enviaba otra mi¬
siva al arzobispo, doctor
Modrego, explicándole los
motivos de la marcha.
«Creemos que ante la perple¬
jidad y aun e! escándalo del
pueblo, que identifica a la
Iglesia con unas formas de¬
terminadas de poder, tene¬
mos la grave obligación de
ser signos y salvaguarda del
carácter de la persona hu¬
mana (...). Con este gesto no
queremos comprometer ofi¬
cialmente a la Iglesia, pero
(...) rogamos a V. Excia. que
acepte este compromiso
El atoad Just y Joan Miró, al 12 da mayo de 1975.
nuestro que, según nuestra
conciencia, cae plenamente
en el ámbito de nuestras más
graves y perentorias obliga¬
ciones pastorales...». A con¬
tinuación, los redactores del
informe pasaban a describir
los hechos. Transcribiré
parte de esta narración, al¬
gunos párrafos en catalán
para no desvirtuar la capa¬
cidad plástica ni la fuerza
expresiva de la misma, «Uno
de los agentes nos preguntó a
grandes gritos qué quería¬
mos. Uno de nosotros con¬
testó que llevábamos una
carta dirigida al serñor
Creix. Los agentes gritaron
que no querian ninguna
carta dirigida al señor
mos rápidamente. Contes¬
tamos que nos retiraríamos
de manera silenciosa, pero
que cogiesen la carta. Por
toda respuesta la fuerza pú¬
blica comenzó a pegarnos
con las porras. Hacía exac-
tamen te veinte segundos que
habíamos Negado». A partir
de entonces, todo puede re¬
sumirse en esta sencilla na¬
rración: «Aparagueren més
policies uniformáis i s,uni-
ren ais que esta ven flagellant
els sacerdots i religiosos.
Nombrosos agents de la Po¬
licía Secreta que, fins ale-
sohores, s, havien iimitat a
observar, es van afegir
també ais que pegaven.
Erem pegats amb un furor
est rany, a la cara al cap, a les
espatlles, amb porres, cops
de puny i puntades de peu».
Sin descanso la policía si¬
guió golpeando a diestro y a
siniestro y golpeaba, según
e! informe que estoy si¬
guiendo, «de la manera més
baixa, com la puntada de
peu al baix ventre». Las con¬
clusiones del escrito, califi¬
cado como «Información
privada a los militantes» y
con e! que se solidarizaban
una veintena de organiza¬
ciones religiosas, eran claras
y terminantes, aún insis¬
tiendo en la ausencia de mó¬
viles políticos de la marcha.
Véanse tres de estas conclu¬
siones, posiblemente las más
significativas: «La campaña
desencadenada por un gran
número de órganos de pren¬
sa, por la radio y la televi¬
sión, no sólo ha recurrido al
insulto, sino que ha sido ca¬
lumniosa ai acusar a los
33
Cuatro portadas de la revista «Serra D Or». Tres de ellas publicadas durante la Dictadura
sacerdotes de provocadores»;
«es sospechoso que la capa¬
cidad de escándalo se mani¬
fieste esta vez con tanta pro¬
fusión y que no haya, en
cambio, reacciones semejan¬
tes de escándalo nacional
ante las sesenta pesetas de
salario mínimo, ante la de¬
formación sistemática de la
información, ante los abusos
legales que impiden los de¬
rechos de libre asociación,
de reunión, de expre¬
sión, etc.»; «si alguno tiene
miedo de que el ponerse al
lado de los oprimidos puede
originar anticlerica ismo,
que piense si no ha originado
más al ponerse del lado de
los poderosos. Nosotros, con
nuestro gesto, hemos que¬
rido adoptar una actitud
evangélica a íavor de los po¬
bres y de los que sufren ». En
Madrid, siguiendo las direc¬
trices del gobernador de
Barcelona, Acedo Colunga,
se seguía pensando que las
reacciones antirrégimen de
los curas cata lañes eran cosa
de una minoría exaltada,
manejada por el abad de
Montserrat. Mas lo cierto era
que, sin ser un fenómeno ge¬
neralizado, debido sobre
iodo a la postura correctora
del arzobispo, la contesta¬
ción y el compromiso polí¬
tico se iban ampliando a ex¬
tensas parcelas del clero ca¬
talán.
Casiá Just, tras los
pasos de Escarré
«Este señor es peor que el
otro», cuentan que exclamó
Franco cuando conoció las
declaraciones que Cassiá
Just concedió a la Televisión
bávaraen 1969. Siguiendo el
ejemplo de Escarré, cuyos
criterios no siempre había
compartido, el abad electo
en 1966 en sustitución de
Brassó denunció lia tortura.
El Gobernador, a la sazón
Garicano Goñi, llamó a capí¬
tulo ai abad. Se produjo una
reunión bastante tensa y el
irritado Gobernador con¬
minó a que explicara si aque¬
llas afirmaciones, cuya
transcripción tenía delante,
eran o no ciertas. El Abad
respondió que sí, que en li¬
neas generales aquello res¬
pondía a sus palabras, pero
que él sólo se refería al País
Vasco. Descartada la tortura
al ámbito catalán, Garicano
Goñi pareció más aliviado. Y
para reafirmar su inocencia,
según un testigo presencial,
mandó entrar a un comisario
v preguntó a los presentes,
«a ver, ¿tiene este hombre
cara de torturador?». A
modo de reconvención, Ga¬
ricano indicó a Cassiá Just
que los «trapos sucios se la¬
van en casa», a lo que el be¬
nedictino respondió que lo
haría si se le permitiese. No
estaba el Gobierno, que
aquellos días había decre¬
tado el estado de excepción
en Euskadi, para tales per¬
misiones. Y, según cuenta
Franco Saigado-Aí aujo en
las «Conversaciones» con su
primo, éste estaba tremen¬
damente irritado con Just.
34
Esto es, textualmente, lo que
el Jefe del Estado habría
manifestado: «En vez de ha¬
cerse eco de todas esas ca¬
lumnias, hubiera debido
darme cuenta de todo ello,
aportando testigos y pruebas
(...) sobre esos supuestos
abusos que con tanta lige¬
reza se delatan (...). Jamás el
clero y la comunidad de
Montserrat se quejaron de
ningún atropello contra la
Iglesia católica en la época
de la Segunda República
marxista-comunista v anár¬
quica. Estuvieron callados,
vistiendo de paisanos y sin
chistar lo más mínimo...» Se
pidió permiso a la Santa
Sede para procesar a Cassiá
Just, pero fue denegado. Casi
dos años después, a poco del*
proceso de Burgos, el Papa
recibió al abad a quien co¬
mentó en tono humorístico:
«Estoy muy contento de co¬
nocer a un hombre tan famo¬
so», Finalmente, le hizo una
recomendación: «Recibid
siempre a todos». En resu¬
men, Cassiá Just había de¬
clarado que «un Régimen
que apoya materialmente a
la Iglesia, pero que, de un
modo imperceptible, la ha
amordazado durante treinta
años, es la tragedia de la
Iglesia española». Uno de los
principales pilares de legi¬
timación del Estado del 18
de julio, su catolicismo, otra
vez duramente cuestionado.
Y sobre el tema crucia í de la
irritación del Gobierno, la
tortura, declaraba que ésta
estaba a la orden del día v
que conocía personalmente
a algunos de los torturados.
Al detenido, decía, «no se le
permite dormir v luego,
atado de pies y manos, se le
cuelga cabeza abajo desde
un tercer piso y se le ame¬
naza con cortar las cuerdas».
La «tancada» contra
el proceso de Burgos
La suerte estaba echada para
los procesados de Burgos. De
él saldrían contra los presos
vascos nueve condenas a
muerte y casi quinientos
años de cárcel para repartir
entre catorce etarras, impli¬
cados, según la acusación, en
la muerte del comisario Me-
litón Manzanas.
No España, Europa entera
había sido aquellos días de
di ciembre del 70 un hervi¬
dero de pasiones políticas. Al
finalizar el juicio e iniciar
Mario Onaindía el canto del
Eusko Gudaríak, los etarras
habían, en parte, conseguido
trazar en sus distintas inter¬
venciones las líneas políticas
de ETA. Lo que empezó
siendo un proceso contra el
vasquismo, se convirtió en la
ca lie en un proceso al Régi¬
men. Y daría lugar a una
movilización de los intelec¬
tuales catalanes con reper¬
cusiones de largo alcance.
Escritores, actores, directo¬
res de cine, cantantes y pro¬
fesionales de distintas ramas
hasta llegar al número de
300 se encerraron en Mont-
35
serrat en señat de protesta.
Empezaron a llegar el sába¬
do, día 14, al mediodía y por
la tarde ya se habían consti¬
tuido en Asamblea. Allí per¬
manecieron hasta la mañana
del lunes en que el abad ne¬
goció las condiciones de la
«rendición». Allí permane¬
cieron quienes se quedaron,
la inmensa mayoría. Hubo
otros que prefirieron pernoc¬
tar el sábado en Barcelona v
cuando el domingo quisie¬
ron reincorporarse al grupo
hallaron el Monasterio cer¬
cado por la Guardia Divil.
Tapies y Miró apenas si per¬
manecieron media hora en el
santuario. Miró se sumaría
al manifiesto de la Asamblea
al día siguiente, desde un ho¬
tel barcelonés. Negaría des¬
pués, en un periódico de Ma¬
llorca, su adhesión, para rea-
firmarla posteriormente.
Hacía frío, un frío tremendo,
lo que podía irritar aún más
a los sitiadores si el encierro
se prolongaba. La inclemen¬
cia del tiempo no evitó la lle¬
gada de algún peregrino con¬
tumaz que pasó inadvertido
algunos controles, se perdió
por alguna trocha v al final,
sorprendido y sobresaltado,
se encontró con las metralle¬
tas. El aislamiento del san¬
tuario fue pingresivo hasta
cortar la comunicación tele¬
fónica. Recibidas las prime¬
ras adhesiones desde Tou-
louse v distintos puntos del
extranjero, durante varias
horas fue imposible hablar
con el Vaticano. La comuni¬
cación le fue cortada hasta al
mismo Gobernador Civil,
justo cuando le decía a Cas-
si á Just: «Esto que le voy a
decir se lo digo confiden¬
cialmente...». Nunca se ha
llegado a saber la naturaleza
de la confidencia que Tomás
Pe lavo Ros iba a hacerle al
abad, Con suspicacias den¬
tro v con tensiones dentro y
•/ *<
tuera, el abad que había re¬
cibido a los asambleístas con
las palabras, «sed bienve¬
nidos y permaneced aquí el
tiempo que juzguéis necesa¬
rio», seguía las negociacio¬
nes. Cuando se captó en la
emisora de la Guardia Civil
que se iba a poner en prác¬
tica la operación «Mano de
pintura», al parecer ocupa¬
ción del Monasterio, se deci¬
dió que era preferible salir.
La Asamblea ya había apro¬
bado un documento que se
tradujo al castellano, inglés,
francés y alemán, i íubo que
unificar el contenido de las
distintas versiones idiomá-
ticas, pues dada la heteroge¬
neidad de las tendencias en
la Asamblea, se habían in¬
troducido algunas variantes
reveladoras de esa dispari¬
dad. Asi, en el texto alemán,
la palabra democracia se ad¬
jetivaba de popular (la ver¬
sión publicada por Le
Monde dice Etat authenti-
quement populaire), y en la
versión castellana, en la
frase «nosotros intelectuales
catalanes», un misterioso
viento barrió el gentilicio. El
Manifiesto se solidarizaba
con los militantes de ETA
«acusados de luchar por el
socialismo y por los derechos
nacionales del pueblo vas¬
co»; trazaba, en un rápido
anál isis, el esquema de la si¬
tuación política en España
—legislación represiva, sis-
36
Tarradellas. »¡«ndo presidente de la Generalidad, recibe en su despacho oficial al abad de Montserrat, Casia Maria Juat.
tema político anacrónico,
torturas y sevicias físicas y
morales» negación sistemá¬
tica de la libertad de expre¬
sión y derechos de los pue-
naciones—, «que
constituyen el Estado espa¬
ñol, ignorados y reprimidos
en beneficio de una preten¬
dida unidad nacional». Fi¬
nalmente, exigía amnistía
general, abolición deí de¬
creto-ley sobre bandidaje y
terrorismo v de la pena de
muerte y reconocimiento del
derecho de autodetermina¬
ción. Como «un verdadero
desafío, un desafío sin pre¬
cedentes de la intelectuali¬
dad catalana», calificó Le
Monde el escrito. Desafío por
desalío, días antes el capitán
general de Cataluña, Pérez
Viñeta, había sido muy ex¬
plícito: «El Ejército no está
dispuesto de ninguna ma¬
nera a permitir la vuelta del
desorden que va una vez
puso 3a patria en peligro. Si
es necesario se 1 levará a cabo
una nueva Cruzada a fin de
limpiar nuestra patria de
hombres sin Dios v sin Ley».
Acerca de si era posible la en¬
trada Je los guardias en el
recinto monacal sin violar
derechos de la Iglesia, Mar¬
cos Taxonera afirma que
teóricamen te no, pero que en
la práctica era totalmente
posib e. En España, después
del Concordato, los edificios
jurídicamente menos defen¬
didos eran los de la Iglesia.
Aquel dice que éstos no se
podían allanar, sino en caso
de extrema necesidad en
cuya circunstancia se le co¬
municará posteriormente al
obispo. AI no desarrollar en
un reglamento qué puede en¬
tenderse por «extrema neee-
si dad», esto queda a criterio
del Gobernador, extremo
sobre e! que no puede decidir
tratándose de un edificio ci¬
vil». Las garantías dadas al
abad fueron que no habría
represalias y que no se re¬
tendría la documentación,
que bastaría simplemente
enseñar el carné a la salida.
Salió primero el abad v al-
gunos monjes y después Pere
Portabella —decisivo en la
iniciativa y desarrollo del
encierro— quien, en cum¬
plimiento del acuerdo, se
negó a entregar su carné, A
partir de ahí, la simple exhi¬
bición del mismo fue sufi¬
ciente. A pesar de todo, algu¬
nos prefirieron escapar a
través de la montaña y algún
otro optó por seguir tempo¬
ralmente en e.l Monasterio.
No les faltaba razón, pues al
poco tiempo empezaron las
citaciones, las multas, las re¬
tiradas de carné y hasta al¬
gún que otro encarcelamien¬
to. Jordi Carbonell, por
ejemplo.
Conclusión
Ultimamente Montserrat es
menos pródigo en hechos es¬
pectaculares como los que
aquí se cuentan. En el fondo
lo que allí se desarrolló fue
una labor de suplencia, una
aproximación a situaciones
y actitud es imposibles para
organizaciones que, o ha¬
bían desaparecido o se man¬
tenían en una precaria clan¬
destinidad. La relativa nor¬
malización de los últimos
años ha trasvasado respon¬
sabilidades y protagonis¬
mos. Tal como van las cosas,
afirmar que no habrá que
volver a las andadas, a las
«suplencias» es una afirma¬
ción que yo no me atrevo a
hacer. ■ j. V.
37
k
LIBROS Y REVISTAS CONSULTADOS
LESGLESIA CATALANA ENTRE LA
GUERRA I LA POSTGUERRA.- Josep
Massot i Muntaner.
AURELIM. ESGARRE, MONTSERRAT ES
VOSTRE. TEXTOS DE BELOSCOAIN A
VIBOLDONEr- Edición de Massot i Mun¬
taner.
ELS CREADORS DEL MONTSERRAT
MODERN.- Josep Massot i Muntaner.
HISTORIA DE MONTSERRAT-- Anselm
M. Albareda.
CATALUÑA BAJO EL REGIMEN FRAN¬
QUISTA.- Josep Benet.
CORONA LITERARIA OFERTA A LA
MARE DE DEU DE MONTSERRAT.
CULTURAS EN LUCHA: CATALUÑA.-
Félix Población y Javier Villán.
CULTURAS EN LUCHA: EUZKADL- Félix
Población y Javier Villán.
MIS CONVERSACIONES PRIVADAS
CON FRANCO .-Franco Salgado-Araujo.
CRONICA AGITADA DE OCHO AÑOS
TRANQUILOS, 1963-197Ó,- Angel Ruiz
Ayúcar.
DOS AÑOS AL FRENTE DEL GOBIERNO
CIVIL DE BARCELONA - Barba Hernán¬
dez.
Re vistas
SERBA D OR
EL ESPAÑOL
LE MONDE
GERMINABIT Y SERRA D'OR
N febrero de 1955 nacía
Serra D'Or. Una publi¬
cad ó n emhrio na ría,
una circular informativa del
Coro de Montserrat, de cuatro
páginas. Un acto voluntarista
y artesanal debido, sobre todo,
al entusiasmo literario y al
amor a la lengua de un traba¬
jador del Monasterio, un vigi¬
lante llamado Manuel Bardi-
na. Integramente en catalán
aunque en números posterio¬
res una elemental estrategia
pos ib i lista la convirtiera en
bilingüe. Con Bardina, dos
empleado s adm in istrat i vos,
dos «lletraferits», igualmente
tocados de ala por el entu¬
siasmo: Joan Espinach y
Ramón Riera. Con alternati¬
vas id iomá t icas ir regula res
Serra D’Or, llega al año 1959
en que se funde con Germina-
bit, de antigüedad del 49 y
«órgano» de los antiguos es¬
colares de Montserrat, diri¬
gida por Josep Benet. En el 57
Serra D'Or había reunido ya
•r
f irmas de cierta resonancia en
el catalanismo militante,
como Joan Triadú, Maurici
Serrahima, Alexandre Cirici,
Ramón Muntanvola, Lhtis
38
Serrahima, etc. En el 56, Jo¬
sep Benet, siempre con el obje¬
tivo de hacer de Germinabit
tina revista de información
general de largo alcance, in¬
corporó a su redacción uni¬
versitarios que le dieron otro
aire: Albert Manent, Max
Cahner, Ramón Bastardas,
que progresivamente arrastra¬
ron tras de sí un buen número
de reconocidos hombres de la
cultura, además de los que ya
eran habituales, desde hacía
poco tiempo, en Serra D'Or.
Las dificultades de ambas re¬
vistas en estos primeros tiem¬
pos no fueron sólo económi¬
cas, sino también de índole
gubernativa. En el 59, Acedo
Col ¡triga las calificaba en su
«informe confidencial » a
Alonso Vega como peligrosos
focos de separa ti smo. Antes,
en el 57, una antología, titu¬
lada « Fragmentsde poética d,
alguns literáis de tota Catalu¬
nya gran», había motivado
una seria advertencia del Go¬
bernador a su antagonista
Escurré que se solvento car¬
gando el muerto a la inexpe¬
riencia de un joven monje, el
hoy abad Cassiá Just, que fue
«fulminantemente d est i lui¬
do». Los textos se habían im¬
preso sobre el fondo de un di¬
bujo de los Pai sos Catalans, la
enseña cuatribarrada v el es-
cudo de Montserrat. Poco des¬
pués de la bronca con el Go¬
bernador, Escurre llamó a
('assia Just y le dijo: «Estáis
destituido, pero os vuelvo a
nombrar enseguida». La im¬
portancia de Germinabit v Se¬
rra D’Or en aquellos tiempos,
fue sobre todo, que introduje¬
ron una cierta normalización,
una incipiente normalización
embrionaria, en la anormali¬
dad que cercaba la más mí¬
nima aspiración catalanista.
De ahí que la protección e im¬
pulso que les dio Escarré haya
sido calificado como «la apor¬
tación mas importante del
abad a la cultura catalana».
En la fusión del año 59, Ger¬
minabit aportó el equipo lite¬
rario y Serra D’Or el nombre.
Puede decirse que la revista re¬
sultante, adquirió un carácter
más profesionalizado, perio¬
dísticamente hablando, con el
consiguiente desphizumiento
del equipo fundador. El pri-
ner director de la nueva etapa
( ite Jordi Pirtell que, en tiem-
oos del abad Brassó, fue susti¬
tuido por Maur M. Boix, ac¬
tualmente a la cabecera de la
publicación. Serra D’Or au¬
mentó sus problemas con
Fraga en Información, año
64, que pretendía que se some¬
tiese a censura como cual¬
quier otro medio de comuni¬
cación. A este respecto,
Brassó escribía el citado año
al delegado provincial de In¬
formación en Barcelona,
Jaime Delgado, reafirmando
los privilegios eclesiásticos de
Serra D Ür, «órgano de la Co¬
fradía de Nuestra Señora de
Montserrat Es una publi¬
cación que, en virtud del Con¬
cordato, se encuentra ya lega¬
lizada desde el primer mo¬
mento y no necesita autoriza¬
ción ni censura para ser edi¬
tada». En otro lugar de la car¬
ta, el abad Brassó, a quien
Massot i Man tañer considera
decisivo en la marcha de la
Revista, manifiesta al poeta
funcionario de Fraga su «pe¬
sar por su intervención en la
tipografía que trabaja para
nuestra imprenta, poco antes
de nuestra entrevista y sin ha¬
blarme para nada de ello».
En la actualidad, la sensación
que transmiten algunos me¬
dios próximos a Serra D'Or es
que ésta, con sus 17.000 ejem¬
plares de tirada, su carácter,
todavía de resistencia cultu¬
ral, continúa haciendo una
labor que, en estos tiempos, ya
no debiera corresponderle. Lo
que pone en evidencia que la
cultura catalana, a pesar del
Estado de las Autonomías de
tan abstracta formulación e
invisible realización, está
muy lejos de la normalidad. ■
Un# vista general del Monasterio de Montserrat
Felipe C. R. Maldonado
43
m 1L volumen que ha suscitado con los recuerdos este artículo encie¬
lé rra, pese a sus cortas dimensiones, un conjunto heterogéneo al
que dan unidad el sujeto, Gustavo Durán, y la circunstancia,
nuestra guerra civil (1), Comprende una conferencia que leyó Durán en
Dartington Hall, Inglaterra, finalizando 1939, de la que se conserva el
original castellano, una versión inglesa, «aproximada y bastante reduci¬
da», y un fragmento con una serie de apuntes, asimismo en inglés,
independiente al parecer de la conferencia en tomo al mismo tema. Es
una lástima que el editor no haya publicado la totalidad de los textos
ingleses, aunque los hubiera utilizado, como hace cuando lo juzga conve¬
niente, para apostillar el original castellano . A título de apéndices in¬
cluye el fragmento conservado de un diario de campaña, unas notas de
agenda, unas páginas sobre la batalla de Teruel debidas a Durán, y el
extracto de una carta que dirigiera éste a Hugh Thomas . Por último,
cierra la miscelánea un capítulo del libro Front de la liberté. Espagne.
1937-1938, en el que Simone Téry reunió las crónicas que había publi¬
cado en la prensa francesa, dedicada la que se ha escogido a Gustavo
Durán .
di Una mseñanza de la guerra española. Glorias y miserias de la Improvisación de un ejército, Madrid, edicio¬
nes Júcar, 1980,
Cavando trinch eras para ia defensa de Madrid. En esta tarea colaboro toda la población déla capital, durante los primeros meses de la
guerra civil.
41
O es mucho, desde luego, pero tam¬
poco abunda esta dase de material,
sin pretensiones autobiográficas y escrito
durante la contienda o a poco de haber con¬
cluido, cuando ideas y opiniones ganan es¬
pontaneidad aunque pierdan ponderación,
cuando la realidad vivida v las posturas
adoptadas no se han sosegado suficiente¬
mente ni están alteradas por la perspectiva
ni la profunda reflexión. A estas circunstan¬
cias entendemos que apuntan las considera¬
ciones iniciales de Durán acerca de la ver¬
dad, la realidad y la objetividad, al abordar
la conferencia en Dartington Hall.
La semblanza personal que hace Martín-Ar¬
tajo, editor del volumen, tiene muchos pun¬
tos reales, como corresponde a un conoci¬
miento directo del sujeto, bien que fuera en
sus últimos años; sin embargo, cabría seña¬
lar su presencia dentro del grupo de músicos
y musicólogos - ios Halffter, Salas Víu, Sa-
lazar— que acompañan en la residencia de
estudiantes a la generación poética del 27; la
ulterior aventura cinematográfica con Ed¬
gar Nevílle, Benito Perojo e Imperio Argen¬
tina en los estudios de la Paramount; sus
primeras actividades políticas, de buena vo¬
luntad, en los mítines a favor del Frente Po¬
pular, poniendo su automóv il v su persona
como chófer al sen icio de María Teresa León
y de Alberti. viejos amigos. Por cierto, que en
estos viajes, el de Cuenca posiblemente, co¬
noció a otro personaje histór ico-literario,
Angel González Moros, obrero ferroviario,
miembro del comité de Castilla del PC y, al
cabo de unos meses, comisario del tren blin¬
dado en que Durán haría sus primeras armas
como combatiente. Los azares comunes de
ambos se v erían luego reflejados en L'Espoir,
de Malraux, bajo los nombres de Ramos y
Manuel, Angel y Gustavo, respectivamente.
De igual modo, hubiera sido útil una sucinta
«hoja de servicios» que ayudase a compren¬
der la evolución de Gustavo Durán y su pro¬
yección militar. Acaso Martín-Artajo igno¬
raba los datos, por lo que aportamos una
breve noticia que pueda servir de guía, si
alguien desea profundizar en la materia.
Abandonó el tren blindado al cabo de unos
meses y el mando del Quinto Regimiento le
encomendó la creación de la Motorizada;
quizás convenga precisar que no era una
unidad de combate, sino de un cuerpo absolu¬
tamente indispensable en la transición a
formaciones militares regulares: se trataba
de centralizar a todos ios motoristas que ser¬
virían de enlace entre los cuarteles generales
y los puestos de mando, encuadrando a los
hombres v atendiendo al entretenimiento v
reparación de las máquinas. No estuvo aquí
De izquierda a derecha, en la foto: el sargento Manzana, Buenaventura DurrutJ y Francisco Carroño. (Agosto de 1936).
42
... WWW
Hasta los niños coadyuvaron a la defensa da Madrid,
Los primaros conti rigentes de fas Brigadas Internacionales desfilan por las calles de Madrid» camino del cercano rrenie de batalla.
Milicianos, defensores de Ma dnd, leyendo-Solidaridad Obrera»,
durante un descanso en el frente de batalla
mucho tiempo, y tras cumplir esa misión
organizativa, la entrada en combate de Jas
brigadas internacionales y sus conocimien¬
tos de francés, inglés y alemán determinaron
su íncoi poración al Estado Mayor del gene-
ral Kleber(Larz Fakeete). A este período co¬
rresponden, precisamente, las anotaciones
del llamado «diario de campaña» recogidas
en el libro.
Estabilizado el frente de Madrid en aquella
zona, recibió la orden de organizar la 69 Bri¬
gada Mixta, que tuvo como núcleo principa:
el primitivo batallón de Leones Rojos, volun¬
tarios de la rama sindical del comercio ma¬
drideño, muy diezmado y los destrozados
restos de otros dos batallones de milicias.
Entendemos que las llamadas «notas de
agenda» pertenecen a este período de orga¬
nización y acoplamiento, que a los pocos días
acabó en Cara baña para iniciar su acción en
el Jarama en los combates del Pingarrón.
Luego habría que subir a Guadalajara, cu¬
brir bajas y participar en el ataque contra
Segovia, ocupando Cabeza Grande, donde
Durán caería herido. En julio del 37 le llega¬
ría la orden de formar la 47 División con las
Brigadas 34 y 69, que entró en fuego a prime¬
ros de agosto en Quijcrna. Cumplida la mi¬
sión y apenas retirada la unidad del frente, se
produjo el efímero paso de Durán por la sec-
Milicianas desfilando pof las calles de la capital de España»
44
ción madrileña del SIM (Servicio de Investi¬
gación Militar), que también se menciona en
el libro.
Reintegrado al mando de la 47 División, se
trasladó con la unidad a tierras de Cuenca,
donde se cubren bajas, los batallones y servi¬
cios adquieren sus cupos reglamentarios v,
por primera vez, se les somete a una prepa¬
ración concienzuda, cuya eficacia demos¬
trará la conquista dé la muela de Teruel en la
madrugada del 1.° de enero de 1938. Luego
de un breve descanso en A le ira, se refleja la
crónica de Simone Térv, volvió con sus hon -
w r
bres a ocupar posiciones en la serranía de
Teruel, defendiendo el Muletón junto a uni¬
dades internacionales; duras jornadas en las
que Duran hubo de ser evacuado v hospitali¬
zado unos días por agotamiento. Pasos que
siguieron casi todos los oficiales de su puesto
de mando.
Nuevo relevo, cuando parece que amainan
los ataques, y Duran debe salir urgente¬
mente con la 47 División para situarla al
norte de la sierra del Maestrazgo, sobre la
carretera que une Montalbán y Alcañiz. En
Aloorisa, frente al camino que baja de Ando¬
rra, y estudiando el mejor emplazamiento
para sus efectivos, preguntó a Modesto:
—¿Y ahora dónde está nuestra primera lí¬
nea?
—Pues, aquí —contestó Modesto sonrien¬
do—: Este, tú, yo, aquél... Y nuestros solda¬
dos más próximos, losdel último camión que
dejamos atrás.
El Trente se había hundido y se combatía con
dureza en Calanda y Alcañiz. i.as primeras
fuerzas que se aproximaron al segundo día
eran italianas, Fiamme Nere, llegaban en
formación cerrada por la carretera; los dos
motoristas que les precedían rebasaron la
primera línea sin advertirlo. Pero no había
un frente continuo, sino unidades a caballo
de las carreteras que bajan a Morella; una
clase de combate muy difícil con los flancos
descubiertos, y comenzó un largo repliegue
por las rutas del Maestrazgo. Al principio,
había soldados que lloraban de ira. En More¬
lla, con la 47 y restos de otras brigadas Duran
improvisó una Agrupación de Montaña que
al llegar a Vinaroz y quedar dividida la 47,
volvió a recomponerse como Agrupación de
Costa.
Al sur de Castellón, en Villarreal, se produjo
una reacción insólita y esta población se
llegó a perder y reconquistar hasta siete u
ocho veces luchando cuerpo a cuerpo. Poco
más abajo, al norte de Nules quedó por íin
estabilizado el frente, apovadoen las alturas
que bajan de Espadan. Salvo unas acciones
de división en apoyo de la campaña del Ebro,
ya no hubo más combates. Durán, ascendida
coronel, obtuvo el mando del XX Cuerpo del
Ejército.
LA CONFERENCIA
Aunque le demos ese nombre, ya se dijo que
es el original básico en castellano, que
El general Aojo visitando el frente de Madrid, a principios de 1037.
Martín-Artajo amplía y apostilla con frag¬
mentos de los otros dos manuscritos. Tiene
un doble carácter, narrativo, porque relata
la evolución y desarrollo del Ejército popu¬
lar, y reflexivo, por las consideraciones que a
menudo provocan los sucesos o las circuns¬
tancias que refiere. Durán no puede sus¬
traerse a su condición de protagonista, cual¬
quiera que sea la dimensión real de ese pro¬
tagonismo, para limitarse a exponer unos
hechos; y si por razones éticas y de objetivi¬
dad rechaza el comentario justificativo, la
clara conciencia de una responsabilidad
asumida libre v razonadamente le mueve de
continuo a esbozar juicios, a extraer conse¬
cuencias. Guando eriel párrafo inicial afirma
que no habla püira la Historia, no hace retóri¬
ca, sino que puntualiza el intento de sinceri¬
dad subjetiva con que trata de afrontar el
tema. Cuando los fragmentos intercalados
de los otros dos manuscritos concretan o
modifican algún punto de vista, se pone pre¬
cisamente de manifiesto ese valor de refle¬
xión en voz alta que tiene la conferencia;
reflexión inevitable tras una tremenda crisis
a la que cada uno de sus personajes aportó su
grano de arena.
Traza una noción retrospectiva del conte¬
nido revolucionario que la guerra del 14
tiene para España, para la renovación y am¬
pliación de una conciencia social; subraya la
importancia ideológica que adquiere una
minoría intelectual burguesa y su fracaso en
la política práctica; apunta la represión del
34, el triunlo del Frente Popular y el enfren¬
tamiento social que acaba en oposición ar¬
mada. Introduce aquí unas consideraciones
acerca del pronunciamiento, como fenó¬
meno histórico, y de las psicosis de pronun¬
ciamiento que precedió a la guerra, en las
que se aprecian opiniones altamente sugesti¬
vas —sobre todo en los momentos actuales—,
porque siendo muy probable que por aque¬
llas fechas preliminares Duran compartiera
la postura negativa que denuncia tres años
más lardeen la izquierda, su prolongada ex¬
periencia militar y la relación personal con
Rojo, Menéndez, Laiglesia e incluso con el
que fue jete de Estado Mayor del XX Cuerpo
del Ejército durante un año, militares profe¬
sionales todos ellos, le hicieron reconsiderar
los factores de la situación real y apreciar
mejor ¡os errores cometidos.
Sin embargo, las vivencias quedan tan pró¬
ximas cuando escribe su conferencia, que la
narración de los primeros días de lucha está
marcada y determinada por factores emo¬
cionales, donde el raciocinio trata de poner
orden o de buscar explicaciones: «Podríamos
llamar al primer período de la guerra el pe¬
riodo de la desorganización organizada» (en
otro momento vacila y escribe «organización
desoí ganizada») ¡ v prosigue: «En el caos
aparente de España, ciertas leyes no formu¬
ladas, derivadas del entusiasmo y la espe¬
ranza existentes, permitían conjugar —ru¬
dimentariamente, desde luego—^ los esfuer¬
zos ind ividua les... De mí sé decir que durante
las distintas lases de mi mando jamás me vi
ame una situación que por si mismo o con la
La lucha en la Ciudad Universitaria (frente de batalla), en noviembre de 1936.
46
Cartel original cíe Conlreras, publicado por la Junta Delegada de
Oetensa de Madrid.
espontánea ayuda de los demás no pudiera
fácilmente resolver. Nunca me vi desasistido
de la colaboración ajena, Nada parecía insu¬
perable. ¿ Era la guerra o io concreto de nues¬
tros ideales lo que nos llevaba a obrar así?».
Esta idea que debió de acosarle mucho, como
veremos al final de la conferencia V que in¬
cluso apostilló con el recuerdo de San Mar¬
cos (16, ! 8), se nos antoja un auténtico pro¬
blema de conciencia en Gustavo Duran,
puesto que incluye una crisis ideológica y un
profundo sentido de la responsabilidad. Este
último, y no el principio de eficacia que
apunta Martín-At tajo, entendemos que es el
factor determinante de los juicios que le me¬
recen algunas conductas. Por ejemplo, el
principio de eficacia cabe aplicarlo al con¬
traste que Durán señala entre la conducta,
incluso militarmente organizada, de algunas
unidades «cuyos soldados han perdido la
guerra sin haber hecho nada por ganarla» y el
provecho obtenido por las fuerzas de Franco
aplicando las ventajas de que disponían o las
que hallaban dispuestas. Durán ilustro este
pasaje con un suceso que no recoge en el
texto, limitándose a indicar «Anécdota de
Arniches y las trincheras». Se trata del hijo
del comediógrafo, arquitecto y adscrito a la
Escena de la defensa de Madrid, (al fondo el Hospital Clínico), de la película «Morir en Madrid».
47
Brig artistas internacionales, en las calles de Madrid, antes de dirigirse ol cercano frente de batalla
Junta de Fort ideaciones de Madrid; hubo de
intervenir en la construcción de las que se
hicieron en ql sector del Jarania, y comen¬
taba luego lo contrariado;
— Chico, hacemos unas trincheras estupen¬
das, con sus casamatas, sus refugios, sus li¬
neas de evacuación, perfectas. Pero apenas
las tei minamos, zas, se nos llenan de moros.
¡Mala suerte, chico, eso es lo que nos pasa,
que tenemos muy mala suerte!
La eficacia de Amiches y sus hombres, que¬
daban a salvo, su responsabilidad también;
pero no sucedía lo mismo con los que debían
ocupar y defender aquellas obras, ni con ios
responsables, convertidos en oficiales, que
les mandaban. Léase despacio el párrafo de
la conferencia transcrito arriba y se apre¬
ciará el valor que concede a la voluntad res¬
ponsable. Coito bora esta interpretación otro
suceso cuya veracidad puedo garantizar. En
diciembre de 1937, poco antes de acudir a
Teruei, Duran estuvo recorriendo las líneas
propiasen los Montes Universales; uno de los
sectores le dejó muy bien impresionado por
la calidad de las i orificaciones v por el
acierto con que se había estudiado y estable¬
cido el plan de luego de las armas automáti¬
cas. Al retirarse, preguntó al oficial que sir¬
viera de guía y acompañante quién tenía el
mando de aquellas posiciones. La contesta¬
ción fue terminante: Nadie, aquí somos de la
FAI. Comentando la respuesta, ya de vuelta,
Duran distinguió: Políticamente v desde su
ir
punto de vista, correcta; pero militarmente,
un desasí re.! 1 Ejército no es Fuenteovejuna.
Atribuye Duran al general Rojo las líneas
maestras de la organización del ejército po¬
pular. y juzga que llegó bajo su dirección «al
límite de eficacia» que podíamos alcanzar;
aunque la sustitución del regimiento por la
Brigada Mixta no rindiera cuanto se espera¬
ba (2), la «disciplina llegó a ser casi perfecta en
el Ejército». Desde luego, la batalla del Ebro
resulta inconcebible de todo punto en térmi¬
nos del año 36. De la que pudiera llamarse
disposición formal, pasa Duran a examinar
el estado de ánimo de los hombres que for¬
maban las unidades. Frente a la que fue con¬
testación habitual en una sucesión de adver¬
sidades: « No pasa nada, y si pasa, no impor¬
ta», que considera símbolo de una «heroica v
consciente indi lerenda», duda si era fruto de
la naciente disciplina, de la pérdida de fe
(que conlleva la pérdida de la noción del va¬
lor de las cosas, incluido el de la propia vida),
o si precisamente nacía de que la fe en sí
mismo era más acendrada que nunca en la
desgracia. Cita una frase de Napoleón; «la
moral lo es todo», pero i a desvirtúa cuando
idem ¡íka moral y fe, afirmando que «la fe en
la causa por la que se lucha puede recompen¬
sar (¿a veces?) la desventaja de estar mal
equipados»; o bien, «las batallas se pierden,
<2) En este pasaje Duran intercala tina cita de Virgilio en
latín, amitnt alterna carnee na (las musas gustan de la al¬
ternativa), que parece haber desconcertado al editor.
no en el campo donde éstas se libran, sino en
la imaginación del general y del soldado. La
derrota es una pérdida de te». Se entiende
que esto suceci adentro de una cierta correla¬
ción de fuerzas; sin embargo, insisto en que
Durán parece identificar dos virtudes mili¬
tares distintas: la moral v la fe en la causa
defendida; la adversidad puede hundir la
primera sin alterar la segunda, en tanto que,
a la inversa, cabe mantener la moral en ra¬
zón de los éxitos aunque la fe desaparezca
por motivos personales.
Más arriba hemos señalado la importancia
que Durán concede a la fe, pero al llegar a
estas apreciaciones finales no es fáci l deslin¬
dar cuándo son juicios objetivos y cuándo
afloran sus propios problemas de conciencia
en la valoración general. En una de las frases
con que cierra la conferencia en su versión
inglesa, dice que la historia de la guerra civil
en el campo republicano «es la historia de un
país dirigido por un Gobierno que alcanzó
por primera vez su plena capacidad de ren¬
dimiento sólo unas pocas horas antes de su
muerte». Tal afirmación, aunque discutible,
se corresponde con la visión de un ejército
popular casi maduro poco antes de abando¬
nar las armas. Y Gustavo Durán es cons¬
ciente de que él es uno de los que ha contri¬
buido, dentro de unos límites, a ese perfec¬
ción amiento gradual. Los hechos y juicios
expuestos pueden estar deformados por i a
inmediatez, pero el sentido de responsabili¬
dad compartida interfiere también a la hora
de concluir la conferencia y de extraer unas
conclusiones.
Pocos días antes de abandonar definitiva¬
mente el Cuartel General del XX Cuerpo del
Ejército, hubo de viajar una noche a Valen¬
cia. Durante el trayecto hizo con el oficial
que le acompañaba un apresurado análisis
de la situación militar: pérdida de Cataluña,
decisión de Casado en Madrid con la inevita¬
ble fisura política en los mandos, y moral de
las propias fuerzas en aquel!as circunstan¬
cias. ¿Hasta qué punto los veteranos volun¬
tarios mantenían alguna esperanza, y en qué
medida el grueso de las unidades procedente
de reclutas conservaría la moral teniendo
que combatir y retroceder? El Partido Co¬
munista proponía una retirada lenta y dili-
cultosa para dar tiempo a que Alemania co¬
menzase su agresión militaren Europa. Du¬
ran v otros jefes convocados rechazaron tal
posibilidad. En efecto, la idea de la denota
militar estaba en la mente de todos y no era
fácil percibir que la batalla por la libertad
había cambiado de frente, V que la fe necesa¬
ria exigía otros fundamentos que la surgida
el 1 8 de julio.
DIARIO DE CAMPAÑA
Ocupa 19 hojas de bloc y corresponde a los
días del 1 1 de noviembre al 1.° de diciembre
de 1936, aunque falten datos de los días 26 a
29 y la información del 21 remite a «las órde¬
nes y partes adjuntos». Esta expresión así
como el contenido y forma de las notas, ha¬
cen sospechar que no pertenecen a un diario
personal sino más bien a un guión para com¬
poner el parte del día o para dar un informe.
No son tampoco los apuntes propios de un
jefe de posición, sino del oficial de operacio¬
nes de un Estado Mayor. Lacónicos y expre¬
sivos, se refieren a las operaciones que tuvie¬
ron lugar en la Ciudad Universitaria, Puente
Ernest Busch (a la derecha de la loto) co n el escritor y periodista
checo Egon Erwin Kíscb, durante ia guef ra civil eapañoJa gambos
pertenecían a las Brigadas internacionales).
49
de San Femando y Casa Quemada. Los espa¬
ñoles que nombra son todos conocidos, unos
más y otros menos; los brigadislas, en cam¬
bio. ya no son tanto, aunque Hans Beimler,
Meber o Ludwig Renn sean familiares, con
todo es fácil identif icarlos en el libro de Au¬
di eu Cas te lis. Las Brigadas Internacionales
de la guerra de España; incluso el Adam ci¬
tado en la hoja 1 0 (] 7-XI-36) es Emst Adam
Raabe, luego jefe de Estado Mavor con Du¬
ran en la 69 BM y en la 47 División.
Las llamadas Notas de Agenda, seis hojas
escritas por ambas caras, tienen distinto
contenido; la primera corresponde a la úl¬
tima etapa de Duran en el sector Oeste de
Madrid, ya estabilizado, con el enemigo en
Brúñete, Na\alaga mella y 1 hapinena.
mientras las fuerzas al mando de Barceló se
situaban en Valdemorillo, Villanueva del
Paidillo y Boadilla del Monte; son anotacio¬
nes sucintas, con indicación de fuerzas y ar¬
mamento. Las hojas 2 a 5 son una noticia
elemental, casi un estadillo, de la tropa y
servicios adscritos al cuartel general de la 69
BM y del armamento y vestuario de los tres
batallones iniciales. La hoja 6 sólo contiene
cinco líneas preparatorias de la entrada en
combate en el sector del Jai ama el 23 de
lebrero de 1937.
Es el banco de prueba para un mando y un
conato de unidad que no está completa ni
conjuntada. Entre los olivares, el fuego de
fusilería y ametralladoras era tan intenso
que arrancaba las hojas de ¡os árboles. Está
1 et ido \ ei de, di jo algu ien, y esa pincelada
poética la recogió Malraux en L'Espoir, aun-
(-jue inexplicablemente la sitúa en la sierra,
donde no encajan los olivos ni el terreno en¬
fangado. Las órdenes eran severísimas, ha¬
bía que impedir a toda costa que el enemigo
dominase la carretera de Madrid a Cuenca.
Una tarde comenzó a flaquear uno de los
batallones y a dar la espalda los milicianos.
Fueron retiradas dos compañías, se las hizo
formar, diezmando se sacaron tres hombres
que fueron fusilados en el acto. Vueltas las
unidades a sus posiciones y Durán al puesto
de mando, pidió línea telefónica para dar
parte de lo sucedido. No puedo hacerlo, ¡a
emoción le había dejado completamente
alón ico.
PAGINAS SOBRE LA BATALLA
DE TERUEL
Este fragmento apenas requiere comentario,
ya que supone una mínima parte del libro dé
Roben Payne, The Civil War in Spain, y su
valor intrínseco está en lo que escribiera Du¬
ran v en el hecho deque algunas frases refle¬
jan situaciones y sucesos perceptibles sólo
paia quienes lo vivieron. Por ejemplo, ha-
Miembros italianos de las Brigadas Internacionales.
50
El coronel Modesto, uno de los jefes del Ejército de la República
blando del paisaje irreal que ofrecía la carre¬
tel a de Cuenca a Teruel en su último tramo,
dice de las gentes: «parecían haberse per¬
dido en sí mismas en la reclusión desús mon¬
tañas, \ sus gestos, su manera de estar mien¬
tras nos hablaban con una tímida dignidad,
evocaban de algún modo su absoluta letanía.
Et a agradable sentir el olor de la comida que
cocinaban a fuego abierto.... era agradable
hablar con ellos». El encadenamiento de las
ideas de dignidad, distanciamiento de las
gentes y olor de comida hecha en la chime¬
nea,está sin duda relacionado con los dueños
de la casa de Villaespesa, en cuya cocina y al
calor de la lumbre se recogían para dormir
Durán , A da m y los ofi ci ales q ue n o q uedaban
de guardia en el puesto de mando durante la
noche. El abuelo, noventa añoso más, guar¬
daba un silencio absoluto sentado en un si¬
llón cerca del luego; la dueña preparaba la
cena para ella, e! viejo y dos criaturas, mien-
tras hablaba sin cohibirse con los suyos, o
discretamente con los extraños. Apenas co¬
mían, se retiraban a dormir. Los intrusos
hacían por sacudirse el i río acumulado, se¬
carse las botas y, ya solos, Durán dictaba el
parte del día y la orden de operaciones para
la jomada siguiente. Una de ¡as noches, la
relativa placidez quedó rota por el violento
mego de n lor tero, fusil y armas automáticas.
abuelo se irguió afirmando las manos en
los brazos del sillón:
Los carlistas, ya están ahi los carlistas. |La
escopeta!
Y de nuevo se dejó caer en el sillón, silencioso
peí o con la mirada inquieta. Por unos mo¬
mentos, los gestos, las palabras de aquel an¬
ciano surgido de otro tiempo, de otra reali¬
dad, de una lejanía concentrada en su reclu¬
sión.
EXTRACTOS DE UNA CARTA
A HUGH THOMAS
En la primera edición del libro de Thomas.
The Spanish C i viI VVar, v a causa de las fuen¬
te s utilizadas, el autor publicó unas páginas
en las que se vertían graves calumnias contra
Gustavo Durán, Para ningún español, en la
inmensa multitud de los vencidos, ni para
quienes antepusieran, entre los vencedores,
un estricto sentido de justicia, cabía el con¬
ceder rigor histórico a la Causa General
abierta por el franquismo contra sus adver-
sarjas, ni mucho menos imparcialidad. Ape¬
nas apareció el libro, Durán escribió a su
autor una carta rechazando de plano aque¬
llas i nía mi as y reprobando las fuentes de que
se había servido. Me consta que hubo pro¬
blemas, pero el historiador acabó recono¬
ciendo su error, retiró las páginas insidiosas
de b primera edición y nunca volvió a reini-
primirlas. Modernamente incluso ha infor¬
mado a Martín-Artajo de otra documenta-
51
Portada da una edición popular francesa de -<L Espoir». le
novela de Malraux sobre la guerra de España.
ción hoy asequible que corrobora Ja reivin¬
dicación que hizo Durán de su dignidad. La
puntualización que éste hace de su efímero
paso por los servicios madrileños del SIM,
instalados a espaldas del Ministerio de Ma¬
rina en su esquina con Montalbán, es riguro¬
samente cierta. No llegaron a veinte los días
en que abandonó el mando de la 47 División,
a poco de haberla retirado del frente de Qui-
jorna, y antes de que se trasladara con sus
hombres a tierras de Cuenca,
EL ARTICULO DE SIMONE TERY
Está escrito en dos tiempos que correspon¬
den a dos entrevistas separadas por más de
cinco meses. La primera tuvo lugar en Va¬
lencia, septiembre de 1937, apenas reincor¬
porado Durán al mando de la 47 División y,
muy posiblemente, cuando fue llamado por
el general Ro jo para reorganizar la unidad y
prepararla convenientemente con vistas a su
participación en la batalla de Teruel. Aun¬
que otras personas intervengan en la conver¬
sación, es un diálogo vis a vis en el que la
periodista trata de fijar a su personaje, de
analizar su condición bifronte, pero el hall de
un hotel y en una situación relajada no eran
las condiciones más favorables, por lo que ha
de cerrar esa primera imagen con una anéc¬
dota.
Soldado* del Ejército de la República, durante un alto en el frente de batalla
52
La segunda entrevista tampoco le fue favo¬
rable a! principio. Finalizaba febrero de
1338, la 47 División había sido retirada de
Teruel y reponía fuerzas en la zona de Al be¬
nque, Manuel y Carcagente. El cuartel gene¬
ral de la División estaba en Alcira, que tal es
el «soleado pueblo de Levante» que describe
Simone Téry. No era el frente que ella de¬
seaba como escenario —ni Durán admitió
nunca periodistas en su puesto de mando—,
pero siquiera le encontraba en el ambiente
distendido de su Estado Mayor. De ahí que
no pudieron vivir y observar la tensión del
con¡bate, ni lograr que Durán o cualquiera
de sus oficiales hablasen del pasado inme¬
diato, la periodista hubiera de manipular un
tanto la situación; de üteraturalizarla,
creando un extraño cli max con unas cancio¬
nes que, realmente, se cantaron durante la
cena, junto con otras bastante desenfadadas,
en abierta complicidad con su jefe y escamo¬
teando cualquier información sobre la gue¬
rra.
Creo que Simone Téry no acertó a percibir el
pudor de quien vivía la guerra con plena
responsabilidad, con una voluntad total, sin¬
tiéndose incapaz de minimizarla, de conver¬
tirla en anécdotas personales. Cuando con¬
fiesa defraudada que hubiera deseado una
conversación seria, sobre Teruel, por ejem¬
plo, la contestación de Durán no puede ser
más clara:
— «La próxima vez... Esas cosas necesitan
contarse con tiempo..., que salgan por sí so¬
las... El heroísmo de los soldados... y de los
oficiales también..., el frío, dieciocho bajo
cero..., la nieve hasta las rodillas..., tantas
cosas». Una clara conciencia del esfuerzo co¬
lectivo, del sacrificio de todos. Durán se sen¬
tía solidario y responsable de todos sus hom¬
bres, y exigía idéntico sentimiento a sus in¬
mediatos. No era un jefe fácil; pero Adam, su
jefe de Estado Mayor, lo fue desde los prime¬
ros momentos de la 69 BM hasta la repatria¬
ción de los in ernacionales, y todos sus ofi¬
ciales, socialistas, comunistas, anarquistas,
le guardaron idéntica lealtad. El problema
de Simone Téry estriba en que Durán era
muchísimo más que el músico-general que
ella estaba buscando. ■ F. C. R. M.
PREMIO INTERNACIONAL DE LITERATURA
ANTONIO MACHADO
21 de febrero de 1981. Colliure . Francia
Un jurado internacional compuesto de
escritores franceses y españoles la se¬
ñora de Albornoz y los señores Charles V.
Aubrun, Henry Bonnier, Camilo José Cela,
Claude Couffon, Jean Descola, Emmanuel
Robles, Luis Romero y Bernard Sesé, en¬
tregó, el 21 de febrero, en Colliure (Piri¬
neos Orientales),—donde, desde el 23 de
febrero de 1939, se halla enterrado el gran
poeta español Antonio Machado— el
Premio Internacional de Literatura Anto¬
nio Machado, a Josette y Georges Colo-
mer por su antología bilingüe: «Les
poetes ibéro-americains et la Guerre Ci-
vile espagnole (1936-1939)». Víllemomble
93250-1980.
El libro de Josette y Georges Colomer
nos presenta de un modo original y parti¬
cularmente rico, la guerra civil española
(1936-1939) vista por unos 50 poetas
anarquistas, comunistas y socialistas de
España y déla América Latina.
Compuesta de poemas en castellano,
en catalán, en gallego y en portugués, con
su traducción al francés, esta antología
bilingüe consta de un prefacio de Jean
Cassou y de una introducción de Claude
Couffon, ambos notables hispanistas.
La obra comprende también una corta
bio-bibliografia para cada poeta, una cro¬
nología déla guerra civil, una bibliografía
general,una discografía y una filmografia
establecida por el especialista Marcel
Oms.
Importante volumen de 653 páginas,
esta antología va adornada por 180 dibu¬
jos de época, 3 grabados en madera de
ManoloVa liente y lOdibujos originales de
Josep Castell.
Publicada a cuenta de autor, su precio
es de 3.000 ptas. t 350 ptas. (gastos de
envío ( embalaje).
Dirección de los autores-editores:
Josette et Georges COLOMER
Professeurs-Traducteur Juré
12/14 Rué Bernadette
93160 NOISY LE GRAND. FRANCE
P. D Aceptan los talones bancarios.
53
Carlos Sampelayo
N
í los artilleros de Hanriot, en el termi-
_ dor de 1793 se atrevieron a disparar
sus cañones apostados frente a la Conven¬
ción, el recinto donde se hacían las leyes,
desobedeciendo las órdenes de su ¡ele.
Cuentan Lamartine y otros cronistas que
ante la primera voz de i negó, algunos dipu¬
tados se lanzaron fuera de la sala; pero Collot
d'Herbois apresuróse a ocupar el sillón pre¬
sidencial. Este asiento, situado junto a la
puerta, era el que debía recibir los primeros
disparos.
—i Ciudadanos —exclamó Collot, cubrién¬
dose y sentándose—, este es el momento d&
-v
morir en nuestro puesto.
— •En él moriremosI —respondió la Conven¬
ción en pleno, sentándose todos para esperar
el golpe.
El público de las tribunas, electrizado por
esta actitud, se levantó jurando defenderá la
Convención, salió en tropel y se esparció por
los jardines, los patios y los barrios inmedia¬
tos, gritando:
—¡A las armas!
La Convención aprobó inmediatamente un
decreto declarando fuera de la ley a Hanriot.
El diputado Amar salió escoltado por sus
colegas y arengó a las tropas.
—Artilleros —les dijo— .¿deshonraréisa la pa¬
tria después de haber tantas veces merecido
bien de ella? ¡ Ved a ese hombre; está borracho!
¡Sólo un borracho puede mandar hacer fuego
contra la representación de la patria!
Los artilleros, conmovidos por estas pala¬
bras e intimidados por el decreto que aca¬
baba de promulgarse, se negaron a obedecer
a su jefe. Hanriot, casi abandonado, condujo
con trabajo las piezas a la plaza del Ayunta¬
miento, vBarras fue nombrado comandante
* •/ -
de la Guardia Nacional y de todas las fuerzas
de la Convención para reemplazar al general
borracho.
UNA PISTOLA EN EL
SENADO ESPAÑOL
Creo que fue un día de ¡ 922 —no tengo refe¬
rencia de la fecha exacta, aunque sí recuerdo
el hecho— cuando se produjo en el vetusto
palacio de la Marina española* la tarde más
escandalosa de su historia. Hasta entonces,
ese hemiciclo o paraninfo había sido como
un casino donde viejos señores discutían
apaciblemente, Pero en aquella jornada se
esperaba un violento debate entre el general
Aguilera, sostenedor de unas Juntas Milita¬
res que se habían formado hacía poco, dis-
criminadoras del poder civil; y .el presidente
del Consejo de Ministros, don José Sánchez
Gue; i a. En uso de un derecho establecido
recíplocamente, los diputados del Congreso
invadieron expectantes los escaños de la Alta
Cámara sentándose donde podían, pues los
senadores puede decirse que estaban todos.
El prólogo de aquella sesión se había verifi¬
cado en los pasillos. El presidente del Con¬
sejo le había preguntado al general si era
suyo cierto documento ofensivo para el Go¬
bierno, y al responder afirmativamente
Aguilera, Sánchez Guerra le dio tan tre¬
menda bofetada que le tumbó sobre un di¬
ván, al irmando a su vez en una frase simbó¬
lica la supremacía del poder civil sobre el
militar.
Se abrió el debate, pues, en una tensión no-
apta-para-cardíacos, como dicen los cronis¬
tas deportivos. Comenzó a hablar el general
Aguilera, cuando entró sigilosamente por
una puerta lateral el diputado por Salaman¬
ca, Diego Martín Veloz, un legendario jaque
de la poli;ica «ultra», a quien llamaban
«Martinillo», que había promovido numero¬
sos escándalos y desafíos en el Congreso.
Miró a ver dónde se podía sentar y fue a
ocupar el único asiento vacío, junto a Marce-
1 i no Domingo, diputado republicano, e Inda¬
lecio Prieto, el parlamentario socialista más
batallador de su partido.
—c Oné ha dicho el general en sus primeras
palabras que no he podido oír? —preguntó el
tal Veloz a un senador delante de él sentado.
Este, de espaldas, y sin saber quién le pre¬
guntaba, respondió con amabilidad:
Ha dicho que sostiene en todas sus partes el
documento .
—Ese es un hombre y no usted , que es un hijo
de puta añadió Diego, que estaba borracho
como siempre.
- jk
Fvüy; ■;; >.
La Insurrección del 10 de agosto de 1792, durante la Revolución Francesa.
José Sánchez Gutrra (1859-1935).
El insultado se levantó y volviéndose asestó
un gran «uppercut» en el rostro d*. Martin i-
lio. Era el diputado católico Mirat.que había
derrotado en la circunscripción de Sala¬
manca a Veloz, quien reaccionó echándose
mano a la cintura para sacar una pistola que
siempre le acompañaba. Indalecio Prieto dio
un salto V cayó de golpe, con sus cien kiios,
encima de éí, inmovilizándole sobre el es¬
caño y sujetándole el brazo en cuya mano
blandía ya la pistola. Apretó el gatillo, pero
se le encasquilló el tiro. Forcejearon ’rieto y
él, y fue al fin reducido y desarmado, mien¬
tras el conde de Romanones, presidente de la
Alta Cámara, gritaba con su voz chillona ca¬
racterística:
—/Aquí no se admiten pistoleros. 1
Lo mismo hubiera gritado el dueño de una
taberna cualquiera.
«BALACERAS» EN EL
HEMICICLO
Durante los años 20 también, la Cámara de
Diputados de México era continuamente un
campo de tiro, pues no pocos debates termi¬
56
El general Francisco Aguilera Egea (1857-1931).
naban a pistoletazos. En uno de ellos murie¬
ron varios «padres de la patria» y un perio¬
dista.
Pero el caso insólito e impresionante en este
hemiciclo ocurrió el I 8 de agosto de 1943,
hallándome en la tribuna de prensa en mi¬
sión informativa. Tras unas elecciones dra¬
máticas, las más sangrientas y apasionadas
de todos los tiempos en México, se iban a
discutir los dictámenes de las Comisiones
Revisoras de Credenciales. Una de las actas
dictaminada en contra era la de i diputado de
la legislatura anterio r Jorge Meixueiro, a
quien los indios de aquella región adoraban.
Se mostraba inquieto y se acercó a la tribuna
de prensa para hablar con un célebre redac¬
tor de la crónica parlamentaria en el diario
«Excelsior».
— Y bien, maestro , ¿qué noticias me tiene? —le
preguntó al periodista.
— Malas, Jorgito —le respondió el periodis¬
ta—. El dictamen viene a favor del general Leo¬
poldo Gatica. Lo redactó personalmente Pan¬
cho López Serrano, presidente de la Primera
Comisión Revisora de Credenciales, y estuvie¬
ron de acuerdo dos comisionados más.
Y dio los nombres, que no hacen al caso.
Alvaro de Figueroa y Torres, conde de Román ones (1863-1950).
—¿Qué cosa podía esperarse de ese miserable
López Serrano? —dijo Meixueiro—, Un
«mendigo». Siempre a disposición del mejor
postor.
—Así es esto, Jorgito —terció otro periodis¬
ta—. Yo tuve en mis manos el dictamen. Te
hace trizas. ¡Ypensar que eres el legítimo ven¬
cedor, pues Gatica es un desconocido que ni
siquiera hizo campaña en el Distrito! ¿ Qué vas
a hacer?
Meixueiro se dirigió a la curul(l) que ocu¬
paba un diputado, cuya acta ya había sido
aprobada. Hablaron, y llegó hasta nosotros
la voz fuerte de éste:
— c^ or Q li ¿ no te llegaste al precio? Era cosa de
pesos más pesos menos.
—Pero yo soy pobre, Raúl —se oyó decir a
Meixueiro--, A nadie he vendido, ni he lu¬
crado con las conquistas agrarias. ¡Ni modo!
Alguien subió a la tribuna de oradores y de¬
fendió el dictamen de una de las Comisiones.
En las galerías del público hubo murmullos
y gritos.
{f) En el Congreso mexicano hs puestos de los escaños se
denom man cu rules, como en el Senado romano de la época
cesárea, y son sillones individuales.
—¡Aprobado! ¡Aprobado! —gritaban los pre¬
suntos diputados desde sus curules.
Luego, los abrazos al nuevo diputado.
Jorgito Meixueiro sacó su agenda y escribió
algo que no le gustó y que tachó. Volvió a
escribir, y cuando terminó —ya le tocaba el
turno en la tribuna de oradores para defen¬
der su caso que en ese momento se discutía y
ya se había dado a conocer el dictamen ad¬
verso— dio a uno de aquellos dos periodistas
su agenda, con la súplica de que se la diera a
su esposa (la de Meixueiro, se entiende), por¬
que no tendría tiempo de ir a comer.
Luego subió uno a uno los escalones pausa-
« ente, hasta llegar a la tribuna de orado¬
res. Era bajito y apenas sobresalían sus
hombros del pupitre. Estaba sereno. Guiñó
un ojo a alguien, y a otro le hizo un saludo
con la mano izquierda.
Miró al auditorio. ¿Qué podría hacer cuando
el fallo de la Comisión le condenaba? Loca-
! izó a su rival, el general Gatica, y le echó una
mirada de desprecio. Se hizo el silencio.
—Esta tribuna me conoce —comenzó Mei¬
xueiro, pasando las manos por la madera del
pupitre, como saludándole—. Esas curules
57
Edificio del Congreso de Diputados de México.
THB COHQC&li*-- ESC QTtBSOflüdO tüfflbiéfl 17ÍB CQ-
noce... y también sits galerías...
Señaló a uno y a otros, provocando el
aplauso del público, que así lo alentaba, pues
había oído la lectura del dictamen adverso, y
creía que la oratoria pudiera cambiar la de¬
rrota por victoria, dadas las'simpatías que
albergaba el orador entre los nuevos di iluta¬
dos va proclamados.
Volvió a mirar Meixueiro el espectáculo de
un Colegio Electoral expectante. Todos pen¬
dientes de loque diría.El presidente se lim¬
piábala frente con el pañuelo. Sudaba por el
calor y los nervios.
—Sí, esas galerías me conocen y... ¡son mis
amigos! —agregó el orador para correspon¬
der a aquel aplauso que acababan de tribu¬
tarle—. Me conocen y también me quieren en
la sierra de Oaxaca; y me conocen los campe¬
sinos de todo el Estado y de la República. Mi
nombre es pequeño como mi cuerpo , pero es
conocido y bien querido. Pero ¿el de ese señor?
Y señaló despectivo a! general Gatica, que se
removía en su curui, ya que ni los que iban a
dar su voto por él, siguiendo la consigna del
dictamen, le tenían afecto. En el fondo, todos
hubieran preferido a Jorgito. Pero había que
cumplir con la disciplina de partido.
58
El político mexicano Jorge Meixueiro defendiendo su elección
a diputado anulada, al final de cuya dátense se suicidó en el
mismo podio de oradores.
Hubo un sonoro abucheo, que en vano pre¬
tendió acallar el presidente, protector del
general.
Siguió hablando largo rato el oaxaqueño. Es¬
taba inspirado. En sus ojos se advertía como
un chispazo siniestro de algo imprevisible.
Dijo que había prometido a sus indios, «de
¡os que soy parte, pues soy tan indio como
ellos», que no les seria arrebatado su voto.
Que no representaría a ese distrito un desco¬
nocido, un favorito de los capitalistas. Y vol¬
vió a señalar ai que tenía el dictamen a su
favor.
Se presentía un drama. Habría tiros. La se¬
sión olía a pólvora. Empezaron a agruparse
los que pertenecían al bando de Meixueiro, v
w ^
vo tuve miedo. Era seguro que el chaparrito,
hombre de armas tormar, iba a liarse a tiros
con Gatica, general que había ganado sus
ascensos en las batallas revolucionarias v te¬
nía fama de bragado. Y si se acometían los
dos habría tiroteo general, como en aquella
sesión de los años 20.
A los periodistas se nos secó la boca. Habría
crónica, si alguno sobrevivía para escribirla,
crónica que pasaría a la historia parlamen¬
taría de México.
Algunos de los posibles diputados que espe¬
raban la lectura de sus dictámenes había
perdido el hilo de las palabras de Meixueiro,
más preocupados por las consecuencias a
que podrían llevar. Esperaban el final. El
orador, después de haber explicado su victo¬
ria en todos los frentes de su distrito, afir¬
mando como odos sabían que «Gatica sólo
repartió unas cuantas octavillas v no visitó
ningún pueblo ni ranchería», volvió a sus
parrafadas líricas, que arrancaban aplausos
en las galerías yen los po¡ íticosdel hemiciclo
partidarios suyos.
Tribuna presidencial y parte del hemiciclo de la Cámara de Diputados de México.
59
Diputado muerto a balazos en pleno hemiciclo, durante una
sesión de los años 20. en México.
Bebió agua. Se había crecido. Parecía más
alto de estatura física, como si se hubiera
puesto de pie sobre un asiento o de puntillas.
—...Pero esperar que en México haya justicia,
que se respete el voto del pueblo, es tanto como
querer derretir con la lumbre de un cerillo las
nieves eternas del Popócaleptl,
La ovación de las galerías de! público fue
clamorosa. Esta vez ya no aplaudían los di¬
putados ya nombrados o por nombrar, pues
hubiera sido ir contra el partido al que le
debían el acta o contra el ooder mismo. Pero
lodos tenían puesta la mirada llena de emo¬
ción ai la figura del oaxaqueño.
—...Por eso, como sé que es imposible que re¬
conozcan mi triunfo electoral, sólo me queda
este recurso...
Y echó mano a la pistola 45, que esgrimió un
instante desde la tribuna. Todos, instintiva¬
mente, esa vez sin que ñus lo mandara nadie,
nos tiramos al suelo, o detrás de las curules.
Seguro que iba a disparar a diestro y sinies-
Vista parcial del hemiciclo de la Cámara de ios Diputados de México.
60
tro, contra el presidente de la Cámara, con¬
tra el de la Comisión dictaminadora, contra
el general, v quién sabe contra quién más.
Los segundos se prolongaron angustiosos, v
ule pronto una fuerte detonación, que reper¬
cutió en la cúpula y en todos los rincones del
hem ic ic lo.
¿A quién había matado?
Luego, el golpe seco de un cuerpo que cae
sobre el pupitre y el ruido de un Colt 45 que
rueda por la escalarilla de la tribuna de ora¬
dores.
Jorge Meixueiro se había suicidado.
Cumplióla postrer promesa a sus indios de la
Mixteca oaxaqueña. No figuró por aquel dis¬
trito un falso representante. Se nulificaron
las elecciones. La curul quedó vacía los tres
años que faltaban del período legislativo.
«EL CAPITOLIO» TAMPOCO
ES INVULNERABLE
El Capitolio norteamericano, el 2 de mayo de
1954, fue escenario también de un ataque a
balazos contra los diputados que en el hemi¬
ciclo en esos momentos discutían el articu¬
lado de un proyecto de contratación de bra¬
ceros.
Habían invadido las galerías de la Cámara
de Representantes más de veinte puertorri¬
queños que una llora antes llegaban a Wash¬
ington a bordo de un autobús, dirigidos por
Lola Seb-on, una guapa independen!ista de
34 años, quien, en arbolando la bandera de la
estrella solitaria de Puerto Rico, dio la señal
para que dispararan sus pistolas aquellos
veinte seguidores borincanos al mismo
tiempo que gritaban;
—¡Puerto Rico no es libre! ¡Queremos que nos
reconozcan como nación libre!
Los representantes alcanzados por los pro¬
yectiles fueron: Alvin M. Bentlev, Ben F.
Gensen, Clifford Da vis, Kennet A. Roberts y
Georges H. Fallón. Casi todos los diputados,
gritando también nuestro grito ya familiar
de «¡iodos al suelo!», se tendieron rápida¬
mente en el piso o debajo de los asientos,
humillando al poder legislativo más fuerte
de nuestros días, Pero contra las balas no hay
fortaleza que valga. La sesión de la Cámara
fue suspendida, naturalmente.
La policía civil y uniformada del Capitolio,
que no habría servido tampoco para evitarla
invasión, logró detenei , sin embar go, des¬
pués del hecho, a la hermosa cabecilla del
Fachada de la Cámara de ios Diputados mexicana.
grupo Lo! a Seb ron y a tres más de los pistole¬
ros que la seguían: lrvin Flores, Andrés F¡-
gueroa Cordero y Rafael Concel Miranda.
Las autoridades judiciales impusieron con¬
denas de 20, 21 y 25 años a los respectivos
acusados, con fianzas de 10.000 dólares a
cada uno, que no quisieron o no pudieron
pagar.
Hace dos años salió de la cárcel el último de
los condenados, siendo recibido por los in-
depe¡¡dentistas en la isla borincana con to¬
dos los honores.
COLOFON
Y, sin embargo, no se han disparado tantos
tiros en un hemiciclo, aunque sea sin vícti¬
mas, como en el español. Tanto los «soldadi-
tos de Pavía» como los tejeringos (2) —aquel
tableteo de metralleta que nos puso los pelos
de punta a los que lo oímos por radio— el 23
de lebrero de 1981. ■ C. S.
(2) Nombre de otro buñueb andaluz, éste dulce, azucara¬
do, que suele tomarse en el desayuno, postre o merienda.
Característico de la contarca de Los Pedroches (Córdoba!.
61
Manuel
Fernández
Trillo
L A Iglesia a
partir de la
guerra de
1808, momento en
que entra en crisis,
verá que sus es¬
tructuras tan efica¬
ces en la sociedad
del antiguo régi¬
men, se vuelven
obsoletas, per¬
diendo de este
modo parte de la
preeminecia social
e ideológica que le
era característica.
La sociedad estaba
cambiando, y debia
por todos los me¬
dios acoplarse a las
nuevas transfor¬
maciones o pere¬
cer con la sociedad
del siglo XVIII. Ex¬
presión irrefutable
de estos cambios
son las cláusulas
de reforma consig¬
nadas en el Con¬
cordato de 1851
(1), y que la Iglesia,
siempre a la cola de
toda renovac/ón,
«obedec/a sin
cumplir». En los
debates par lamen -
de 1855 sobre la
desamortizado n,
se señalará este re¬
chazo o incumpli¬
miento del Con¬
cordato, siendo,
por el contrario,
muy celosa en los
temas concernien- £)[)
fes a su patrimonio,
63
n OS años que van desde el Estatuto Real
V lía Constitución de 1837 al final del
período isabelino, supone un corte con la so¬
ciedad anterior, dando entrada a nuevos
elementos sociales. Esto atañe también a la
p-
Iglesia, en tanto que representaba ante el
Estado al pueblo católico, evidenciado en la
instancia ideológica y en la política, de la
cual formaba parte como integrante activo
de las instituciones males de poder (en las
Cortes de Cádiz era ei grupo más numeroso
con sus noventa y seis diputados).
A la muerte de Femando VII y durante la
Regencia de María Cristina, se produce la
ruptura entre el pueblo v la Iglesia, siendo
exponente más que suficiente los ataques
que sufre por parte de éste en las revueltas
de la mitad de la década de 1830. Como se¬
ñala Vicens Vives, «incluso la burguesía,que
poseía el aparato represivo suficiente para
evitar los desmanes de la masa, dejaba ac¬
tuar a ésta, con ojos si no complacientes, por
lo menos escépticos».
En 1854 los pilares del catolicismo español
se hallaban en Cataluña. Navarra, País Vas¬
co, Castilla la Vieja y Valencia. Mas será du¬
rante este período, cuando surjan los teóri¬
cos y defensores de una Iglesia acó mpasada a
los tiempos, alejada del ultrainontanismo,
considerando la necesidad de ajustarse a una
nueva sociedad que va no era ¡a de los siglos
pasados. Esta integración en las estructuras
María Cristina de Barbón (Palermo. 1806. Sainte Adresse, 1876).
Cuarta esposa de Fernando VH.Reínade 1829 a 1833. Regente de
España de 1833 a 1840, (Cuadro de F. Decraene, en el Museo
Muñidpaí, de Madrid).
Fernando VH (1704-1833), Rey de España de 1600 a 1833. (Cuadro
de Vicente López. Museo del Prado, Madrid).
del Estado moderno tendrá su punto álgido
en el restauracionismo a partir de 1875.
En lo que respecta a la desamortización de
los bienes de la Iglesia, que en la valoración
global de las desamortizaciones primó sobre
los de propios y comunes, el afán desamorti-
zador de los bienes eclesiásticos hunde sus
raíces en el pensamiento de la ilustración v
en la situación financiera del antiguo régi¬
men. Madoz, en 1855, durante su ejercicio
como ministro de Hacienda, sometió a las
Cortes un Provecto de Desamortización que
declaraba estos bienes como objeto de des¬
amortización.
Nada más conocerse el proyecto enviado a
las Cortesen febrero de ! 855, la prensa cató¬
lica y conservadora comenzó sus ataques.
Los diputados neocatólicos, encabezados por
Nocedal, y los moderados narvaistas; por
Claudio .Moyano, así como las jerarquías
eclesiásticas, se pronunciaron en contra de
tal medida. Estos últimos remitieron 37 ex¬
posiciones parlamentarias a las Cortes, que
con distintas estimaciones descalificaban la
que habría de llevar el nombre de «Ley de
Madoz».
Estas exposiciones representaban en el con¬
junto total de las remitidas por ios ayunta¬
mientos y particulares el I 7,1 por 100. En el
tiempo que media entre la presentación del
proyecto a las Cortes y el inicio de los debates
parlamentarios sobre el mismo, se manifes¬
taron un 45 por 100 del total de las remitidas
por los obispos españoles. Mientras en el
periodo dominado por los debates parla¬
mentarios representan el 55 por 100, un 10
por 100 más. Esta diferencia de diez puntos
entre ambos períodos no muestra la hostili-
64
«Interior del Parlamento de Ilustres proceres... (Ilustración de Faure, en el Museo Municipal, de Madrid).
dad de que en todo momento llevaron a cabo
las jerarquías eclesiásticas. Obispos y arzo¬
bispos, jerarquías máxi mas en el ámbito na-
cional, poseían una vía que utilizaron tan
profusa y contundente mente como pudieron
a través del derecho de petición, le aquí la
polémica —como ejemplo— que suscitó el
destierro de! obispo de Osma, motivado por
una sanción directamente promulgada por
el ministro de Gracia v Justicia, Joaquín
Aguirre, regalista convencido v anticlerical,
al considerar los términos en que había sido
redactada la exposición del mencionado
obispo.
Desde un punto de vista metodológico, no
puede considerarse a la Iglesia como un
grupo de presión, pero sí a las dignidades
eclesiásticas, incluso a la mayoría de ellas
como ocurre en la desamortización de 1855,
si se toman las exposiciones parlamentarias.
La desamortización vino a despojar a la Igle¬
sia de su privilegiada base económica; sin
embargo, la posterior reacción de! esta¬
mento eclesiástico y la relación de fuerzas
con la sociedad española presentes en las
instancias políticas vinieron a ultimar un
pacto con el Estado liberal que se configu¬
raba en esos momentos, recibiendo como
contrapartida un respaldo político v el re-
i rendo de una jerarquización económica-
«La Reina gobernadora y Mandilaba).. (Museo Romántico, de
Madrid).
65
mente estratificada. Era como la sombra de
la nueva sociedad de clases proyectándose
con trazos firmes sob re el estamento clerical.
¿Era esto lo que buscaban con las exposicio¬
nes ante la ineludible lev de desamortiza-
ción? Hace falta tener muv buena fe, o no ver
-k
la historia más que parcialmente, para ad¬
mitir que estos planteamientos los tuvieron
a priori. No se puede sostener tal cosa a la
vista de la exposición del obispo de Osma.
Los obispos como grupo de presión —fun¬
damentalmente ideológico— defendían úni¬
camente el derecho de la iglesia a poseer
bienes «temporales», y la capacidad para se¬
guir adquiendo aún mas. Otra cosa es lo ocu¬
rrido en 1859 con la revalidación del Con¬
cordato de 1851.
El primer miembro del clero que remite ex¬
posición a las Coi tes es precisamente el
obispo de Osma, siendo el último el arzo¬
bispo de Toledo, cuya exposición quedó regis¬
trad a el mismo día de la aprobación de la Ley
de Desamortización.
De sesenta y cinco arzobispados y obispados
se pronunciaron aproximadamente la mi¬
tad, algunos de ellos respaldados por sus ca¬
bildos eclesiásticos, como es el caso de Osma,
Barcelona, Salamanca y Palencia.
Examinando detenidamente la vida social
de estas diócesis se encuentra e! motivo de su
comportamiento ante la Ley. No es la Iglesia
en bloque quien se muestra como grupo de
presión, pero sí lo más significativo y rele¬
vante de la misma, a la vez que su sector más
capacitado para responder a hechos como la
desa mortización, dado por su organización y
otra potencia tanto a nivel social como den¬
tro dei propio aparato eciesial; y por qué no
Pascual Madoz (1806-1870).
«El padre cura», (Biblioteca Provincial, de San Sebastián),
para defenderse de un nuevo despojo, que a
nivel local —de diócesis— supondría un
quebranto. ¿No son Valencia, Toledo, Sevilla
y Salamanca las cuatro diócesis más impor¬
tantes en cuanto a bienes desamortizables. v
no se muestran claramente en contra de la
desamortización? Es justo decir que las dió¬
cesis remiten sus exposiciones individual¬
mente, pero en contra de lo que pudiera cali¬
ficarse como particularismo o localismo,
aparecen desestimando la desamortización
a nivel general y, por tanto, con una visión
amp ia de lo que suponía tal medida. Dos
razones fundamentan esta hipótesis: prime¬
ra, la inutilidad que se derivaba de pedir la
exención de la venta de los bienes de tal o
cual diócesis, sabiendo que eso era inadmi¬
sible en la Ley (la realidad era que o se dese¬
chaba el proyecto para todo el país en lo que
a los bienes de la Iglesia se refiere, o éstos
serían desamortizados como realmente ocu¬
rrió). Segunda, ta Iglesia tenía una gran ca¬
pacidad de organización interna, y aunque
nada se sabe con certeza, sería interesante
conocer si se había reunido en el período
anterior a ¡a discusión de la Lev, a fin de
unificar criterios sobre el tema. No sería de
extrañar que esto hubiera ocurrido, aunque
por la misma naturaleza de esta institución
—lias letras eclesiásticas, derecho canónico,
V el Concordato de 1981 definían cuál debía
ser el pensamiento de los prelados— a opo¬
sición sistemática al proyecto de Ley estaba
asegurada, puesto que unos mismos princi¬
pios regían a todas las jerarquías eclesiásti¬
cas. Por tanto, el localismo que se pudiera
atribuir a los obispos no tiene cabida consi¬
derado el asunto en su globalidad.
LA EXPOSICION DEL OBISPO
DE OSMA
La «Exposición del ilustrísi mo señor obispo
de Osma», fue enviada a las Cortes el 1.° de
66
marzo de 1855, y publicada en «El Católico»
el 16 de marzo, periódico que defiende el
pensamiento más conservador sobre la de¬
samortización. nos muestra su programa en
el largo subtítulo de la cabecera: «Periódico
religioso y social científico y literario: dedi¬
cado a todos los españoles y en especial al
clero v amantes de la religión de sus mayores
y de su Patria». Dirigido por Manuel Moreno
Sacristán, será quien abra la campaña de
prensa contra la desamortización el 6 de fe¬
brero (un día después de que Madoz presen¬
tara su proyecto en las Cortes). Periódico de
una gran difusión en provincias, y de una
tirada media, tenía una clientela adscrita al
pensamiento moderado, cercano al «ultra¬
montanísimo» de los seguidores del conde de
Montemolín.
La intención de este prelado se evidencia al
observ ar que no sólo ha enviado su exposi¬
ción a las Cortes, sino que la publica en la
prensa íntegramente, tai como lo hab an re¬
cibido ios diputados. Sin embargo, parece
que éstos no querían darse por enterados de
que tal exposición había sido presentada en
la Mesa del Congreso, conteniendo acusacio¬
nes y amenazas graves para el.Gobierno v la
sit uación surgida de la revolución de julio de
1854. Tan sólo la actividad de algunos
miembros de la Cámara no pertenecientes a
la Comisión ni al Gobierno exigieron de éste
que cumpliese con sus atribuciones ejecuti¬
vas v resolviera en consecuencia sobre las
responsabilidades que se podían derivar de
la exposición de! mencionado obispo. Sólo
así se entiende el largo período transcurrido
entre la feciia de presentación de la exposi¬
ción y la de destierro, el cual motivó una
v r
interpelación de Tomás Jaén el 21 de abril,
provocando una discusión violenta entre los
diputados «moderados», por un lado,, v los
progresistas y el Gobierno, por otro.
El espíritu de la exposición se consigna en el
pensamiento sobre la desamortización; se¬
gún el obispo de Osma, ésta va contra las
«leyes divinas» que los concilios han legisla¬
do, y esto es castigado con la expulsión de la
comunidad de fieles. Sus propios términos
condujeron al Gobierno a decretar su destie¬
rro temporal, primero a Cartagena y poste¬
riormente a Canarias. Esta medida no se hu¬
biere dado en un ciudadano común, pero
siendo representante y autoridad de la Igle¬
sia, el ministro de Justicia, Joaquín Aguirre,
no podía en tanto que tal proceder de otra
manera.
Todo hubiera acabado sin mavor transcen¬
dencia si en el Parlamento no le hubiese in¬
terpelado al Gobierno sobre el tema del des¬
tierro. Esta interpelación presentada por
Tomás Jaén (diputado progresista) provocó
las protestas de unos y las risas de parte de
los miembros de la Cámara, tras el discurso
de apoyo a la misma, quedando bien delimi¬
tados los campos ideológico-político de la
misma. Aun así, la interpelación quedó pen¬
diente de discusión, provocando en su día un
enconado debate. El objeto que el mencio¬
nado se había propuesto se cumplió con lar¬
gueza, pues no sólo fue publicado, sino que el
debate parlamentario enfrentó a tirios y (ro¬
yanos en la Cámara, a través de los muy
distintos argumentos de cada tendencia po¬
lítica.
Es interesante consignar las distintas lectu¬
ras quede la exposición hicieron los partidos
presentes en i a Cámara: por el partido pro¬
gresista, Joaquín Aguirre, Escosura, Gómez
de la Serna y el interpelante Tomás Jaén;
por el partido moderado. Nocedal.
Ataca Jaén al partido progresista por su in¬
coherencia entre los principios proclamados
y las practicas políticas cuando se halla en el
poder, considerando que el anhelo del
mismo está muy lejos de querer servir al
país, acercándose mucho más al «menguado
fin de satisfacer ambiciones mezquinas, bas¬
tardas y miserablemente despreciables».
«Nadie dudará de que los obispos es tai} reves-
67
a Monasterio abandonado y saqueado después de la desamorti
zadón». (Ilustración de M* Jiménez Sierra. Col, particular).
í idos del derecho de peí ición; ese derecho les ha
sido reconocido y conservado por los monar¬
cas absolutos, lo mismo que a iodos los espa¬
ñoles, no sólo contra los proyectos de lev, sino
también contra las leyes promulgadas; y este
derecho de exponer no lo ha usado sólo el
obispo de Osma, porque todos los prelados de
España han ele\'ado exposiciones análogas, y
en idénticos térm inosen cua uto al fondo (, v
también hay algunos que se han adherido a la
exposición de ese señor obispo. Debo, pues, su¬
poner que el procedimiento usado con este pre¬
lado tiene por causa, más bien que el fondo, la
forma de exposición,»
Ciertamente es en cuanto a la forma, pero
también de su contenido: por un lado, des¬
preciaba ai Gobierno progresista con sus
irreverencias; poi otro, acudía a fórmula:-'
que ponían en entredicho la misma legitimi¬
dad del poder político.
Dos puntos se consideraron extremada¬
mente graves y de los cuales Joaquín Aguine
pedía explicaciones: primero, porqué el
obispo de Osma había apoyado su exposición
en la Bula In Caena Domini, que no tenía el
El general Espartero. (Ilustración de Rico para «La ilustración
españolé y americana», Biblioteca Nacional* de Madrid}*
68
«Isabel II, Reina consltucionai de España»»* (Ilustración de A.
GuglfelmJ. Museo Municipal, de Madrid).
pase real; segundo, como se explicarían al¬
gunas expresiones de carácter vago y equí¬
voco, y de interpretación peligrosa que se
habían vertido en la exposición.
Para Jaén, ninguna de estas acusaciones pue¬
den tomarse como objeto de condena, dado
que la Bula In Caena Domini tan sólo estaba
suplicada por cláusulas que pudieran perju¬
dicar las regalías de la Corona. Y añade, en
consecuencia, una valoración política de la
actuación del Gobierno; «Magníficamente
progresamos, mañana tal vez se quiera cas¬
tigar hasta las intenciones». Pide a continua¬
ción la dimisión de Joaquín Aguirre como
ministro de Gracia y Justicia puesto que «no
puede sostenerse en esa silla porque carece
de ía mayor parte de las circunstancias para
ser un ministro aceptable. El pretender in¬
timidar a los obispos es un empeño ridículo,
pues llenarán su deber a pesar de las trope¬
lías v no ennmdecerán por las persecuciones».
La descalificación no puede ser más absolu¬
ta, v Aguirre, saliendo al paso, rechaza el con¬
cepto de persecución contra los obispos, no
compartiendo ciertos artículos de la prensa
«S. $* Pro IX». (Ilustración de F, La porta* para ta obra de Fernan¬
dez de Córdoba «Mis memorias íntimas»).
periódica que «sin duda ha escrito el señor
Jaén», de que la Iglesia ha sufrido ahora más
persecuciones que en los tres primeros siglos
de existencia. Justifica con un principio gene¬
ral la medida tomada contra el obispo, «ante
Dios y ame los hombres quizá sea un acto
grande de religión la medida que el Gobierno
ha tomado con el obispo de Osma, para im¬
pedir mayores males a la Iglesia».
El conflicto entre la Iglesia y el Estado no era
nuevo; dos poderes que coexisten a lo largo
de la historia, se habían enfrentado en ante¬
riores ocasiones, y siempre a causa de la im¬
precisión de los límites de cada uno de los
poderes, inmiscuyéndose demasiado en
asuntos que concernían a uno de ellos de
forma exclusiva. A juicio de Aguirre, la expo¬
sición podría haber llevado a tal enfrenta¬
miento una vez más, «pues no se puede ne¬
gligentemente llamar usurpadores v ladro¬
nes a los poderes legítimos del Estado; (...)
que nosotros estamos fuera del gremio de la
iglesia, y que estamos privados de sepultura
eclesiástica (...). Según el señor Jaén, tiene
derecho con su carácter sagrado para insul¬
tar a un Gobierno v a todos los poderes legí¬
timos del Estado».
La Cámara eclesiástica en su momento con¬
sideró punible la exposición, ya que en la
misma había culpabilidad, quedando deci¬
dido por unanimidad completa,
«El obispo al citar la Bula de la Cena, bien
procedió con alevosía y no respetando el
cuerpo legal de España, o bien es un ignorante
m lo que a derecho canónico se refiere . Por su
rango en la jerarquía eclesiástica está claro que
conocía perfectamente las observancia. de tal
Bula, con la que no queda otra solución: su
intención era provocar a los poderes del Esta¬
do, Este era el primer punto en liza, en el cual el
obispo prescindía de tal obsen'ancia de la
Bula, lo que indica una falta de respeto a las
leyes».
La segunda cuestión se relaciona, una vez
vista la forma en que fue presentada, con el
contenido de la misma, analizado por Agui¬
rre fue discutido posteriormente—entrando
en una serie de «dimes y diretes»— por el
neocatólico Nocedal.
«El obispo de Osma —dice Aguirre— nos dice
que el Divino Redentor derramó su preciosa
sangre para tener bienes temporales (la Igle¬
sia), y nos dice también que la libertad e inde¬
pendencia de la Iglesia consiste en esos bienes
Pues con esa libertade independencia que
quiete el obispo de Osma, no hay más que una
línea, y muy corta hacia la libertad de cultos. Y
el señor Jaén, que tanto defiende al obispo de
Osma, y que por otro lado tanto abogó por la
unidad religiosa, ¿nos quiere lle\ } ar ahora
hasta ese punto que tan poco dista de la liber¬
tad de cultos?
La libertad e independencia de la Iglesia no es
posible que nadie sostenga que consiste en te -
El general Leopoldo O Donnell (1809-1867).
69
«Cardenal Antortell» (Ilustración de la obra de Fernandei de
Córdova «Mis Memorias Intimas»).
'ner bienes inmuebles; (■■■) por lo que es una
libertad y una independencia muy singular la
de que el Gobierno haga cuanto quiera la Igle¬
sia, v la Iglesia nunca haga lo que quiera el
Gobierno».
Este es el caballo de batalla que se encuentra
en casi todas las exposiciones de los obispos:
bienes temporales e independencia de la
iglesia. La desamortización, ¿acabó con al-,
guno de ellos? Los bienes quedaron muy
menguados, pero aún siguieron disfrutando
de algunos, a parte de los casi doscientos
millones de reales que se asignaba al clero
del Presupuesto General del Estado. En
cuanto a la independencia, esto habría que
tratarlo con sumo cuidado, por sus comple¬
jas relaciones. 1 ¡i cierto modo, lle\ aba i azón
el obispo de Os uva, los bienes temporales
conferían una independencia que disi rula¬
ron durante siglos —muy distinta de la que
proporcionaban los millones de reales pro¬
cedentes del Presupuesto— y que les permi¬
tió configurarse como un poder eSpii itual y
temporal dentro de la sociedad del antiguo
régimen.
El tercer punto se refiere al grado de acata¬
miento de esta dignidad eclesiástica al orde¬
namiento político del Bienio.
«No fallaba mas —decía Joaquín Agu i ñe¬
que el obispo de Osma hubiese dicho: no reco¬
lé
El general Narvaez (1800-1868). (Biblioteca Nacional.de Madrid).
nozco la autoridad del Gobierno y planifico la
rebelión en m i diócesis para que no se obedezca
al Gobierno.»
La cuestión radicaba en los imprecisos lími¬
tes que separaban las competencias propias
de ambos poderes, y que nadie se atrevió
fijar; y en este caso concreto o se llegaba a un
conflicto o aun convenio entre ambas potes¬
tades. El obispo de Osma siendo un ciuda¬
dano español y una jerarquía eclesiástica
con jurisdicción especial no respetó el con¬
venio tácitamente establecido, entrando en
conflicto con el Estado. La medida guberna¬
tiva venía a dulcificar lo que tenía todas las
trazas de derivar en un con i licto abierto en¬
tre ambos poderes. El Gobierno progresista
estaba en la linea de los gobiernos modera¬
dos y de los absolutistas, cuando se vieron
obligados a proceder de igual forma.
Hasta aquí el contencioso queda resuelto si
no fuera porque Nocedal, defensor de las
prerrogativas de la Iglesia, introdujo algu¬
nos elementos que harían ieplicar primero a
Rscosura v a Gómez de la Serna, además del
propio Aguirre.
Las valoraciones de Nocedal sobre el asunto
del obispo de Osma, que las encamina hacia
una polémica de jurisprudencia, se entre¬
mezclan con las opiniones sobre la desamor -
tización, el derecho de petición, los gobei-
nantes del Bienio, la propiedad y la indepen¬
dencia de la Iglesia, y el Concordato, enri¬
queciendo sobremanera el conocimiento que
se pueda tener sobre estas cuestiones fun¬
damentales. Recrimina al Gobierno las ¡imi¬
taciones impuestas a la utilización del dere¬
cho de petición, amenazando con enviar to¬
das las exposiciones a los tribunales para que
sean examinadas, la prohibición de ejercer
tal derecho contra las leves existentes tanto
las reflejadas en el derecho civil, como las
votadas en las Cortes. Pero a pesar de estas
críticas valora positivamente e! intento del
Estado de obviar toda oposición ante sus dic¬
támenes, máxime cuando se halla en un pro¬
ceso de acomodación a la sociedad que está
surgiendo, como resultado de la entrada en
escena de nuevas clases sociales. Aquí puede
observarse el intento por parte de todas las
clases sociales y iuerzas políticas por levan¬
tar un Estado que se ajustase a las condicio¬
nes socioeconómicas existentes. Sin embar¬
go, las relaciones de estas fuerzas políticas
con la Iglesia variaban sustancialmente, y si
los moderados realizaron el Concordato de
1851, los progresistas lo rechazan como una
ley ominosa para el Estado.
«Madrid. El Clero en un paseo matinal por la Villa». (Coh partí-
calan,
En este contexto los obispos se hallan perfec¬
tamente defendidos por los neocatólicos, ios
cuales consideran que aquéllos callaron du¬
rante demasiado tiempo en una actitud con¬
ciliadora y prudente, con el lin de exasperar
los términos, y afirma Nocedal en este punto
que «quizás, quizás si no hubieran callado
tanto, no hubiéramos llegado al caso en que
hoy estamos». A su juicio el obispo de Osma
está en su derecho de protestar por la Ley de
Desamortización, primero porque como
cualquier ciudadano posee la capacidad ju¬
rídica para ejercer el derecho de petición; en
segundo lugar, porque su calidad de obispo
tiene unos deberes episcopales que le impone
elcumplim ienlo de un juramento hecho en el
momento de su consagración, cual es el de no
permitir en manera alguna que se enajenen
ni se empeñen los bienes de la Iglesia. Otro
punto de apoyo de la exposición que anali¬
zamos en el Concordato de í 851, el cual en su
artículo 45 previene que si en lo sucesivo a
partir de esa lecha, ocurriese alguna dificul¬
tad con respecto a las propiedades de la Igle¬
sia, la autoridad romana y la Corona se pon¬
drían de acuerdo ad rem aniice componen-
dam, para resolverla amigablemente. Lo que
trascendía era el desprecio del Vaticano ha¬
cia los poderes públicos españoles, privándo¬
les de competencia para entrar en ciertos
asuntos; se negaba en realidad la misma so¬
beranía de las Cortes —y por tanto de la
nación—. dejando en definitiva a los secre¬
tarios del Vaticano el gobierno de tos asuntos
de trascendencia.
Nocedal coincide plenamente con el obispo
de Osma, hasta el punto que llega a decir,
dirigiéndose a Aguirre:
«Yo le respondo que sostengo todas y cada una
de las doctrinas económicas que se sientan en
la exposición del rev erendo obispo de Osma. La
sostendré como particular para darle el gusto ai
señorministro de Gracia y Justicia de que, si lo
tiene por delito, me persiga a mi también por la
comisión de ese delito.»
La actitud de la derecha no podía ser más
hostil; la desamortización era combatida;
combatido el Gobierno, v combatida asi mis-
mo la situación política creada en la re¬
volución de julio de 1854. Especialmente
sensibilizado ante estos ataques se encon¬
traba el tránsfuga Patricio de la Escosura,
que cal i lie a a la desamortización como «lev
de la revolución, y prueba de ello es la guerra
crudísima que por todas partes se le hace,
guerra del que este debate no es más que un
episodio». Tilda de facciosa la exposición de!
obispo de Osma, por la amenza explícita de
excomunión o interdicto, la cual aplicada a
un Gobierno significa absolver a los subdi los
del juramento de fidelidad y obediencia. No
71
CandidoNocedal{ 1821-1885). (Biblioteca Nacional, de Madrid).
hay duda que la legitimidad de los gobernan¬
tes del siglo XIX se basaba muy especial¬
mente en la coníesionalidad del Estado. La
cuestión era especialmente delicada, y la
medida del Gobierno de desterrar al obispo
estaba en consonancia con la amenaza que
pesaba sobre ios poderes del Estado.
La exposición en su parte más conflictiva
estaba redactada de la siguiente manera, de
la cual entresacamos lo más significativo.
Decía el obispo de Osma:
«A/o se trata de la conservación de los bienes
materiales que los prelados españoles miran
con bastante indiferencia, y que abandonarían
en silencio a la ambiciosa codicia de los usur¬
padores Si bien no usará (la Iglesia) del
hierro y el aceto, porque no son estas las armas
que les confió el Divino Redentor para su cus¬
todia y defensa, tiene una espada espiritual,
acaso de mejor temple que aquéllas, que desen¬
vainará si necesario fuese, para proteger su
propiedad contra las usurpaciones sacrilegas de
los usurpadores (...) ¿Se dará lugar a que los
centinelas más avanzados de la Casa de Israel,
en cumplimiento de su espinoso ministerio, y
obedeciendo a lo que se dispone en los sagrados
cánones con es¡yecialidad en los Concilios ge¬
nerales de Constanza, sesión octava contra
Wicleff; el de Trento, sesión 22, cap. II, De
Reformatione, y multitud de Bulas pontificias,
señaladamente la de In Caena Do mi ni; se dará
lugar a que los obispos esgriman esta espiritual
espada, contra los usurpadores de los bienes de
la Iglesia, declarándoles separados de la comu¬
nión de fieles como miembros podridos, priva¬
dos de la entrada en el Templo, de la participa¬
72
ción de los sacramentos, v de la sepultura ecle¬
siástica en la hora de la muerte?
(...) Pero los señores diputados son demasiado
cuerdos para que yo pueda presumir que quie¬
ran crear tan grave conflicto entre las autori¬
dades civiles y eclesiásticas, poniéndolas en
abierta pugna a unas con otras, cuando nunca
es más necesaria que ahora la comunión y
buena armonía entre ellas; antes bien me lison¬
jeo de que se apresuren a negar su aprobación a
un proyecto cuyas tendencias nada tienen de
católicas, que es también anticlerical, porque
barrena y destruye la propiedad y la justicia,
sin las cuales no puede existir ni aún conce¬
birse la sociedad, y que además dejaría mal
parados a los que en la rewlución pasada se
apoderaron de los bienes de la Iglesia y que sólo
han hecho suyos en virtud del tantas veces
ife'
citado último Concordato, cuyas principales
bases se destruyen por el presente proyecto de
desanwrtización eclesiástica .
(...) Y en este gravísimo pero inevitable conflic¬
to, si se aprobase el pioyecto de desamortiza¬
ción v se tratase de llevarlo a cabo sin el con¬
sentimiento de la Santa Sede, volverían otra vez.
las persecuciones, los destierros contra los mi¬
nistros del santuario por la sola razón de que
cumplirían con su deber negando la absolu¬
ción en el tribunal de la penitencia a los com¬
pradores y detentadores de dichos bienes .»
La exposición es agresiva e inteligente en la
medida que acude a los resortes donde la
sociedad pudiera estar sensibilizada, la cual
siendo en su totalidad católica, no era de
extrañar que sirviera de revulsivo contra la
desamortización. La pretensión del obispo
no era descabellada, y en su misma línea se
hallaban no pocos «liberales» que exigían se
cumpliera el Concordato, v se consultara al
Pontífice. Esto era inadmisible para los pro¬
gresistas y los demócratas, incluso para el
Gobierno, puesto que suponía una cesión de
competencias que les incumbían exclusiva¬
mente a los poderes del Estado. Y como ma¬
nifestara Escosura, el obispo de Osma con
sus ideas ultramontanas «quiere someternos
no a la autoridad de la Iglesia, que recono¬
cemos todos, sino a la voluntad omnímoda
de todo el que vista sotana».
Para el clero la desamortización suponía la
culminación de un proceso exasperante,
pues bacía tan sólo un mes —en febrero de
1855— tuvo que combatir ardua y tenaz¬
mente contra la libertad del culto, recogida
en la Base 2. a de la Constitución, Se conside¬
raba atacado por todos los extremos, y
siendo consciente de ello no duda en amena¬
zar con la utilización de las medidas más
«Sacerdote revestido»*, (Cuadro de j. Beniliure. Museo de Bellas
Artes, de Valencia).
drásticas que tiene a su alcance, sensibili¬
zando a la sociedad desde el pulpito o desde
la prensa. La exposición de este obispo es
buena muestra de la actitud hostil del clero
hacia la desamortización, en realidad Nar-
váez estaba en puertas con el decreto de sus¬
pensión de la Ley del 1de mayo. La Iglesia
no triunfó por la vía de las peticiones por más
agresivas que fuesen, ni por la vía de los
sermones incendiarios en los pulpitos, pero
consiguió que una vez eliminado Espartero
por el otro general del Bienio, O Donnel, di¬
solviendo las Cortes a cañonazos, se impu¬
sieran sus pretensiones de anular la desa¬
mortización. La Iglesia aún tenía el sufi¬
ciente poder institucional, y esto se corro¬
boró con el pacto hecho en 1 859-1860, por el
cual el Concordato seguía vigente y servía de
base a las negociaciones. En definitiva, e!
conilicto entre esta entidad y el Estado se
resolvió a favor de aquélla. Ello se debía a la
debilidad del Estado, reflejo de la situación
en la que se hallaba la burguesía destinada a
controlar todas y cada una de sus institucio¬
nes. Todavía la estructura socioeconómica
del antiguo régimen pesaba demasiado so¬
bre la sociedad de mediados de siglo, v el
resultado fue el fortalecimiento de una Igle¬
sia que setenta años más tarde de la guerra
de 1808 había superado Ja crisis de los inicios
del siglo.
Por tanto, la actituddel obispo de Osmá dis¬
taba mucho de ser testimonial, ya que a la
larga las doctrinas «escasamente canónicas»,
como calificaba Gómez de la Sema, el conte¬
nido de la exposición acabaron imponién¬
dose sobre los postulados de los progresistas
salidos de la revolución de julio. Todavía en
1959 el conteucioso de la desamortización
eclesiástica perduraba, y el Concordato,
arreglado gracias a la actividad diplomática
de Ríos Rosas durante el Gobierno de la
Unión Liberal , seguía en pie. Esto dio lugar a
que se revisara la petición del clero en la
época de! general Franco, haciendo efectivo
el pago de todos los intereses no satisfechos
desde su suspensión en el siglo pasado, in¬
cluyendo en el Presupuesto General del Es¬
tado para el bienio 1960-1 961 una partida de
cerca de 1.200 millones de pesetas.
Concluyendo, Estado, Iglesia, desamortiza¬
ción, Concordato, propiedades eclesiásticas,
legitimidad del Estado, actitud del clero,
propietarios territoriales, adquirentes po¬
tenciales de bienes nacionales, y todos los
componentes sociales relacionados directa¬
mente con la desamortización se veían afec¬
tados en alguna medida por la explosiva ex¬
posición de! obispo de Osma. Reflejo evi¬
dente de las fidelidades que aún conservaba
la Iglesia en pleno período de liberalismo
isabelino. ■ M. F. T.
El general Franco saludando»! Nuncio de S S. monseñorRiberi,
en una recepción al Cuerpo Diplomático, durante los años de su
Dictadura.
73
# f~\UE lejana está, o parece estar, para el italiano «europeo»,
¡ 1/ consumista y comunitario de los años 80 aquella Italia de
: I la denota, de la ocupación y del cambio de hace 35 años!
Una Italia cerrada todavía como un pequeño mundo diferente, que
poco tenía —y quizá tiene — que ver con otros países más al norte,
donde el extranjero podía asombrarse todavía con la extremada pobre¬
za, cort la violencia, la austeridad y la dureza de la vida, con el imperio
masculino, el honor sexual, donde la mafia era una realidad, donde el
bandidaje, como veremos, no era algo insólito.
T
IODO esto era cierto en¬
tonces —y sabemos en
qué medida lo sigue siendo
hov— sobre lodo para el sur
de Italia, y en particular
para Sicilia.
Pero la Sicilia de 1943, la que
va a presenciar las activida¬
des de GiuHano, es un poco
excepcional en la historia
contemporánea de Italia:
primera porción del país
ocupada por los aliados, au¬
sencia de una «resistencia»
contra los nazi - fascistas,
sep arat i smo, re naci mtentó
del bandidaje y de la matia,
primera región autónoma y
primera reforma agraria de
la posguerra, v objeto, entre
1943 —caída del fascismo—
v 1950 —consolidación de la
vía política actual— de una
verdadera carrera entre
Roma y los poderes locales y
entre estos últimos, unos
contra otros, por su control.
1 lemos aludido al bandidaje:
Giuliano es i ruto improviso,
pero no imprevisible, de la
Italia de posguerra y de la
alta política interior y exte¬
rior. pero también, y sobre
todo, de la historia y la so¬
ciedad local, de su civiliza¬
ción particular. Y para com¬
prenderlo es imprescindible
presentar su paisaje históri¬
co, sociológico y cultural, no
muy diferente del que pro¬
dujo antaño el viejo bandi¬
daje mediterráneo.
EL MEDIO
Sicilia, precisamente, es
algo así como una reproduc¬
ción a escala reducida de ese
mundo que solemos llamar
mediterráneo; superposi¬
ción de poblaciones diversas
—muchas veces af ines—, in¬
vasiones extrañas incapaces
de penetrar eí duro capara¬
zón de esta tierra donde las
gentes conocen una muy re¬
cortada alegría de vivir,
acostumbradas a un rigor
impuesto, sí, por las clases
dominantes, pero, sobre to¬
do, por sus propia cultura;
donde son serias, sin grandes
risas, vigiladas por tabúes
férreos v rígidas fidelidades
y jerarquías.
E! latifundio, el trigo, el oli¬
vo, la vid, el contraste entre
campo y ciudad, el numeroso
proletariado agrícola, la exi¬
güidad de las clases medias,
los restos de la nobleza, sir¬
ven como fondo a una orga¬
nización social caracteri¬
za da por un a ace nt uada con¬
ciencia de parentesco, de li¬
naje, donde la familia in¬
cluye a parientes de sangre y
«artificiales» —piénsese en
la figura del compadre—. La
preocupación primordial del
siciliano —y del mediterrá¬
neo— es la defensa de la
única institución realmente
viva en su conciencia, la fa¬
milia, sentida más como
«dramático nudo contrac¬
tual que como agregado na¬
tural y sentimental» (Hess):
es su «Estado». Ello queda
simbolizado en la defensa
del honor familiar y del indi¬
viduo, del buen nombre, por
mandato de la omertá (hom-
75
bría); y sítv tener que recurrí r
al Estado para recuperar ia
honra, aun a costa de come¬
ter actos que el Estado con¬
sidera delictivos, pero que
no lo son para el sicií i ano El
concepto del honor se rela¬
ciona estrechamente con la
mujer y el sexo, cuya pureza
debe defender el hombre de
bien, al ser depositaría aqué¬
lla, pese a su posición supe¬
ditada. de los valores socia¬
les y familiares.
í-a solidaridad de clase o la
obediencia al Estado son
sustituidos por la solidari¬
dad familiar y por la referen ■
cia a un tipo de poder perso¬
nalizado en un «hombre im¬
portante». Desobedecer al
Estado, además, es una vir¬
tud. De ahí que el bandole¬
rismo tenga fuertes compo¬
nentes sociales y culturales.
Si el Estado existe en Sicilia,
es algo superpuesto, y fuera
del ámbito amiliar se de¬
pende políticamente de ins¬
tancias de tipo clientelista,
de un sistema de patronato,
que algunos califican de ca¬
ciquil y otros de mal toso , o
de feudal. La historia de Sici¬
lia —y no sólo de Sicilia— es
en gran medida la de la con¬
servación de esta estructura,
pese a los envites del Estado.
LA HISTORIA
Por eso, se dice, la histo) ia no
ha alterado mucho el esque¬
leto cultural siciliano; su es¬
tructura profunda se ha
mantenido en pie contra
viento y marea. Y no sólo por
la incapacidad o por el abso¬
lutismo borbónicos; tam¬
bién por una especie de con¬
servación espontánea de lo
propio, que se da en todas las
clases sociales y que un indi¬
viduo del Norte llamaría
«inercia», frente al Reino de
Ñapóles y luego trente al de
Italia. Loque no quiere decir
que la defensa de la estruc¬
tura económica no sea tam¬
bién cosa de los feudatarios,
ni que el propio pueblo no
quiera reformas, Demuestra
esto las explosiones sociales
periódicas de los campesi¬
nos, müy violentas, pero que
tienden más a la desobe¬
diencia social que a la toma
del poder, y van dirigidas
más contra los abusos que
contra el sistema.
.Asimismo, cuando el feuda¬
lismo es abolido olicial-
mente en 1812 , el latifun-
dismo y el clientelismo pare¬
cen que van a morir. Pero
nunca morirán del todo, y
píenos su espíritu. La aboli¬
ción no produce ninguna re¬
volución social, porque los
feudos son dejados en libre
propiedad a los antiguos ba¬
rones.
Monraile'
Ale amo
Randazzo
Lartan
* * * í 1 1
Bkmcovillct
Ríazxa Armerlna
Cankattl
AgHgento
Caltagirone
^ .*
iVIzztni
YU0Q>íi.Vfct
IRACUSA
(SyracuM)
Palaixolo*^
Comiso
* ■•Ragusq
Bulgaria
CORSICA
Algáfía Túníaia
y santuario de la antigua civilización mediterránea, Sicilia ha dado algunos da tua producto* mas
Mapa da Sicilia. Síntesis, reserva y santuario dala antigua civilización mediterránea, aicma na aaeo »***
característicos: al latifundio, al sistema da patronazgo (basa del sistema mafioto) y al bandolerismo, cuyo representante mis
conspicuo será, en ia Sicilia contemporánea, Salvatore Gíullano.
76
Tras la aventura napoleó¬
nica (el Reino de Nápoles de
Murat), las revueltas políti¬
cas liberales sicilianas de
1820, 1837 y 1847-48, sacu¬
den la isla, pero resuelven
poco.
Con todo, la historia ha
cambiado algunas cosas, ¡y
cómo! El más grave golpe
fcontra la sociedad isleña
proviene de un reino norteño
y de unos revolucionarios
nacionalistas de mentalidad
norteña: Piamonte y los ga-
Hbaldinos. Cuando Gari-
baldi y sus « Mil» conquistan
el Reino de Nápoles en 1860,
Piamonte se lo anexiona sin
pestañear, tras un plebiscito
discutible, iniciándose en-
tonces una nueva etapa para
el Sur de Italia.
Pero la tajada no es tan bue¬
na-. Los funcionarios norte-
••
ños se encuentran ante un
país pobre, relativamente
atrasado (al menos desde su
óptica burguesa e industria¬
lista), diferente por civiliza¬
ción e incluso por lengua.
Los unitaristas indígenas su¬
reños, que esperaban una
verdadera revolución social
V política, ven frustradas sus
esperanzas.
Para los del Norte —que lo
ignoran todo sobre la nota¬
ble vida intelectual del
Reino de Nápoles antes de la
anexión—, los sureños son
«feroces beduinos», v Sicilia,
«ün pozo lleno de fango». La
ocupación, la incompren¬
sión y la dureza de la explo¬
tación piamontesa provo¬
cará una sangrienta guerra
de guerrillas —la «guerra
contra los bandidos» de la
historia oficial—de casi cua¬
dro años (1861-1863), que,
entre otras cosas, lanzará al
monte a numerosos jóvenes,
y no será la última vez (1).
U) La guerra tendrá gran apoyo jk>-
ptdar, pero la dirigirán las clases do-
Esta guerra v la rebelión de
1866 acentúan el autono-
mismo siciliano. Aunque las
clases dominantes, que un
día fueron autonomistas y
antinapoütanas, no dudan
ahora en acercarse a Pia¬
monte, temerosas de los re¬
volucionarios locales.
El cambio arruina la econo¬
mía de la isla, convertida,
como el resto del ex reino de
Nápoles, en « un mercado co¬
lonial» (A. de Vitti de Mar¬
co). La unificación del mer¬
cado nacional rompe el «es¬
pinazo al Sur» (Zitara). El
librecambismo hunde la
modesta e incipiente indus¬
tria. La disgregación del lati¬
fundio libera, sí, a grandes
masas campesinas, pero és¬
tas quedan sin protección
’f eu da i y sin integrarse en el
nuevo sistema. La reforma
agraria de Roma queda neu¬
tralizada por el desmenu¬
zamiento o por la recompra
efectuada —como en la Es¬
paña de treinta años antes—
por los burgueses o los pro¬
pios latifundistas, y por una
fiscalidad más dura.
#
La conscripción militar—de
la que antes los sicilianos es¬
taban exentos— hace deser¬
tar a miles de isleños y ali¬
mentará también el bandi¬
daje.
Nace ahora el llamado «pro¬
blema del ¡Vlezzogiorno», ya
cfúeei Sur, con Sicilia, no pa¬
rece aberse recuperado del
■trauma de 1860. Para el Sur,
el Risoi^gimento y la Unidad
representan una involución.
CAMBIOS SOCIALES
Sociológicamente, la disolu¬
ción del mundo feudal se
minantes desposeídas y ¡a iglesia; se
les unirán numerosos intelectuales y
garibaldinos de izquierda decepciona¬
dos, La guerra hizo casi cuatro mil
muertas , sin contarlas vác timas posbé¬
licas.
acentúa ahora. La nobleza
feudal pierde mucho de su
poder oficial tradicional.
Perdedores, en mayor medi¬
da, son los campesinos y, en
particular, los braceros. Ga¬
nadores, la burguesía ur¬
bana y una particular «bur¬
guesía agraria» que ha ido
prosperando al servicio de
los terratenientes, y que ha
comenzado a autonomizar-
se, a encajarse entre aqué¬
llos, a quienes trata de susti¬
tuir, y los campesinos, a
quienes a su vez frena en su
ascenso social (2). Para ello,
estos campesinos aburgue¬
sados se sirven de los meca¬
nismos que conocen, los del
clientelismo, y llegarán a
convertirse en hombres in¬
fluyentes, respetados, un
poco como sus antiguos
amos; en hombres de valor,
de honor, de gran capacidad
de comunicación, capaces de
servir a su grupo de amigos y
clientes —la cosca — y, a ve¬
ces, a toda la comunidad en
la que viven, a cambio de y
gracias a su poder, del que
pueden llegar a abusar. Es¬
tos personajes han sido ca¬
paces, además, de establecer
relaciones con otros centros
de poder e incluso con los re¬
presentantes del Estado,
creándose un partito. Pero
saben también actuar fuera
del Estado y enfrentarse a él
con éxito. Se dotan así de sus
propios mecanismos de po¬
der y continuidad. Realizan
así una pequeña «revolución
burguesa» a la siciliana. El
Estado reconoce su ascenso
económico, pero no su ac¬
tuación extraestatal ni su
12) La mueva clase » está formada
fundamentalmente por gabellotti,
empleados de tos terratenientes, por lo
general guardas, administradores, co¬
bradores, guardaespaldas, a veces ex
bandoleros «regenerados», o simples
campesinos hábiles o no iletrados, a
quienes los barones abs enlistas ceden,
previo pago, la explotación de sus lati¬
fundio>s y que suelen enriquecerse a
costa de tos campesinos.
77
Sicili a fuá la primera pordon de Italia ocupada por los aliados. Si para todos los sicilianos significo el fin de la guerra, para muchos
representó también el fin —momentáneo— del centralismo de Roma. (En la foto, soldados estadounidenses en Patermo, en 1943).
:#■
* i-:
_> r,. >. r :
¡unción económico - admi¬
nistrativa y jurídico - políti¬
ca, consideradas ilegales.
Campesinos (y ciudadanos)
sicilianos no dejan de ver en
esta clase un fruto de su pro¬
pia cultura, algo comprensi¬
ble para ellos. En dialecto si¬
ciliano hay una pa labra para
designar a este personaje:
mañoso.
Estos caciques de nuevo
cuño son depositarios en
gran parte del poder isleño
hasta el advenimiento del
fascismo en 1922, de manera
fragmentaria y difusa hasta
su caída en 1943, y de una
manera nueva y vieja al
mismo tiempo, hasta hoy,
compartiéndolo, a su pesar,
con el Estado y ciertos parti¬
dos.
La historia reciente de Sici¬
lia está marcada por el sis¬
tema mafioso. Y algunos ma¬
ñosos tendrán un papel deci¬
sivo, más tarde, durante la
ocupación aliada, y en el
caso de Giuliano, como ve¬
remos.
La imposibilidad de Sicilia
de seguir el ritmo de creci¬
miento del Norte, la explota¬
ción v la miserabilización
desencadenan nuevas re¬
vueltas y represiones, que
lanzan al monte a sucesivas
hornadas de jóvenes. Otros
buscarán la protecc ión de los
mañosos. Otros más, emi¬
grarán a América. El protec¬
cionismo, en 1887, produce
nuevas alteraciones sociales.
Los Fasci di Lavoratori («ha¬
ces de trabajadores», que
nada tienen que ver con el
fascismo posterior) exigen la
supresión del gabelíotto,
base del sistema mafioso, el
reparto de tierras, la demo-
78
crat¡/.ación. Sus tendencias
anarquisloidcs atemorizan a
Roma, pero la guerra mun¬
dial distrae la atención de
todos.
Duranteelconflicto,el poder
estatal parece afianzarse un
poco más, al tiempo que
numerosos ma iosos—como
don Calógero Vizzini— ha¬
cen su agosto, gracias en
parte a la corrupción de los
gobiernos de Roma. El sis¬
tema electoral, el control de
votos v las fidelidades clien-
telistas proporcionan gran
poder a algunos mafiosos
que apoyan a los liberales.
Pero la supresión de las elec¬
ciones por parte del fascismo
les arrebata ese poder, v casi
en seguida son barridos por
la dura represión del pre-
lecío fascista Morí en los
años 20. Peroel fascismo sólo
es capaz de reprimir: los in¬
tentos de reforma fracasan.
El mundo siciliano sigue en
pie también por debajo del
Estada fascista. A su caída,
los mal iosos recuperarán su
poder, y con creces.
SICILIA Y LA
OCUPACION ALIADA
El 10 de julio de 1943 los
aliados ponen pie en Sicilia,
es decir, en Italia. El 25, el
rey y el general Badoglio lle¬
van a cabo un golpe de Es¬
tado contra Mussolini. El
imperio fascista se derrum¬
ba. La autoridad de Roma
desaparece. La sustituye la
de los aliados. Importantes
maliosos norteamericanos,
como Luckv Luciano, y sici¬
lianos, como don Calógero
V i zzin i, han 'acil ¡tado —1 iov
en día no se sabe aún en qué
medida— la invasión aliada,
en especial la estadouni¬
dense en Sicilia centro - oc¬
cidental (3). Como remate,el
coronel estadounidense
Charles Poletti, agente de la
OSS (predecesora de la CIA)
v con oscuras relaciones con
los ítalo - norteamericanos,
es nombrado jefe del Go¬
bierno Militar aliado en Sici¬
lia (AMGOT). y don Caló, ca¬
cique de Villalba, es nom¬
brado alcalde de su ciudad
por un oficial de Patton, en
los mismos días de la inva¬
sión, estando presente un re¬
presentante del obispo de
Caltanissetta.
Con la ocupación aparecen
la corrupción, el mercado
negro, el deshilvana miento
institucional y legal, favore¬
ciendo actitudes y modifica¬
ciones que van desde la crea¬
ción o revigorización de vie¬
jos poderes apartados por el
fascismo (partidos políticos,
mafiosos) hasta la multipli¬
cación de bandas, delitos,
negocios sucios. El intra-
llazzo (comercio improvi¬
sado e il ícito, mezcla de con¬
trabando y estraperlo) enri¬
quece a muchos, incluidos
oficiales norteamericanos.
Mientras, los aliados progre¬
san en su avance a lo largo de
la península, donde, aquí sí,
operan ya los partisanos.
Por encima y por debajo de
todo esto, muchos grandes
(3) Los mafiosos indicaron a los
aliados movim ienios de ha reos de gite¬
na v tropas, y presionaron sobre los
soldados sicilianos del Ejército ita¬
liano para que abandonaran sus uni¬
dades y volviera n a sus casas. En el
oeste tk la isla f los aliados apenas ten¬
drá nquecomhañr t al contrario que, en
el este, los británicos.
El senador Kefauver aludirá en cierta
ocasión a los «inestimables s enríe ios»
prestados por Luciano a ios Fuerzas
Armadas es la do tm idenses *
Charles Polettc fetedel Gobierno mlN ti retado en Sicilia, La ocupación aliada pre
to, y favoreció, el resurgimiento de algunos mafias importantes y del bandoferh
79
Lucky Luciano. Este cap o mafia estadou¬
nidense prestó inestimables servidos a
la causa aliada a través de sus conexio¬
nes con los capimafia sldlsnos. El Go¬
bierno de Washington le reconoció que
su syudi había sido determinante para
una mis fádl Invasión alfada de la Ufa.
mañosos —los menos afec¬
tados por el fascismo— se
reorganizan, con la ayuda
del AMGOT, y de la Cosa
Nostra estadounidense, es
decir, de las «familias» ma-
fiosas de allende el océa¬
no (4). Como dice Salvatore
Francesco Romano, «la ma¬
fia es investida por primera
vez de una función política
en pago por los servicios
prestados a los aliados», En¬
tre 1943 y 1944 se encuen¬
tran en Italia grupos gangs-
terianos ítalo - americanos,
algunos de los cuales, como
los de Luciano, Vito Geno-
vese o Genco Russo, se man¬
tenían relacionados con al¬
gunas cose he isleñas, como
la de don Caló. Si hasta
ahora los mañosos habían
buscado la alianza con el po¬
der, desde este momento
; án identificándose, a la
americana, con el poder
mismo (Gaja), y como hará,
hasta su muerte, don
Calógero.
En cuanto a los negocios, los
mañosos proamericanos
acaparan el mercado negro,
protegidos por el AMGOT.
’ara ello tendrán que elimi¬
nar la competencia de co¬
merciantes e intrallazzisti, y
la de los bandidos, nacidos
como hongos, éstos, en un
ambiente de desmorona¬
miento y brutalidad, en el
que las represiones de la po¬
licía apuntan más hacia hu¬
mildes contrabandistas
campesinos que hacia los
grandes capítostes de los ne¬
gocios. Surgen así las bandas
de Capí taño, de Alfaro, de los
hermanos Ongrao, de Turri-
si, de Trabona, de Giuliano,
De Roma se teme el frente
popular —la izquierda está
(4) Las «familias* estadounidenses
habían conservado ciertas formas t
pero habían perdido su carácter ma -
(toso genuino y se habían convert¡do
en verdaderos empresarios más o me¬
nos legales e incluso en meros gangs-
ters.
participando en el Gobier-
no-, la reforma agraria, la
reafirmación del centralis¬
mo. Bajo el ala del AMGOT,
la derecha tradicional (mo¬
nárquicos, liberales, pronto
democristianos se reorgani¬
zan. Y se organizan, ¡cómo
no!, algunos grandes maño¬
sos, autónomamente,o como
colaboradores de esa dere¬
cha y de los feudatarios en
sus querellas con los campe¬
sinos: don Calógero Vizzini
será llamado a proteger el
feudo Micciché. Algunos ma¬
ñosos apoyarán a las iz¬
quierdas, pero serán elimi¬
nados rápidamente. Así, las
mafias van a llevar sus ata¬
ques, junto a la derecha,con¬
tra los movimientos campe¬
sinos, que toman gran auge
desde 1944, desesperados
ante las reformas que no lle¬
gan nunca. Uno de sus líde¬
res, Li Causi, será asesinado
ese mismo año. Un mal ¡ oso,
Lucio Tasca, escribirá un li¬
bro sintomático sobre las
nuevas andaduras de los
«hombres de respeto»: Elo¬
gio del latifundio, un aviso
contra las veleidades cam¬
pesinas.
Durante un tiempo, además,
los mañosos se introducirán
también en los ambientes
separatistas, e incluso los di¬
rigirán. Luego lo veremos.
Junto a las mafias v a las de-
rechas, utilizado por ambas,
aparecerá siempre, desde
ahora, el bandolerismo, y en
especial una figura pronto
notoria y afamada: Salva¬
tore Giuliano. Para los ami¬
gos, Turiddu.
GIULIANO
Giuliano aparece en la histo¬
ria con el separatismo. An¬
tes, su biografía es irrelevan¬
te, «normal». Nace el 2 de
noviembre de 1922 en Mon-
telepre, pueblo pobre con
fuerte caciquismo, al su-
80
El abogada Andraa Aprlla fuá duranta la aagunda guarra mundial, al mayor axponanla dal separatismo siciliano. (En la loto, as al
sagundopor la derecha, hadando al taludo saparatiata, tras dados ablartos qua simbolizan al ascudo de Sicilia).
roeste de Palermo, Es edu¬
cado —a los 13 años deja la
escuela— en un ambiente de
rebeldía social e incomuni¬
cación con el Estado, en un
mundo de doble moral: una,
que trata de cumplir o ro¬
dear las normas estatales;
otra, que se atiene a la moral
social siciliana, el caos pos¬
bélico lo lleva al contraban¬
do. Un conflicto con un cara¬
binero, que pretendía requi¬
sarle un saco de trigo que
llevaba al mercado negro,
empuja a Turiddu al bandi¬
daje: Turiddu mata al cara¬
binero y se echa al monte. Es
el 2 de septiembre de 1943.
No tiene aún 20 años.
En noviembre mata a otro
carabinero. La policía inte¬
rroga brutalmente a familia¬
res de Giuliano. Una represa¬
lia desencadena la siguiente.
En enero de 1944 libera a
varios presos de la cárcel de
Monreale, con los que forma
su primera banda. Giuliano
vive de tos «impuestos» en
dinero y especie cobrados a
los terratenientes, que luego
distribuye en parte, ostento¬
samente, entre los campesi¬
nos. Algunos «listillos» se
hacen pasar por él y cobran
«impuestos». La justicia de
Giuliano acaba con ellos.
Por ahora Turiddu es sólo un
representante más de ese
tipo social, habitual en todo
el Mediterráneo, que es el
bandolero, e! «bandido ge¬
neroso» de la tradición, que
no debe confundirse con el
simple ladrón o con el gángs¬
ter; ni mucho menos con el
mañoso, que no es un delin¬
cuente en rigor de términos.
El bandido que se lanza at
mon te suele ser un fugado de
prisión, un huido tras una
revuelta campesina o tras
una venganza de sangre, o un
prófugo, acciones todas con¬
trarias a la justicia estatal,
pero no a la moral siciliana.
Por eso la familia, los ami¬
gos, los vecinos del pueblo
—en la banda siempre hay
algún pariente o algún pai¬
sano del jefe— lo ayudan, e
incluso, lo elevan a la cate¬
goría de héroe socio - políti¬
co, y a veces, algunos repre¬
sentantes nativos de las
fuerzas del orden locales cie¬
rran un ojo. Si el bandolero,
y Giuliano está en ese caso,
poseyera una i deología polí¬
tica más estructurada, me¬
nos local, si aspirase a con¬
quistar el poder, se converti¬
ría en un líder político. Pero
Turiddú es demasiado joven,
inexperto e ignorante. Y,
además, pronto va a caer en
las manos de poderes formi¬
dables que saben muy bien
lo que quieren.
*
En un primer momento, Giu-
81
vri;
j im
Don Calóggro Vlzzlnl, el mas Importante mafioso de Sicilia en 1943, el cual fue inveg-
Mo por ios aliados —por consejo de Lucky Luciano y otros malí osos americanos-
como colaborador supremo del Gobierno militar aliado en Sicilia.
liano va a dirigir sus armas
también contra algunos ma¬
fi osos y sus matones, que
protegen feudos vhaciendas.
Sin embargo, demasiado
pronto, Giuliano va mos¬
trándose más prudente con
los capimafia, muchos de
ellos ya poderosos, que son
los únicos que pueden llegar
a ayudarlo o, al menos, a ad¬
vertirlo sobre los movimien¬
tos de los carabineros, que ya
ie siguen los pasos. Co¬
mienza a abandonar el ban¬
didaje social. Se dedica
adora al secuestro de empre¬
sarios urbanos, por los que
pide un rescate, conectado
quizá con algún mañoso.
EL CORONEL
GIULIANO
Ya presente de algún mo¬
do en el pasado, refor¬
zado después de la Unidad
en el siglo XIX, el separa¬
tismo ve su oportunidad con
la caída del fascismo v el
apoyo aliado, en 1943. Revi¬
talizado por Andrea Finoc-
chiaro Aprile, por Várvara y
Cánepa, el separatismo es
alentado por los británicos y,
sobre todo, por los estado¬
unidenses v por los «grandes»
de la Cosa Nostra. Todos es¬
peran hacer de Sicilia «la
Malta del futuro» (Huré). El
coronel Poletti será uno de
sus propulsores.
En la isla, el apoyo al separa¬
tismo proviene de los secto¬
res nacionalistas sicilianis-
tas, de ciertos utopistas de
izquierda y de numerosos te¬
rratenientes, gabellottí y
mafiosos, todos ellos reuni¬
dos bajo la bandera roja y
amarilla, con las tres piernas
en estrella, símbolo de Sici¬
lia.
Ya un poco antes de la ocu¬
pación de Sicilia, agentes
estadounidenses habían pe¬
netrado en la isla para pre¬
parar el futuro movimiento
82
secesionista. Ya en plena
ocupación, en 1944, mien¬
tras en Roma se piensa ya,
también, en conceder la au¬
tonomía a la isla, los al lados,
a través de Charles Poletti, y
aprovechando la hostilidad
hacia los peninsulares, lan¬
zan de nuevo el separatismo,
al que dotarán de dinero y
armamento durante tres
años.
Un sector del separatismo,
en el que se hallan mafiosos
locales aliados a la Cosa Nos-
tra —ser mañoso significa
ser va un poco sicilianista,
como dice D. Mack Smíth—,
aspira nada menos que a
unir Sicilia a Estados Unidos
como el «estado número 49»
de la Unión, con el fin de neu¬
tralizar las reformas de Ro¬
ma. Para las mafias, en con¬
creto. significará actuar au¬
tónomamente y ligar defini¬
tivamente a las grandes cos-
che de la isla a la Cosa Nos-
tra.
El autonomismo tradicio¬
nal. la miseria v la irritación
ante la indiferencia de Roma
harán el resto. Los grandes
mafiosos quieren su propio
separatismo. Para ello, con
ayuda aliada, ponen en pie
su propio ejército, el GRÍS-
EVIS(5), a cuyo frente hay
sicilianístas, caciques, obis¬
pos, nobles y bandidos. En¬
tre todos éstos estará Giulia-
no, con el grado de coronel.
Inicia la lucha Sicilia orien¬
tal, dirigida por el bandido
Avila, de Niscemi. Giuliano
lo imita en Sicilia occiden¬
tal Se combate contra el
Ejército central y se ejecutan
numerosos golpes de mano.
La guerrilla dura hasta abril
de 1946; y con ella, los ma¬
fiosos pro - americanos lo¬
gran dos objet ivos: controlar
el bandidaje y utilizar a los
(5) GRÍS: Giüventú Rivohiziortaría
per 11 ndipendenza delia Sicilia. EVIS;
E serciio Vokm (ario ¡)er íí nd ipen-
denza Siciliana,
Qullano en acción. La OSS (predecesor a de la CIA), loa monárquico! de Umberto II,
loa da mocil ai a no», ai Vaticano y los latifundistas sicilianos lo aprovisionaron y
apoyaron durante años, mientras les fue necesario.
83
Primer Gobierno de De Gasperi, en 1947. La Democracia Cristiana triunfo en (as primeras votaciones gracias ai apoyo de bandidos
como Giuliano y de tas mafias. (El tareero por la izquierda, contraje más claro, es Sceiba, que tendré una destacada Intervención en
todo el ai [aire GíuNano).
guerrilleros para sus fines.
De paso, fortalecen a la dere¬
cha, su aliada. Finocchiaro
Aprile y Várvaro son deteni¬
dos por la policía; Cánepa,
que se había aproximado a la
izquierda (por «una Sicilia
socialista y autónoma») es
muerto por la policía. Con¬
seguido esto, el separatismo
se extingue.
Paralelamente, para dificul¬
tar la reforma agraria, los
hombres de las mafias asal¬
tan las sedes de los partidos
comunista v socialista, dis-
paran contra concentracio¬
nes de campesinos v asesi¬
nan a sus dirigentes. Por su
lado, la policía hace lo que
puede, y reprime con las ar¬
mas las manifestaciones
campesinas, como la de oc¬
tubre de 1944, con un saldo
de 107 muertos. Pero a su
vez, y hasta 1947, unos 800
carabineros de los destina¬
84
dos a proteger la aplicación
de la reforma agraria, son
muertos o heridos por los
mañosos.
La reforma queda así en sus¬
penso casi dos años, hasta la
victoria de la izquierda en
las elecciones regionales de
1947.
De semejante experiencia
Giuliano sale reforzado. Ha
dado pruebas de inteligen¬
cia, valentía y dotes de man¬
do, y el paso de bandido ge¬
neroso a coronel amigo de
la derecha apenas ha sido en¬
trevisto por sus admiradores
(que le escribirán incluso
unas coplas, como las de Cic-
ciu Busacca, Baílala di Giu¬
liano, Re dei Briganti, «Ba¬
lada de Giuliano, rev de los
bandoleros») v admiradoras,
sobre todo extranjeras, in¬
glesas, norteamericanas o
suecas, como María Zülia-
cus, que iban a visitara! «hé¬
roe iatino», al « bandolero si-
c i i i ano », o a acostarse con él.
METAMORFOSIS
¿Cómo es Giuliano? El ban¬
dido, dice un autor, muestra
cualidades de jefe, implaca¬
bilidad, chulería, aparatosa
generosidad, instinto publi¬
citario (amén de útiles nexos
políticos), tentando a la
suerte con su impermeable
blanco que se veía de lejos
—¿quién no recuerda el film
de Rosi?—, comiendo en pu¬
blico a veces, charlando con
todos y moviendo ostento¬
samente las manos llenas de
grandes anillos, visitando a
su familia en Montelepre y
concediendo entrevistas.
Giuliano encaja perfecta¬
mente en el sistema cultural
siciliano. Su ideología es
sumaria, como correspondía
a su situación v contexto.
::xí;
Los carabineros rastrean un pueblo siciliano en busca be GiuHano.
Sabía que los pobres no po¬
dían ser amigos de los ricos,
y que aquéllos debían tener
derecho a apropiarse de ías
riquezas de éstos. Su refor-
mismo, como aclara Lewis,
era «político» y pretendía
adecuarse a lo que creía que
era Ja idea del cambio social
de Roma, del Norte, como en
sus primeros tiempos, y se
había adherido con sinceri¬
dad, además, al separatis¬
mo. Su idea central era la
justicia para los pobres, y él
iba a ser su instrumento con¬
tra los «malhechores», entre
los que incluía a ladrones de
gallinas, capimaria, políti¬
cos v feudatarios, v más
tarde «rojos». Así, en su acti¬
vidad, se cuentan ejecucio¬
nes de otros bandidos, de
violadores de mujeres, de
gabellotti, de estafadores, de
desahuciadores, de algún
rico y algún mafioso: «Un
rico —-decía— no echa de
menos un millón, pero si a un
pobre le quitáis un saco de
trigo lo dejáis en la miseria».
Si Giuliano aceptó alianzas
con mañosos, terratenientes
y políticos fue con entera re¬
pugnancia, y con la espe¬
ranza de romperlas en la
primera ocasión. Pero él, po¬
bre paleto, muy por debajo
de los entresijos de la polí¬
tica nacional, y no digamos
de la internacional, apenas
se dio cuenta de hasta dónde
se metía y de cómo le iba a
ser imposible salir. Por otro
lado, la liquidación de ban¬
didos de izquierda en otras
zonas por parte del Estado o
de los mañosos, quizá lo
afianzó en su idea de que el
camino adecuado era la co¬
laboración con los más fuer¬
tes que decían querer lo
mismo que él.
Un rasgo curioso de su
personalidad de siciliano es
la atracción que siempre
ejerció sobre él ¡'America, es
decir, Estados Unidos, típica
de la tradición emigran te del
Sur. ¡’ensó incluso en esta¬
blecerse en aquel país, y su
alianza con el AMGOT v con
*■
los funcionarios estadouni¬
dense, y luego con la Cosa
Nostra, le pareció siempre
natural (6).
Sobre todo ahora, a media¬
dos de 1947, cuando se creía
que la izquierda iba a vencer
en las elecciones de 1948, lo
que asustaba a las de rechas v
* v
a Washington.
ALTA POLITICA
De cara a las elecciones de
1948, pues, hay que hacer al-
(ó) Delante de él no se podía criticar
negativamente a Estados l nidos. En
una ocasión mató a un sindicalista de
izquierdas porque, en un mitin, había
hablado de «¡os teniacidas americanos
sobre Italia».
85
go. El Vaticano, los monár¬
quicos de Umbevto H -que
se juegan el cuello y quieren
cambiar de imagen tras su
larga alianza con el fascis¬
mo, pero que, sin escarmen¬
tar, insisten en su postura
reaccionaria— v los demu-
cristianos —que gobiernan,
con De Gaspen, desde 1945,
y a los que en Sicilia se les
suman numerosos ex separa¬
tistas v ex liberales- van a
s-'
poner loda la carne en el
asador, mientras que la iz¬
quierda, en la euforia de ia
victoria sobre el fascismo, se
muestran moderados v con-
«V
ciliadores.
En Sicilia, los restos del Par¬
tido Liberal (repleto de ma-
f ios os) y los monárquicos se
unen. El democristiano De
Gasperi olvida delitos y se¬
paratismos y perdonan a
demasiados bandidos v ca-
pimafia, como don Calo, que
desertan del separatismo y
de! liberalismo y se pasan en
bloque a la Democracia Cris¬
tiana. Los curas sicilianos
(con la DCen el Gobierno, los
católicos del Sur v los térra-
fe*
tenientes se recuperan) tra¬
tan de influir sobre sus feli¬
greses más tibios a través de
sus mujeres y de la confe¬
sión. ¿Denominador común
en tanta diversidad? El anti¬
comunismo, que va desde el
rechazo del marxismo - leni¬
nismo hasta !a negativa a
construir escuelas o a repar¬
tir tierras.
De 1944 a 1948 las mafias
democristianas, que han de¬
sarticulado el movimiento
campesino, son elevadas por
la DC, como pago, al rango
de «elemento fundamental
del nuevo renacer italiano»,
con la aquiescencia de Esta¬
dos Unidos.
La cosa se complica un poco
cuando en 1946 Roma, aca¬
bado el separatismo, con¬
cede a Sicilia la autonomía
regional. Pero ello no impide
que ¡os bandidos, los mal jo-
sos (v muchas veces las fuer¬
zas del orden) sigan ata¬
cando sedes comunistas,
asesinando a sindicalistas y
aterrorizando a los braceros,
haciendo, en suma, una
campaña electoral a a ita¬
liana.
El momento culminante de
los atentados es la feroz ma¬
tanza de campesinos de Por¬
tel la de 11 a Ginestra, el 1 de
mayo de !947, con ocasión
de la romería que en honor
del Día del Trabajo se cele¬
braba siempre, incluso du¬
rante el fascismo, en la zona
de Piaña dei Greci. Ese año
se celebraba, además, la vic¬
toria electora] de las iz¬
quierdas en abril de ese año
sobre la coalición latifundis¬
tas - mafias - DC; aquéllas
habían obtenido 29 escaños
de ésta en la Asamblea Re¬
gional insular. En tres minu¬
tos hay 67 víctimas (11
muertos v 56 heridos), ame-
tra liados por la banda de
Giuliano. La repercusión del
hecho es enorme.
Pero hay más responsables:
el ministro del Interior, el
democristiano y siciliano
Scelba —v su ayudante el
inspector de policía Mesana,
antiguo «protector» de Giu¬
liano—, el príncipe Alliata,
el monárquico Marchesano,
ios cap i mafias Bernardo
Mattarella y Calogero Vizzi-
ni, el cardenal de Palermo y
el obispo de Monreale... (7).
El Ministerio del Interior
concede pasaportes a los eje¬
cutores que quieran «alejar¬
se ». Se dice que la alegría de
Traman es grande. El presi¬
dente norteamericano se
carteó, después de la matan¬
za, con Giuliano, reconocido
(7) El inspector E(ture Mes sana,
hombre de Scelba, ¡ue quien ordenó
disparar en Riesi contra campesinos
de izquierda. Saldo: 20 muertos v 50
heridos.
como ¡ele del Movimiento
para la Anexión de Sicilia a
la Confederación Americana
(MASAC). En tas cartas pue¬
den leerse frases como «con¬
tra el peligro comunista en el
Mediterráneo», o «los jefa-
zos han sido elegidos gracias
a mí [Giuliano] y ahora la
mafia me está utilizando», o
bien, «...poder irme a Esta¬
dos Unidos... Querría un sal¬
voconducto». Además,
¿Scelba no había prometido .
acaso: «Si Giuliano hace esto
[el atentado de Portel la] por
nosotros, podrá pedimos lo
que quiera»? El ex bandido
social comienza a entender
algo, pero todavía poco.
EN PAGO A LOS
SERVICIOS
PRESTADOS
En el periodo que corre entre
la autonomía (1946) y el co¬
mienzo de la reforma agraria
(1950), los bandidos y sus
amigos acaban con cual¬
quier veleidad de las iz¬
quierdas: apartados los co¬
munistas del Gobierno en
1947, en las elecciones na¬
cionales de 1948 la DC ob¬
tiene el 1 56 por 100 más de
votos que en 1947. Traman
va a luchar contra la «vieja»
mafia local tradicional, para
dejar sitio a la Cosa Nostra
americana v a los nuevos
mafiosos indígenas ameri¬
canos, v ello, con la avuda de
Giuliano e indirectamente
de Roma.
Sobre todo después del 1 8 de
abril electoral, Salvatore
cree que su cometido ha con¬
cluido. En consecuencia,
pide la recompensa y, teme¬
roso por su actividad ante¬
rior, garantías de impunidad
o la salida del país.
Pero es un elemento peligro¬
so. Sabe demasiado. Ha he¬
dió demasiadas cosas que i a
derecha, preocupada ahora
por su respetabilidad, debe
86
enterrar. ¿Quién puede ayu¬
dar a Giuliano precisamente
aliura? De los amigos parece
no quedar nada. Turiddu,
que sigue siendo joven, pero
que ha hecho una larga ex¬
periencia en tres años, ini¬
cia una verdadera cam¬
paña de supervivencia en¬
tre 1948 y 1949, desaho¬
gando su rabia impoten¬
te contra dos blancos. Uno,
acertado, los mañosos y
los democristianos; intenta
secuestrar a don Ca ¡6 y a Ma-
trarella, sin éxito; Santo Flo¬
res, capomafia democris-
tiano de Partinicol corre
peor suerte, pues es acorra¬
lado y muerto, con su hijo de
tres años y algunos co 1 abo¬
radores (1948). Otro, equ ivo-
cado, los carabineros: su
banda de 60 hombres es per¬
seguida sin descanso. Para
«vengarsedel Gobierno» que
lo ha engañado, se ensaña
con los sufridos «números»
del cuerpo de Carabineros,
ajenos a los mane jos de la po¬
licía romana, que ya no están
a salvo ni en sus cuarteles.
En una ocasión caen dos, en
otra cinco, o nueve, como en
Bellolampo. Los secuestros,
robos y asesinatos indiscri¬
minados se suceden vertigi¬
nosamente, mientras le si¬
guen llegando algunas ar¬
mas de la CIA, heredera de la
OSS.
Pero el fantasma de Portella,
o más bien, el de sus conse¬
cuencias, lo persiguen.
Scelba, que en su día había
dado el macabro visto bueno
del 1° de mayo, da ahora
otro para acabar con el ma¬
tarife. Se enea e 1 CFRB (o
Comando del le Forze per la
Repressione del Banditis¬
mo), dirigido por el duro y
hábil coronel Lúea. La vida
del bandido ha quedado in¬
soportablemente ligada a i a
matanza de Portella. Giu¬
liano lo sabe ya y envía hiera,
con su cuñado Sciortino, un
memorial en el que se de¬
sahoga y en el que hay datos
comprometedores para mu¬
chos.
Pero de Estados Unidos le
llega la noticia de que el
memorial ha sido robado.
Esto puede ser la sentencia
de muerte para Giuliano.
Mientras los carabineros le
dan caza de manera tradi¬
cional y poco eficaz, la poli¬
cía se le acerca por detrás. Se
ha puesto precio a su cabeza ,
v el coronel Lúea entra en
Giusepps Geneo Russo. -sucesor» de Calógeno Vizzini • la muerte de éste. Fue candidato democristiano en tes (.secciones
municipales sicilianas de 1960. En su dia se sirvió de Giuliano y apoyó la causa de las derechas Isleñas.
87
contacto con los propios
hombres de Giuliano, espe¬
cialmente con Gáspare Pis-
ciotta.su cuñado. Estamos a
fines de 1949. El ex bandido
generoso tiene los días con¬
tados. I a red de confidencias
y ayudas mutuas se tupe.
Lúea, con el apoyo de don
Caló y otros mañosos, le si¬
gue la pista. Lúea cree que en
los pueblos se encubre a Sal-
vatore: de ahí, registros bru¬
tales, palizas, destrozos, ti¬
roteos, pequeños campos de
concentración, reparto de
salvoconductos firmados
por Scelba a los miembros
de la banda que prefieran
abandonar al efe... Se con¬
trata a un pistolero, «El Tur¬
co», para que mate a Giulia-
no, pero no consigue dar con
él.
El bandido contraataca cada
vez más sangrientamente.
Hay, pues, que acabar con él
de una vez. Pero no debe ser
detenido. En el juicio lo sol¬
taría todo.
Así, se va deteniendo a los
peces mínimos, a simples co¬
laboradores, que son encar¬
celados o puestos a salvo.
Luego, a los medianos, en
parte por la traición de un
hombre de Giuliano, F.
Mannino, «el Americano»,
ligado a la Cosa Nostra: A.
Guarino, V. Ofanto, R. Can¬
dela, G. de Lisi, A. Terrano-
va, que se van al extranjero o
a La Legión. Poco después,
un pez gordo: G. Cuccírella,
lugarteniente de Turiddu.
Este, aislado, aún espera, a
veces, un «milagro»: ¿por
qué no a él?
En la pri mavera de 1950 sólo
quedan él y dos o tres más.
Entre ellos, Pisciotta. Ha lle¬
gado el momento.
Policía y carabineros olvi¬
dan por un momento su mu¬
tua animosidad v establecen
un pian con Pisciotta —que
está saturado de muertes v
traiciones y desea salir de
aquello como sea--. Este
atrae a su jefe a una casa de
Castelvetrano. Tras charlar
y cenar, Giuliano v Gaspare
se van a dormi r. Por la noche
Gaspare se acerca a la cama
de su cuñado y lo mata.
Mientras él sale rápidamen¬
te, la policía, apostada en los
alrededores, entra en la casa,
viste al bandido, saca el
cue-po al patio y el capitán
Perenze le dispara una rá¬
faga de metralleta. «La poli¬
cía acaba de eliminar a Giu¬
liano» .
SICILIA EN
ORDEN
Pero el alfaireGiuliano no ha
terminado. Un asunto tan
podrido tiene que envolver
con su hedor a mucha gente.
Hay demasiadas preguntas
sin respuesta. Hoy conoce¬
mos va muchas, como hemos
visto. Otras quedarán para
siempre en pie.
Muchos de estos interrogan¬
tes, con todo, iban a ser plan¬
teados en el peligroso, para
demasiada gente, proceso de
Viterbo, que juzgaría a los
restos de Ja banda de Giulia¬
no, v en parí icular a Pisciot¬
ta. Iba a ser una explosión.
El proceso se abre final¬
mente en 1954, cuatro años
después de la muei te de Giu¬
liano. En las pri meras sesio¬
nes se sabe que en alguna
ocasión Giuliano había sido
86
OurtnU loi pftmiMi liempc» i* I* oftnslvs dt! eer*n«1 Luce* ccftUi j
báftd* d# OluNtno, i« prodl girón mucho t*s fetoprifiu como 4»U a *n l«
qu« «fMrscc #1 bsndldo *ígui*ndo don uno* arlsmétíco* lo* movJmisnto» d*
tu* p*r**QüidoP**. <Foto« Oifp*^)
Lo* ntfrnsfitn Francesco t
tritio trien filo. *#üwA«** d*
tlullt**. qui d* irtifiQtPfln,
•oompAñido* d* »u mtdrt* a
U FaiFcF*.
t- í ¿^j. t-r d*i bindido Rosario Oindil*. 1uflirt*n>#nt* d* Qiuiiino^ mutri© *n 1*
««» Moni. MonUitpr», «n Ir* ¡nm*««íOR** d« Wyw, «■■ gyg *!¡¿¡
futrí i i o* Policía íUHiftii. N4HI dido mu*PU • *f pereor»**. *niP* •ti»*. l ti *d*itl#*
d* (folíola.
D nnnríj de un *&c de persctitf ión, la»
fuma* de) corone) Luces han ma¬
tado aí ir:*temcntr celebre bamlid**
Salraiore Giniliano. El encuentro entre rM*
y toa “caralñnieri^ te produjo en la región
de CaMcIvetrano, cerca de ta cotia 5urc*tc
de Marta la* a más de ochenta kilómetro
i)e la «cu» de Pilrffno, donde %t dcnarrr*
liaron h mayor pane de su» fechoría*. Se
cree que Gjuliano trataba de miiprrtr en un
lia rea
Con este -episodio concluye la trágica
.1 ventora de un joven campesino ticilianc
«jue ha tenido eti jaijue a las tuerca* del
Gobierno por espacio de dirá años Mucho
*r ha escrito en «ate tiempo sobre su per-
«gna y mi» hiiaiht». Giuhano habí* síihíd^
rodearse de la popular aureola del handi*
do generoso y romántico, colocado al mar¬
gen de U ley por una injuiticia* dcfrnt r
de los oprimido» y afilíente partidaria de
la indepviiílencía siciliana. La realidad es*
sin embargo, que en *u haber se calculan
alrededor de trescientas muertes y no toda*
causada* *n el caler He las rríriega* en
los monte*. Muchas de su* victimo# íueroit
sentenciadas y ejecutada* con la mayor
%angre fría. Un año ha durado U gran
ofentiva del Gobierno italiano contra el
bandida. A lo largo de este tiempo han ido
cayendo* un, ira? otro* la mayoría de su*
*ccunces mis importantes. Vario* de ello*
,** han entregado volmuarianivnie a io* re¬
lime rítante* de h ley* La aventura acaba
de terminar ahora como tenia que ter¬
minar.
El «Rey de Monieiepre» —como llamaban a Giuliano— ha muerto (tofo de la izquierda!. Su cuerpo yace en el suelo;
é montaje de la policía surtió efecto durante un tiempo, y la misma prensa italiana y extranjera se hizo eco de la
«hazaña» del capitán de Carabineros Peranze (en la fotografía,el recoge la muerte del bandido)-
Reconstrucción cinematográfica de (a vida de Gíuliano: Giuliano muerto, rodeado por
toe carabineros y la poUcía. La película «Safvatore Giuíiano», de Francesco Rosal, es
un intento afortunado de desmontar y aclarar la versión oficial.
acompañado al médico o a
un mercado por el capitán
Perenze —su posterior «ma¬
tador»—, y se sabe que el
magistrado E. Pili mantuvo
contactos con aquél. En una
de las sesiones, Pisciotta.que
ha amenazado con decir
todo ¡o que sabe, lanza que
los monárquicos y los demo-
cristianos« ñus decían que si
triunfaban en las elecciones
quedaríamos libres, y si no
triunfaban, que podíamos
refugiarnos en una finca que
90
el príncipe Ailiata tenía en
Brasil». Es demasiado. Pis-
ciotta acaba de firmar su
sentencia de muerte.
Pese a las extraordinarias
medidas de seguridad —su
propio padre le prepara las
comidas en la celda —. un
calé envenenado acaba con
la vida del cuñado y lugarte¬
niente de Giuliano. Estamos
en la prisión de Palermo,
leudo de las grandes mafias.
El resto del proceso revela
bastante poco, salvo lo que
ya se sabía: que existía una
maraña de complicidades
y que las fuerzas del orden
había tenido una «extraña»
actuación. Finalmente, para
el publ ioo.se sacó el comodín
de «la Mafia» (con mayúscu¬
la), sobre la que recayeron
algunas grandes culpas no
coneretadas. Los mafi osos
democristianos como don
Catógero, Mi chele Navarra o
Luciano Liggiu, no fueron
molestados. Este último
gozó de total libertad de mo¬
vimientos durante 25 años
(hasta 1970). gracias a que,
como se supo, conservaba el
memorial de Giuliano con
los nombres de los instiga¬
dores de la masacre de Porte-
lia, luego publicados.
Años después del proceso,
algunos peces pequeños y
medianos fueron elimina¬
dos: Mínasela, en 1960; Rió¬
lo, en 1961. Quizá por alguna
mafia o por la policía.
Aquí concluye la historia de
Giuliano, quizá, durante un
momento, el último bandido
generoso, pero no el último
asesino de campesinos v sin¬
dicalistas. f ueron seis tre¬
mendos años de la historia
siciliana e i tabana.
Al año de la muerte de Giu¬
liano (¿coincidencia o conse¬
cuencia?) comienza la re¬
forma agraria. Y en las elec¬
ciones regionales de 1951 las
derechas, pese a confirmar
su control del poder, pierden
significativamente el 40 por
100 de los votos de 1948.
Desde esos turbulentos años
la DC, a través de sus maño¬
sos, de sus f uncionarios y de
la Iglesia, controla la región
siciliana, una vez apartada
«democráticamente» a la iz¬
quierda, aplacado el separa¬
tismo con la autonomía v
«r
desviada la atención del pro¬
letariado y campesinado con
la industrialización salvaje,
la emigración y el consumo.
Ga apare Pisciola, pariente de Quila no: fue el quien lo mató en 1950, Para que no
hablara* la gran mafia de Palermo lo envenenó en la cárcel.
lia aldeana o urbana tradi¬
cional, y han pasado a ser, de
humildes «hombres de res¬
peto», empresarios más o
menos legales, «a la ameri¬
cana», diferenciándose cada
vez menos de los Agnelli o los
Olivetti.
¿Y el bandidaje? El bandi¬
daje parece haber desapare¬
cido de Sicilia, «prohibido»
por las grandes malias y los
políticos. Hoy, los capima-
fia, ios políticos democris-
tianos de Roma o el Vaticano
de Pablo VI o Juan Pablo II,
y los amigos de Washington,
no necesitan de pequeños
bandidos generosos que
convertir a su causa. Pero,
salvo en esto, quizá la Italia
de 1 945 no esté tan le tana de
la de 1980... ■ C, A. C.
Beneficiados por el meca¬
nismo parlamentario, los
mal ¡osos democristianos
han derrotado a la vieja nia-
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Pan (aleone, M Mafia y política i
(F. Torres, Barcelona, 1972),
Sin autor; Losgangsters: Salva- ¡
tone GlidianofSeJmay, Madrid f
sin fecha).
Pierini, F,;«La guerra nelSud; 11
separatismo in vagane letto»
(Oggt).
Fornari, F.; «Gil ultimi separa-
tisti siciliani» (La Stampa, 14-
Vil1-1979).
Luciano Líggio fuá «sucesor» de los grandes mañosos, por su importancia y por 4o
que sabia» sobre el aífatre Glullano. Esto lo «inmunizará» durante 25 años.
91
■PÜPIPPPPPR, y nunca ppj
verán! ¡Se van, se van, v nun-
i V
ca volverán!; gritaban al
unísono millón y medio de personas
al asumir la presidencia el 25 de
mayo de 1973, Héctor J. Cámpora.
La consigna tenía como destinata¬
rios a las FF. AA., que dejaban el
poder después de haberlo detentado
N Argentina se vive
una explosión de jú¬
bilo popular. El pueblo se
E
la riza a las calles, las casas se
cubren de banderas, los pre¬
sos políticos son arrancados
de las cárceles; el primer in¬
tento corporaliv isla de los
militares ha sido derrotado.
Los actores del triunfo popu¬
lar hay que buscarlos entre
los jóvenes. Jóvenes obreros,
jóvenes estudiantes, jóvenes
peronistas, jóvenes marxis-
tas. Los primeros, hijos de
la resistencia peronista,
nacida con posterioridad al
golpe de Estado de 1955, han
adoptado una metodología
diferente a la que emplearon
sus mayores y se forjaron en
épocas de dura clandestini¬
dad. Los segundos, más que
padres tienen abuelos, los
inmigrantes europeos de
principios de siglo munidos
de vasto repertorio ideológi¬
co; socialistas, comunistas,
anarquistas.
Esta juventud puso en reti¬
rada a las FF. AA. y su pro¬
yecto moñopoUstico... Mas
no supo presentar alternativa
alguna ante el pueblo. Los
jóvenes marxistas descreían,
que luego de siete años de fé¬
rrea dictadura, pudiesen lle¬
varse a cabo elecciones. Los
jóvenes peronistas creían en
Pe ró n, q ue desde M ad ri d, re-
i ex Sonando sobre el futuro
socialista de la humanidad
decía: «Con la caída del sis¬
tema capitalista, han caído
también los políticos que lo
sirvieron v sostuvieron. El
nuevo político, obedece hoy
a nuevas estructuras v nue-
vos sistemas, se llamen como
se llamen. En esa evolución
es en la que se ha inspirado el
j us tic i al i smo (pero n i s mo).
Otros han optado por el co¬
munismo o por distintas
formas de socialismos na¬
cionales, pero las finalidades
iX3 difieren mucho de sus ob¬
jetivos».
En estos álgidos momentos
de la historia, la burguesía
argentina optó por Perón.
Como siempre, Estados Uni¬
dos fue informado al respec¬
to. En 1972,al visitar Buenos
Aires David Rockefeller, An¬
tonio Cañero, hombre del
aparato peronista y poste¬
riormente ministro de Eco¬
nomía durante el mandato
de Isabel, dio garantías al
banquero norteamericano
de que a pesar de sus decla¬
raciones públicas, Perón no
iba a asacar al capital ex¬
tranjero, Aunque el provecto
no es el ideal para la defensa
de sus intereses. David Roc¬
kefeller, aconseja vehemen¬
temente al gobierno esta¬
dounidense que apoye el re¬
tomo de Perón como «la úl¬
tima esperanza contra la re¬
volución comunista en Ar¬
gentina».
La burguesía nacional, clase
hegemónica en el proceso,
anhela lograr la paz social
merced al carisma del viejo
líder. Conseguida dicha paz
social, atraer ¡a atención de
los inversionistas árabes y
europeos; ampliar mercados
siete años a través de diversos gene¬
rales.
Dos ilustres visitantes; el presidente
de Chile, Salvador Allende, y el pre¬
sidente de Cuba, Osvaldo Dorticós,
simbolizaban dos opciones, dos
caminos a seguir: transformaciones
revobicionarias emprendidas por la
vía electoral, o cambios profundos
logrados por métodos más radicales.
El peronismo gobernante desecha¬
ría ambas alternativas.
inlensiiicando el intercam¬
bio comercial con los países
socialistas; negociar la de¬
pendencia con las transna¬
cionales norteamericanas,
avalada por el apoyo popu¬
lar v los nuevos vínculos es-
hí
tableeidos. El plan es lúcido.
El gabinete, una Torre de
Babel: la burguesía por me¬
diación de Gelbard, dirige la
política económica; el pero¬
nismo revolucionario ha
sido compensado por sus lu¬
chas con los ministerios del
Interior v Relaciones Exte¬
riores; en bienestar social,
aparece un oscuro y desco¬
nocido personaje, José López
Rega.
«La primavera democráti¬
ca» se vive en profundidad.
En la universidad se licen¬
cian los profesores más reac¬
cionarios, entre otros, José
Martínez de Hoz, v los alum-
nos colaboran en la elabora¬
ción de los planes de estudio;
los obreros toman fábricas
por decenas exigiendo sus
derechos; e! presidente
Cámpora. da un discurso
ante el alto mando de las PF.
AA. v los acusa de haber ser-
**
vi do a los intereses de las
multinacionales norteame¬
ricanas. Las palabras de Pe¬
rón «todo en su momento v
armoniosamente» son des¬
oídas en la práctica. Se im¬
pone un cambio de rumbo v
la presencia del líder en Ar¬
gentina se torna imposter¬
gable. El regreso definitivo
se efectivizó el 20 de junio de
1973..., la sangría también.
La más grande manifesta¬
ción popular, de dos o tres
millones de personas, espera
en el aeropuerto de Ezeiza a
Perón. Prevalecen los con¬
tingentes juveniles identifi¬
cados con las consignas «por
la patria socialista» y lle¬
vando en alto las banderas
de las organizaciones com¬
batientes. Y otra vez la tra¬
gedia signando la jornada
argentina. Más de mil mer¬
cenarios equipados con ar¬
mas de todo cal ibre, estab le-
cen un cerco de sangre al re¬
dedor del palco presidencial.
Las bandas armadas res¬
ponden directamente al se¬
cretario privado de Perón,
López Rega, actúan bajo la
dirección del coronel Osin-
de. jefe de la guardia perso¬
nal del caudillo peronista.
Mientras la guardia preto-
riana asesina v tortura, Pe-
V
rón desciende en una base
militar—Morón— situada a
varios kilómetros de Ezeiza.
Esa misma noche habló por
televisión y reprendió amis¬
tosamente al pueblo por lo
acontecido, había llegado el
momento de poner orden.
LA HORA DE LA VERDAD
Carlos Villar Araujo, histo¬
riador peronista, estima que
a partir de la llegada de Pe¬
rón comienza en Argentina
una comedia de equívocos:
«Los burócratas de la última
CGT, al frente de sus bandas
de matones y esquiroles, ju¬
gaban a desempeñar el papel
93
Propaganda del Partido Justicialista, presentando la candidatura de Perón a ¡a presi¬
dencia de la República, en agosto de 1373, en fas calles de Buenos Aires-
de los obreros «descamisa¬
dos» del 17 de octubre. Los
empresarios nacionales so¬
brevivientes, meros provee¬
dores o socios pobres del ca¬
pital extranjero, se disfraza¬
ban con el lenguaje de !a
burguesía revolucionaria del
45. El ejército purgado y te¬
ledirigido por el Pentágono,
hacía como si fuese aquel
ejército nacional-indus¬
trialista de los años cua¬
renta. María Estela Martí¬
nez, gracias a las brujerías
de López Rega, estaba con¬
vencida de que ella era la
reencarnación de Evita
Duarte. Y lo más espantoso
de todo: Perón se creía Pe¬
rón »».
Villar Araujo, se equivocaba;
Perón seguía siendo Perón.
Lo que había cambiado
diametral mente es la coyun¬
tura económica y social,
obligando al líder justicia-
íista a quitarse la máscara y
desactivar las fuerzas que él
mismo ha contribuido a for¬
jar. Si alguna duda quedara
sobre esta caracterización,
basta formular la siguiente
reflexión: ¿Podría la reac¬
ción gorila haber consu¬
mado con tanta facilidad la
entrega del país a los yankis
y el aplastamiento de laclase
obrera, si las reí aciones de
producción no hubieran sido
exactamente iguales el 16 de
septiembre de 1955, que el
17 de octubre de 1945? ¿Po¬
dría Estados Unidos haber
penetrado tan rápidamente
si no hubiera empezado a
hacerlo antes del 16 de sep¬
tiembre?
Julio de 1973, rumores de
toda índole circulan por Ar¬
gentina, y lo esperado se
produce: Cámpora que ha¬
bía sido «arrastrado» por e!
peronismo revolucionario,
es derrotado mediante un
golpe palaciego y obligado a
renunciar. Algunos románti¬
cos hablan de renuncia¬
miento heroico que posibili¬
tará a Perón accederá la pre¬
sidencia postulándose como
candidato en las elecciones a
celebrarse en septiembre.
¿Quién acompañará a Perón
en la fórmula presidencial?
La juventud peronista toda¬
vía cree en él y lanza la can¬
didatura de Cámpora como
vicepresidente. El caudillo
unge con los óleos sagrados a
Isabel, ella será vicepresi¬
dente y hereder a. Las FF.AA.,
que en la década del 50 cues-
tionaron y se opusieron a la
candidatura de Eva Perón a
la vicepresidencia, propi¬
cian el encubrimiento de
Isabel. El entorno (nombre
dado por el peronismo revo¬
lucionario a !a camarilla lo-
pezreguista) y ha hecho una
demostración contundente
de su poderío al despl azar al
sucesor constitucional de
Cámpora, el presidente del
Senado, y ubicar en su lugar
al yerno de López Rega, José
Lastiri.
Sobre un total de catorce mi¬
llones de electores, Perón-
Isabel, apoyados por el Par¬
tido Comunista, el Frente de
Izquierda Popular y otros
agolpamientos menores,
acumulan siete millones y
medio de votos. Un mi i lón y
medio más que Cámpora.
La derechización del proceso
es evidente: las organizacio¬
nes armadas marxistas son
declaradas ilegales, los fun¬
cionarios progresistas defe-
nestrados de sus cargos, los
gobe madores pro ven ie ntes
de corrientes populares in¬
tervenidos. A este respecto,
el caso más notable se regis¬
tra en la provincia de Córdo¬
ba, donde el jefe de policía
—coronel Navarro— de¬
pone a las autoridades legí¬
timamente elegidas por ei
pueblo. Atilio López, vice¬
gobernador y dirigente
obrero de límpida trayecto¬
ria, no cree que Perón esté al
tanto de lo acontecido en la
provincia y viaja a Buenos
Aires a entrevistarse con el
presidente. Este se niega a
recibirlo. Cuando regresa a
su terruño, Atilio López, es
un cadáver político y ha de¬
cidido abandonar toda mtíi-
tancia. Poco tiempo después
la «triple A» lo asesinaría. La
juventud peronista se debate
en múltiples contradiccio-
94
Juan Domingo Perón (en segundo termino. Isabel Martínez de Perón), durante el dis*
curso a los delegados del Partido Justlciafista, tras la aceptación de la candidatura a la
presidencia de la Argentina, en agosto de 1973.
La relación Perón-Juventud
nes. ¿Acaso Perón los ha trai¬
cionado? o ¿está rodeado de
un entorno que no le permite
conocer lo que sucede en la
patria? La segunda tesis se
impone, a pesar de que la ju¬
ventud y sectores del pero¬
nismo tuvieron en esta etapa
más muertos, que duran te 18
años de dictadura militar.
Brevemente resumida, la
postura de la izquierda pe¬
ronista es la siguiente; la rea¬
lidad nacional indica clara¬
mente que el pueblo traba¬
jador es masivamente pero¬
nista; por tanto, todo queha¬
cer revolucionario debe pa¬
sar necesariamente por el
peronismo. En sus objetivos
finales, la izquierda pero¬
nista no se distingue de la iz¬
quierda marxista, pero en su
táctica si. La confusión ideo¬
lógica y política de los jóve¬
nes peronistas de izquierda
es tal, que un militante de
básese dirigirá a la dirección
en estos términos: «...Se ha
llegado a la conclusión de
que no sabemos si somos na¬
cional! st as revolucionarios,
cristianos revolucionarios,
socialistas, peronistas o so-
cialdemócratas ».
Peronista no conoció térmi¬
nos medios; los niveles de
acatamiento fueron totales y
los grados de enfrenta¬
miento antagónicos.
El 12 de junio de 1974, Perón
que ya ha roto con los «im¬
berbes» V gobierna en un
país que se torna ingoberna¬
ble, convoca al pueblo a la
Plaza de Mavo. La derecha
ha ganado espacios que no
hace mucho eran ilusorios;
el código penal tipifica como
delito las huelgas y amor¬
daza a la prensa, célebres
torturadores como Villar y
Margaride han sido restitui¬
dos a sus puestos de antaño.
El anciano líder, en un dis¬
curso plagado de galimatías,
reparte culpas por doquier y
amenaza con su renuncia,
intentando recomponer eJ
disminuido consenso. Este
sería su último discurso, ce¬
rrado con palabras premoni¬
torias v felices: «Me vov lie-
«/ *•
vando en mis oídos, la mejor
música, la voz de mi pue¬
blo». Millones de dolidos ar¬
gentinos desfilarán ante su
cadáver. Intelectuales de
toda laya, teorizaron sobre
las alienaciones del subdesa¬
rrollo para explicar el fenó¬
meno del peronismo; un
obrero de la construcción,
con la irrebatibilidad que
tienen las palabras impreg¬
nadas de sabiduría popular,
lo sentía así: «Cuando niño
fui puco a la escuela, ya que
era necesario ganarse el pan.
La maestra daba clase en
una chabola y siempre le de¬
bían varios meses de sueldo.
Comía gracias a lo que le re¬
galaban los padres de los
alumnos. De adolescente
trabajé en el campo. En las
noches dormía en un establo,
tapándome con una aguje¬
rada manta.
En 1945 me trasladé a Bue¬
nos Aires y escuché a Perón
decir que se acabó la época
de los explotadores y los
abogados chupa sangre. Viví
en una pensión y dormí en
una cama. Con lo que ganaba
en una semana, me alcan¬
zaba para todo el mes, hasta
aprendí a divertirme. En los
meses de vacaciones, volvía
ul pueblo y veía a los niños
asistir a una escuela confor¬
table. La maestra cobraba
todos los meses.
De viejo me retiré del traba¬
jo, y percibo una jubilación.
Por todo esto soy peronista».
Suficiente para la Argentina
del 40. demasiado poco 30
años después.
EL TURNO DE ISABEL
El peronismo corrió igual
suerte que el resto de los mo¬
ví mi entos populistas lati¬
noamericanos. En la hora
del ocaso aparecieron todas
sus i alenci as, la dirigencia se
encamó en personajes co¬
rruptos y aventureros, los
grandes y pequeños nego¬
ciados suplantaron a las
propuestas políticas, y fun¬
damentalmente se volvieron
contra sus sostenedores: las
masas obreras.
95
Isabel Martínez, es bailarina
de cabaret, y un séquito
compuesto de magos, hom¬
bres de farándula, mercena¬
rios, lumpenes y aventure¬
ros se lanzaron al abordaje
de Argentina.
En diciembre de 1973, el
presidente Nixon nombró a
un ex-agente de Inteligencia,
Robert Hill, embajador en
Buenos Aires. Hill, aparte de
exhibir un frondoso curricu¬
lum golpista, siendo emba¬
jador en España, jugó un im¬
portante papeí en las nego¬
ciaciones por e! retomo de
Perón. Nada más llegar el
regordete diplomático, se
abraza con López Rega. En
mayo de 1974, aparecerán
juntos ante las cámaras de
televisión para firmar un
pacto anti-drogas entre Es¬
tados Unidos v Argentina. El
discurso de López Rega, no
logró ocultar el verdadero
transfondo del pacto: «Espe¬
ramos exterminar el tráfico
de drogas en Argent ina. He¬
mos capturado guerrilleros,
después de ataques, que se
encontraban altamente dro¬
gados. Los guerrilleros son
los mayores consumidores
de drogas. Por lo tanto, esta
campaña contra las drogas
será, asiinismo, automáti¬
camente, una campaña con¬
tra la guerrilla».
La puesta en ejecución de
esta campaña, manejada
desde la embajada de Esta¬
dos 1 nidos, coincide con la
súbita aparición de los efi¬
cientes y brutales escuadro¬
nes de la muerte formulados
por el Ministerio de Bienes¬
tar Social. La prensa popu¬
lar de aquellos días decía:
«Mientras tanto las organi¬
zaciones parapoliciales yen
especial la triple A siguen
llevando a cabo oías de ase¬
sinatos y amenazas. Dos pro¬
pietarios de una librería cén¬
trica de Bahía Blanca fueron
encontrados en la Hormiga,
a unos 1 5 kilómetros de esta
ciudad acribillados a tiros
con más de 140 impactos de
bala en ambos cuerpos. En la
capital deTucumán, fue en¬
contrado el cadáver del abo¬
gado izquierdista Dionisio
Fagalde; 100 kilómetros al
sur, en la localidad de Agui¬
jares, aparecieron junto al
camino dos cadáveres que
presentaban numerosos im¬
pactos de bala y evidencias
de haber sido torturados.
En el departamento Sar¬
miento, Mendoza, fueron ha¬
llados los cadáveres carbo¬
nizados de un hombre v una
mujer. También en Buenos
Aires otros cinco cadáveres
calcinados fueron hallados
al sur de esta capital, las víc¬
timas, cuatro hombres y una
mujer habían sido ejecuta¬
dos y luego transportados en
un rodado en el cual fueron
abandonados. Todos estos
casos han ocurrido en los úl¬
timos días».
A su vez el peronismo de iz¬
quierda, en el periódico «La
Causa Peronista», se pregun¬
taba: «¿Sigue siendo peronis¬
ta este Gobierno?». Mezclan¬
do sentimientos y elementos
políticos conceptualiza-
ban: «Mientras el pueblo y
los peronistas sumamos un
mes de ausencia de Perón, el
lopezreguismo cuenta
treinta días de un nuevo Go¬
bierno. Y esta ruptura está
marcada por la avalancha
imperialista; la misma que
intentó frenar Perón el 12 de
ji¡nio y que se desató, ya des¬
bocada, a su muerte. Esa
avalancha que venimos mos¬
trando en cada número. Los
objetivos de la oligarquía v
el imperialismo son múlti¬
ples, pero apuntan a un
mismo fin: acumular poder.
Los ganaderos quieren me¬
jores precios, frenar una le¬
gislación que los afecta y
limpiar la conducción eco¬
nómica para poner a sus per-
soneros más obsecuentes».
Eii deterioro económico del
país y el avance de los mono¬
polios, son dos caras de la
misma moneda. La Comuni¬
dad Económica Europea re¬
duce drásticamente sus
compras de carne argentina:
del millón de toneladas que
adquiría en 1970, se pasa a
unas exiguas 289.000 tone¬
ladas en 1974. ¡ a producción
de trigo desciende en pocos
años, unos tres millones de
toneladas y la deuda externa
asciende a 9.200 millones de
dólares. El último hombre
El presidente de la República Argentina. Héctor Campora (a la derecha de la (oto), ei
compañía del líder del Partido Radical, Ricardo Balbin, (a la izquierda de la loto), poci
antes de su renuncia al puesto de primer mandatario de ia Nación, en beneficio de
general Perón. (Julio de 1973).
de la burguesía nacional,
José Gelbard abandona el
Gobierno, El proyecto re¬
formista ha expirado. Gel¬
bard es reemplazado por
Gómez Morales, quien de
inmediato viaja a Estados
Unidos llevando como carta
de presentación la promesa
de derogar la Lev de Inver¬
siones Extranjeras. La ges¬
tión de Gómez Morales fra¬
casa; los dólares no afluyen
al Río de la Plata; los mono¬
polios est imán que en Argen¬
tina no hay condiciones para
invertir. «Carece de la paz
social», diría un represen¬
tante de las transnacionales.
LA GUERRA
La violencia se ha enseho¬
rado del país. Se libra una
guerra de vanguardias: por
un lado ios que anhelan pro¬
tundas transformaciones y
han optado fundamental¬
mente por la lucha armada;
por otra, los que desean
mantener el sistema utili¬
zando como metodología
preferida la tortura y el ase¬
sinato.
Montoneros secuestra a los
hermanos Juan y Jorge Bom,
dueños y ejecutivos de la
compañía Bunge y Born, la
empresa argentina más im¬
portante convertida en con¬
sorcio multinacional, que
opera en 60 países por un
monto aproximado a los
dos mil millones de dólares
anuales. El precio del rescate
es importante: 60 millones
de dólares, v una solicitada a
mr
página entera publicada en
las principales capitales del
mundo.
PRT-ERP asalta cuarteles v
comisarías y logra una im¬
portarte cantidad de armas
que íes posibilita en lo mili¬
tar iniciar la guerra rural en
los cerros tucumanos. Desde
allí una guerrillera enviaba a
sus padres cartas donde se
notaba sus esperanzas de
triunfo: «Queridos papá y
mamá. Cómo les va. ¡Yo es¬
toy muy bien, contentísima.
Les quiero confirmar que es¬
toy en la compañía del
Monte no más, y contarles
cómo es nuestra vida aquí...
No sé si llegaré a ver vuestra
patria liberada y socialista.
Pero desde ya, sólo con esto
que estamos viviendo, siento
una parte del mundo por el
que peleamos. Y además, ya
no me cabe duda de que ven¬
ceremos y de que la Compa¬
ñía dei Monte vencerá».
Aunque las organizaciones
armadas sostenían lo con¬
trario, el grueso de la pobla¬
ción permanece angustiada
y expectante observando el
desarrollo de las acciones bé¬
licas, sin participar de forma
activa en ellas.
El ejército acrecienta su pre¬
sencia v en febrero de 1975,
cinco mil efectivos rodean
ti
los cerros truc uníanos. Según
informe del Tribunal Russel
II, hasta noviembre el ejér¬
cito ha atrapado 2 guerrille¬
ros, matado 19 v herido 7;
■mr
sus jas ascienden a 236.
El Parlamento cumple un rol
meramente decorativo, «es
una hoja en medio de la tem¬
pestad», Los representantes
de los partidos tradicionales
intentan lograr el desplaza¬
miento de Isabel y el «entor¬
no» y la posterior designa¬
ción de un presidente provi¬
sional que conteste a las IT.
AA., evitando asi la asonada
militar que ya se respira.
(Tros, pocos, bregan por res¬
catar lo que aún queda del
programa de liberación na¬
cional y social que el pueblo
votó. Estas serán blanco
pred iiecto de la triple A. Una
de las primeras víctimas de
la organización parapolicial
lúe el tribuno del pueblo,
Rodolfo Ortega Peña. El se¬
manario «Hombre Nuevo»
decía: «Porque si nos pre¬
guntamos a quién sirve esta
tuerte la respuesta es clara,
a los que preparándose a re¬
forzar la represión necesitan
silenciar al diputado del
pueblo, que haciendo de su
banca una tribuna nacional,
denunciaba permanente¬
mente los crímenes de los
militares populares y apo¬
yaba la dura lucha de los
trabajadores».
TERRORISMO
IDEOLOGICO
Los modos empleados para
desplazar a los funcionarios
de sus cargos, no son políti¬
cos, pero sí eiicaces. Raúl
Laguzzi, rector de la Univer¬
sidad de Buenos Aires, es
amenazado por la triple A y
conminado a dejar el país,
'.aguzzi se niega, la policía
retira la escolta y manos
anónimas colocan una
bomba en la casa del rector,
que asesina a su pequeño
hijo de tres meses.
Han transcurrido sólo dos
años, desde que la Universi¬
dad Argentina se convirtiera
en lúbrica generadora de una
interesante producción cul¬
tural v científica, v va la no-
ble oscurantista se cierne
Héctor Ca mpora (a la izquierda de la loto),
presidente electo de ta Argentina, con
Juan Domingo Perón, en el aeropuerto de
Roma, el 26 de marzo de 1973.
97
£1 nuevo presidente de la Argentina, Juan Domingo Perón, y la nueva vicepresidente,
Isabel Martines de Perón, Juran sus cargos, el 14 de octubre de 1973.
sobre ella. Laguzzi se asila
en la embajada mexicana.
Su alejamiento coincide con
la ofensiva sin precedentes
lanzada sobre el sector aca¬
démico, por el ministro de
Educación Oscar l\ anise-
vich —hombre proveniente
del peronismo fascista—,
con el propósito de eliminar
a todos los elementos pro¬
gresistas que habían irrum¬
pido en la Universidad Ar¬
gentina durante el gobierno
de Cámpora. Se cesó a mi¬
les de profesores, se supri¬
mieron Departamentos en¬
teros, como el de Humani¬
dades, Economía y Geogra¬
fía de la Un iversidad del Sur,
en Bahía Blanca. Se liquidó
la participación estudiantil
en el gobierno universitario,
se obligó a los alumnos a
presentar un certificado de
«buena conducta v costum-
mr
bres» para ingresar en la
Universidad, v no tallaron
F
lossecuestros y asesinatos de
mr
profesores y estudiantes que
impusieron en el ámbito
universitario un clima de
verdadero tenor.
Los bajos salarios impulsa¬
ron a los intelectuales a bus¬
car otros lugares donde ejer¬
cer su profesión con mayor
tranquilidad y mejores
perspectivas. Para dar un
ejemplo, diremos que la mi¬
tad del personal profesional
de la Comisión Nacional de
Energía Atómica, había
emigrado antes de marzo de
1976.
La desenfrenada represión
se basó en una ideología
seudo-nacionalista de rasgos
fascistas que hace apología
de la autoridad y la familia a
lo cual hay que añadir cier¬
tas connotaciones antise¬
mitas. En ese contexto se
deben inscribir las palabras
del decano interventor de la
Facultad de Filosofía y Le¬
tras, el sacerdote Sánchez
Abelenda: «...Arrancar de
raíz las hierbas perniciosas
que envenenan la nacionali¬
dad y la lamilia argentina,
por ello los profesores devo¬
tos de Marx y Freud tendrán
■d"
que ira enseñar a Moscú o a
París, porque en Argentina
se les acabó la aventura sio¬
nista, libertaria y destruc¬
tora de ios valores de la na¬
cionalidad».
La política represiva en la
Facultad de Filosofía y Le-
tras se cimentó en la idea de
que las carreras de Sociolo¬
gía, Psicología v Ciencias de
la Educación formaban un
«tipo especial de profesio¬
nal» que se convertía en
«cuestionador ideológico
nato»; por lo tanto se separa¬
ron de Filosofía v Letras esas
■ m•
carreras y las colocaron bajo
la administración de Medi¬
cina.
No hubo Facultad que no su¬
friera el azote reaccionario.
El segundo ministro de Edu¬
cación, durante el Gobierno
de Isabel, Pedro Arrighi, se
pronunció en contra de la
Reforma Universitaria de
1918 pues, a su juicio, la Re¬
forma se realizó bajo la ins¬
piración directa de la Revo¬
lución Bolchevique de 191 7,
para romper «la paz del
mundo académico» y en
«contra de la estabilidad de
la nación ». Como se recorda¬
rá, algunas de las conquistas
logradas por este movi¬
miento fueron: la libertad de
cátedra, prioridad de la
misma, concurso de antece¬
dentes para optar a un cargo
de profesor, autonomía uni¬
versitaria, gobierno univer¬
sitario—participación de es¬
tudiantes y profesores en el
gobierno de la Universi¬
dad— y gratuidad de los es¬
tudios.
En lo querespecta a ios Insti¬
tutos Estatales de Investiga¬
ciones, en el transcurso del
Gobierno peronista se dio un
anticipo de lo que ocurriría
después en forma más inten¬
sificada: 8 investigadores del
Instituto Nacional de Física
v Tecnología de San Miguel,
provincia de Buenos Aires,
fueron amenzados de muerte
por la «triple A». Como re-
98
sultado, algunos de ellos se
fueron del país y otros se
clandestinizaron por un
tiempo. Además, a un gran
número de investigadores se
les cesó o inhabilitó por el
término de cinco años para
ejercer su profesión, «es que
no se logrará un verdadero
triunfo contra la subversión
si no se hace una verdadera
limpieza en el sector acadé¬
mico para que todos los pro¬
fesores sean cristianos en
pensamiento y acción».
El Gobierno de Isabel debió
afrontar tres conflictos gre¬
miales que sacudieron los
cimientos mismos del apa¬
rato gubernamental. El pri¬
mero de ellos fue protagoni¬
zado por los obreros de la
empresa Ika-Renauit, en la
ciudad de Córdoba. El cor¬
dobés es un proletariado
nuevo, nacido en la década
del 60, cuando la influencia
ideológica del populismo pe¬
ronista ha disminuido.
Es destacabíe en el avance
ideológico del proletariado
cordobés, la fecunda labor
de Agustín Tosco, el sindica¬
lista demás talla que di era la
clase trabajadora argentina.
Los mecánicos de la «docta»
exigieron aumentos de suel¬
do, que cuestionaban el
pacto social firmado por la
dirigenta porteña, e intenta-
ron frenar el avance de la de¬
recha en la provincia luego
del «petit » golpe de Estado
dado por el jefe de policía,
coronel Navarro.
Tosco (marxista) caracteri¬
zaba de la siguiente manera
el conflicto: «Esto forma
parte del proceso que se ini¬
ció con el « navarrazo», o sea,
que esto es la pretensión de
consumar los objetivos que
tuvo el «havarrazo», en el
sentido de aplastar a la clase
obrera y al pueblo trabaja¬
dor en sus derechos econó¬
micos, sociales, políticos v
El presidente de la República Argentina, Juan Domingo Perón, de cuerpo presente, el S
de juliode 1974. Le sucedería en la primera magistratura de la Nación su esposa, Isabel.
culturales. Lo que no consi¬
guieron con el «navarrazo»
lo quieren conseguir con una
provocación que está ins¬
trumentada a través de la
empresa lka-Renault y que
en el plano superior de la po¬
lítica está conducida por el
ministro de Bienestar So¬
cial, López Rega; por el
ministro de Trabajo, Otero;
v consecuentemente por
quien instrumenta el apa¬
rato político. Es decir, se
trata de frustrar definitiva¬
mente un proceso que votó el
pueblo el 2 de marzo por la
liberación nacional v so¬
cial». El enfrentamiento sos¬
tenido por los obreros cor¬
dobeses, tuvo éxito en el
plano re ¡vindicativo, pero el
aislamiento a que fue some¬
tido por la burocracia en¬
quistada en la CGT nacional,
permitió en un breve lapso
de tiempo la intervención
de¡ gremio y la obligada
clandestinización de los di¬
rigentes locales.
La huelga de Villa Constitu¬
ción duró algo más de dos
meses. En esos sesenta y cua-
fe
tno d ía s, 1 a c uo É a de v jo le nc i a
fue muy elev ada, siendo las
masas finalmente derrota¬
das mediante una intensa
acción represiva. Acindar,
una de las empresas afecta¬
das por ía huelga y de la cual
es dirigente José Martínez de
Hoz, obtuvo de! FMI un prés¬
tamo de 100 millones de dó¬
lares, en momentos en que
los sucesivos ministros de
Economía de! país fracasa¬
ban rotundamente en sus
gestiones ante el organismo
internacional.
Esos Iraca sus determinaron
el alejamiento de Gómez
Morales y su reemplazo por
un empresario amante de la
magia y amigo de López Re¬
ga: Celestino Rodrigo. A
poco de asumir Rodrigo hizo
gala de un humor negro en¬
vidiable, afirmando que de¬
bido al alto poder adquisi¬
tivo del pueblo se observaba
«un desmesurado consumo
de alimentas v bienes dura-
bles», motivo principal de la
creciente inflación. Las me¬
didas dispuestas fueron trá¬
gicas; devaluación del peso
con respecto al dólar en un
99
160 por 100 en el mercado
comercial, 100 por 100 en el
mercado financiero, y 80 por
100 para los turistas. No me¬
nos vertiginosos resultaron
los aumentos de las tarifas
de los servicios públicos y los
combustibles; la gasolina
aumentó en un 172 por 100,
el gas experimentó un alza
del 60 por 100, el transporte
ferroviario v automotor el
100 por 100, el metro un 150
por 100, y los productos se-
mielaborados crecieron en
un 140 por 100. Para comple¬
tar el cuadro, Rodrigo anuló
los aumentos obtenidos pol¬
los obreros en las discusio¬
nes paritarias con los empre¬
sarios.
La respuesta dada por los
trabajadores, originó el ter-
c er gran con! lieto labo r a 1 e n
el interregno isabelista. Du¬
rante estas masivas jornadas
pudo observarse cómo un
mov i miento huelguístico,
motivado por claras reivin¬
dicaciones económicas, ad¬
quirió en su desarrollo un
profundo contenido político
antigubernamental.Las ma¬
sas salieron a la calle en de¬
fensa de los convenios colec¬
tivos ganados en tas Comi¬
siones Paritarias, que Isabel
v Rodrigo pretendieron ve¬
tar v terminaron produ¬
ciendo una crisis ministerial
.!)> por uno CGiperonista, cíaosla, ántí-
p John W. Cooke: tadiografía del
l a vicepresidencia y el imperialismo.
¿na i Numera 7
I ^ ■ W
t > jfc i
ANIVERSARIO
. 26 DE JULIO
EVITA Y LA REVOLUCION
LAS FAP AL PUEBLO
Portada del órgano de la Confederación General de Trabajadores Argentina, «libera
ción . claramente hostil a la política gubernamental de Isabel Martínez de Perón.
Isabel Martínez de Perón saluda ai pueblo argentino, tras su proclamación como presi¬
dente de la República. A la Izquierda de la foto, su hombre de confianza, López Rega,
con la caída de tres carteras;
Otero, de Trabajo; Rodrigo,
de Economía, y López Rega,
de Bienestar Social, ha¬
ciendo tambalear peligro¬
samente a Isabel.
Este formidable empuje de
las movilizaciones hizo que
la crisis ministerial dejara
un vacío de poder, eleván¬
dose a la orden del día esa
cuestión. La burguesía atra¬
vesaba serias dificultades
para sostener el poder, v-el
proletariado y el pueblo no
estaban en condiciones de
asumirlo.
100
LA SUERTE
ESTA HECHADA
La burocracia sindical, [ide¬
rada por Lorenzo Migue! y
Casi Ido Herrera, enfrenta un
duro trance; la combativi¬
dad de las masas la lleva a
adoptar i a política de los he¬
chos consumados y apoyar
sus protestas; por otro lado,
debe disputar espacios al
lopezregismo dentro del pe¬
ronismo v írenar la alianza
de otro burócrata (Calabró)
con las FF. AA,
Miguel instruye a sus hues¬
tes en la defensa de Isabel,
Herrera avizorando que las
«vacas gordas» se diluyen,
apuesta fuerte en los Casinos
del ¡'lata y Montevideo, sus
palabras son elocuentes:
«me borro».
Sectores del peronismo bur¬
gués desean prolongas inde¬
finidamente las vacaciones
de Isabel y compartir con las
FF.AA. el poder, hasta la rea¬
lización de las próximas
elecciones. Las FF. AA. per¬
manecen expectantes, es ne¬
cesario ajustar la superes¬
tructura jurídica política a
la estructura económica,
dominada por los monopo¬
lios, y por tanto, dar por tie¬
rra con todo viso de demo¬
cracia parlamentaria. El pe¬
ronismo será utilizado como
«chivo expiatorio», v los uni¬
formados no desean compar¬
tir el poder con nadie.
A pesar de todo, los partidos
tradicionales insisten, la
rinión Cívica Radical por
boca de su presidente Ri¬
cardo Balbín, propugna «un
gobierno de coalición entre
el peronismo, la UCR.laCGT
y las FF.AA., para lograr la
estabilidad del marco de las
instituciones». Balbín, tam¬
bién hacía mención al vacío
de poder, «las instituciones
no lucen por lo que no lucen
sus representantes, nunca
fue más fácil entrar en la
Casa de Gobierno que ahora
porque está vacía».
El 18 de diciembre de 1975,
se realiza el ensayo para en¬
trar en la l asa de Gobierno.
La aeronáutica se rebela v
mi
exige la renuncia de Isabel y
su reemplazo por el general
Vi del a. Al cabo de tres días
los rebeldes disponen de ac¬
titud sin recibir sanción al¬
guna y el alto ¡ nando ha cal i-
brado la reacción de la po¬
blación ante la sublevación.
La asonada fue dirigida por
el brigadier Capellini. un
hombre que luego plantearía
problemas al sistema de los
detenidos desaparecidos, ya
que los cuerpos de las perso-
nas fusiladas no recibían
cristiana sepultura.
Isabel está inmersa en la res¬
tructuración de su décimo
gabinete y en la designación
del ministro número 55; el
salario real ha descendido
un 58 por 100; la inflación a
fines de 1976, será dei 1.100
por. 100; y todo indica que
para abril se producirá la ce¬
sación de pagos al exterior,
las reservas del país son de
600 mi llenes de dólares y las
deudas a saldar inmediata¬
mente totalizan 2.000 millo¬
nes de la misma moneda. El
desprestigio del Gobierno es
tota! ,el golpe de Estado está
a punto. La noche del 23 de
i narzo, Isabel y su secretario
González, son detenidos y
llevados al Aeroparque Me¬
tropolitano. El preludio del
genocidio ha terminado,
comienza la primera parte...
Oscar Alende, presidente del
Partido Intransigente, sinte¬
tizaría con claridad la etapa:
«La caída del Gobierno pe¬
ronista demostró la insufi¬
ciencia de una doctrina cu¬
yas limitaciones quedaron
bien perfiladas, sobre todo
en la imposibilidad de pre¬
tender la equidistancia del
Estado de los [actores eco¬
nómicos, su desinterés en
afectar tas causas profundas
de la dependencia, el defini¬
tivo fracaso de la llamada
burguesía nacional para
conducir un proceso de
cambio de estructuras v la
frustración que ocasionan
las burocracias vacías de re-
presentativ idad. El final
apareció como inevitable,
cerrándose así un ciclo en la
historia política argentina».
■ A. C.
La pancarta sintetiza la crisis del Peronismo, antes dei golpe militar.
101
Vi. ; ' 1 f. .*> M :■ ‘ '*« • «y
Nelson Martínez Díaz
102
f «Es un hombre de mediana estatura, rostro quemado por el sol,
pero con líneas de una pureza extraña . Estaba sentado sobre el
caballo, tan tranquilo y firme como si allí hubiera nacido; bajo su
sombrero , de alas anchas y copa estrecha, ornado de una pluma
de avestruz, se esparce una floresta de cabellos; una barba rubia
le cubre la parte inferior del rostro; sobre su camisa roja trae un
poncho americano blanco, ornado de rojo, como la camisa».
Garibafdi, según el suizo Gustavo de Hoffstetter, en;
* Ga riba Idi, Memoriasi
GRANDEZAS Y MISERIAS DE LA
CONCIENCIA ROMANTICA
Europa conocía, en los primeros años del
siglo XIX, la eclosión del período inicial del
romanticismo. Este movimiento, que presa¬
gia el tiempo futuro de las revoluciones na¬
cionales y liberales, surge como reacción.
Esta reacción aparece, en su primera lase,
dirigida contra una corriente que con el
triunfo de la revolución de 1789 plasma en el
estado nacional burgués, resolviendo a favor
de esta clase social una lucha librada contra
los poderes señoriales durante un extenso
período histórico. Movimiento de prolon¬
gada gestación, el romanticismo se mostró al
comienzo menos dirigido a una afirmación
de nuevos valores que a la negación de aque¬
llos que consideraba rígidos y dogmáticos.
Respondió a la consolidación burguesa con
una sensibilidad aristocratizante, rehabili-
tadora de temas caballerescos v galantes, así
como de todo aquello que caracterizaba al
«elegido». Exaltación de valores aristocráti¬
cos v la conciencia católica constituía, sin em¬
bargo, uno de los extremos del fenómeno. La
concepción organicista y dinámica del ro¬
manticismo configuró, en definitiva, un ele¬
mento favorecedor de los cambios sociales,
porque si existieron un Chateaubriand o un
Xavier de Maistre, también surgieron un
Bvron, un Larra y un Víctor Hugo. Si hubo
una frecuente mención al «mal del siglo»,
entendido, en suma, para algunos como la
herencia atea y racionalista del siglo XVIII,
también emergió una corriente que contenía
agudos comentarios sobre las circunstancias
historie osociales, con una cabal toma de
conciencia de los problemas que traía con¬
sigo el nuevo siglo. No debemos olvidar que
Wordsworth redactó volantes políticos, que
William Blake fue amigo de Thomas Payne,
que Bvron mantuvo una activa vida política
hasta su muerte en las murallas de Misso-
longhi, que Larra vivió el exilio, que ma-
dame de Staé¡ publicó De la literatura consi¬
derada en sus relaciones con las institucio- •
nes sociales, que Heine se refugió en París,
con sus obras prohibidas en Alemania.
La conflictiva dialéctica romántica nos
muestra, durante el período de existencia de
estas personas, un panorama tortuoso,
donde conviven la regresión nostálgica hacia
íormas de vida del pasado, el rechazo a la
civilización maquinista y material, la exal¬
tación de la libertad y el ascenso de las nue¬
vas luchas sociales. Unas veces elabora uto¬
pías que se amparan en concepciones aristo¬
cráticas del mundo, y otras se trasmuta en
vanguardia ideológica, atacando los baluar¬
tes burgueses, denunciando los problemas
sociales y alzando su voz en favor de las na¬
ciones oprimidas. Pronto nuevas generacio¬
nes de poetas y escritores utilizarán el tér¬
mino «burgués» como alusión inequívoca al
espíritu estrecho, aludiendo a ciertos rasgos
que hacían a esta clase detestable a los ojos
de los contemporáneos más sensibles.
Romanticismo v reacción, reacción y revolu¬
ción, nostalgia del pasado y anhelo de pro¬
greso, todo puede llegar a confundirse, a ve¬
ces, en un mismo espíritu. Si Alfredo de Mus-
set resumía, en Confesiones de un hijo del
siglo, su desen can to frente a la sociedad de la
siguiente manera: «...Los ricos se decían:
sólo es verdad la riqueza, lo demás es sueño;
gocemos y muramos». Los de fortuna me¬
diana se decían: «Sólo es cierto el olvido, lo
demás es sueño; olvidemos y muramos». Y
los pobres se decían: «Sólo es cierta la des¬
gracia; lo demás es un sueño; blasfememos y
muramos»; por otra parte, Bvron anotaba en
su Diario: «Adelante..., el momento de ac¬
tuar ha llegado y poco importa la propia
persona cuando una sola chispa de lo que
103
sería digno dei pasado puede ser legado al
futuro, inextinguible. No se trata de un hom¬
bre ni de un millón de hombres, sino del
espíritu que debe ser difundido».
Todo esto se manifestó con mayor vigor en
aquellos territorios europeos que estaban
sometidos a príncipes extranjeros; allí el
romanticismo no quedó limitado al terreno
artístico y cultural, sino que se incorporó a
las vetas políticas de los movimientos de re¬
sistencia nacional. La idea-fuerza que su¬
puso el despertar de la conciencia nacional
fue recibida con avidez por a comunidad
italiana; el énfasis puesto en la importancia
de la literatura nacional, en la reconstruc¬
ción histórica de instituciones jurídicas se¬
culares, estuvo dirigido a despertar los sen¬
timientos independentistas y consolidar la
tendencia a la unidad. En 1820, liberalismo
político y romanticismo intelectual confor¬
man un grupo de ideas que se ecaminan en la
misma dirección. Desde la emergencia de la
corriente romántica hasta Manzoni, que en
1823 escribe su admirable carta sobre el ro¬
manticismo en Italia, y luego Gioconiu
Leopardi, debe señalarse la generación
de los años veinte, que se asigna una misión
patriótica cristalizada en la figura de Gio-
vanni Berchet, de Gabriele Rossetti, deste¬
rrado en Londres, de Vicenzo Gioberti, re¬
presentante de la corriente neo-güelfa du¬
rante el Risorgimiento, así como el propio
Giuseppe Mazzini, autor de varios ensayos
de importancia. El programa renovador del
romanticismo, que acompaña a las grandes
Mazzini» con su programa da la «Jovan Italia» alantando al
idaal republicano, t# convirtió «nparsonaja clave da la Unidad
Italiana.
Garibaldi an tiempo» de la tracalada conspiración de 1834, Su
figura da revolucionario romántico «arfa conocida an Europa y
América.
revoluciones europeas de la primera mitad
del siglo XIX, se encuentra presente en las
guerras de la independencia y la unidad
italiana. Cierto es que aparece dividido
en tendencias, articulado en torno a la com¬
pleja vida política e ideológica de la Italia del
período, pero testigo y partícipe de aconte¬
cimientos esenciales.
GARIBALDI Y LA JOVEN ITALIA
«Nací en Niza, el 22 de julio de 1807», nos
dice Garibaldi en sus Memorias. Su abuelo y
su padre habían sido marinos de profesión y
los ingresos familiares permitieron al joven
descendiente cursar algunos estudios. Más
tarde, él mismo hablaría de ello: «No va van a
juzgar por esto que mi educación fue aristo¬
crática. Mi padre no me mandó a que me
enseñaran gimnasia, esgrima o equitación.
La gimnasia la aprendí trepando por los ca¬
bos de ios navios y dejándome deslizar por
las jarcias; la esgrima, defendiendo mi ca¬
beza y procurando lo mejor que podía que¬
brar la de los otros; y equitación, tomando el
ejemplo de los primeros caballeros del mun¬
do, esto es, de los gauchos».
Corrían entonces malos tiempos para el libe-
104
En la batalla de San Antonio, on tierras uruguayas, los garibaldinos demostraron su fervor por la causa de la libertad de los pueblos.
i alismo eui opeo. La historia de las persecu¬
ciones, encarcelamientos, fusilamientos o
destierros, es abrumadora. Paradójicamen¬
te, el resultado de una represión de extrema
dureza fue la formación de la conciencia re¬
volucionaria. Sobre lodo en aquellos países
que aparecían como marginales al nuevo or¬
den europeo surgido en 1815, como el caso de
Italia. Y este renacer de la ideología liberal se
alió con el nacionalismo, emergiendo enton¬
ces con pujanza incontenible. Negada la po¬
sibilidad de expresarse en el pleno de la polí¬
tica legal, la ideología liberal se refugió en la
clandestinidad integrándose a la nueva
fuerza que conformaban los movimientos
opositores a los regímenes autoritarios.
C t ece asi la oposicioi: de los estudiantes ale¬
manes. la Burschenscha ft, los carbonarios
franceses se organizan, al igual que los car-
bonari italianos, o la masonería escocesa e
inglesa. En Francia, los sansimonianos se
convierten en algo así como una nueva igle¬
sia de carácter revolucionario. Mazzini for¬
mula, desde su exilio en Marsella, el pro¬
grama de la joven Italia. La prédica en favor
de la unidad para obtener los ansiados obje¬
tivos de independencia y libertad partían de
un hombre que gozaba de popularidad en los
ámbitos progresistas, alguien a quien los
consenadores estimaban como la figura
más peligrosa de su tiempo. La «joven Italia»
se convirtió entonces en serio problema para
los gobiernos reaccionarios, sobre todo para
los austríacos, a quienes Mazzini intentaba
expulsar de la península como un paso pre¬
vio para instalar un estado libre v democrá¬
tico.
El movimiento no se encontraba aislado en
el continente europeo. Pronto será fundada
en Berna, un año más tarde, la «joven Euro¬
pa», incluyendo a la «joven Polonia», la «jo¬
ven Alemania» y la asociación creada por
Mazzini, Todos estos antecedentes explican
el pensamiento y la acción de hombres como
Garibaldi, que recibían de Mazzini la idea de
liberación de las patrias como paso decisivo
pata la electiva libertad de los hombres y las
uniones nacionales, asi como Ies llegaba de
los sansimonianos, pero sobre todo del fer-
mental clima de agitación europea, la ideo¬
logía revolucionaria. Cuando Garibaldi se
afilia a la « joven Italia», según parece en un
encuentro con Mazzini en Marsella, en 1833,
se había forjado ya la decisión de luchar por
la libertad de los pueblos subyugados por ía
tiranía.
Pero los pasos iniciales de los mazzinianos
terminaron en el fracaso, como acontecía en
general con las conspiraciones impulsadas
por las soc ¡edades secretas. Garibaldi, que se
había enrolado en la marina sarda, aceptó la
105
Retrato de Gluseppe Garibaldi realizado durante su estancia
en Montevideo en el periodo de la Guerra Grande.
tarea de incorporarse a la insui rección que
Mazzini liaría estallar en febrero de 1834,
penetrando desde Suiza con batallones de
voluntarios. Era necesario contar con la su¬
blevación popular en Piamonte y Génova,
donde serían controladas por los insurrectos
las gendarmerías. Pero cuando los revolu¬
cionarios intentan sus primeros pasos la po
licía estaba ya en posesión de los detalles
lundameOtales v el movimiento fracasa ro-
tundamente. Garibaldi se vio obl igado a huir
cruzando la frontera fracesa y el propio Maz¬
zini se exilió en Suiza para escapar a sus
perseguidores. Condenado en ausencia a la
pena de muerte por alta traición, el joven
Garibaldi, luego de realizar algunos viajes
poi el Mediterráneo, consiguió escapar, bajo
el nombre falso de Borel, en navegación
desde Marsella hacia Río de Janeiro, puerto
al que arribó como segundo comandante de
un buque francés. La colonia italiana refu¬
giada en Río era numerosa, y pronto el joven
mazziniano se unió a sus compatriotas.
LA ETAPA AMERICANA
La revolución riograndense de 1835 fue un
producto del clima de resistencia a la polí¬
tica regresiva del Gobierno imperial. Prolo¬
gada por un fracasado intento anterior, el de
Río de Janeiro en abril de 1830, el levanta¬
miento de Río Grande do Sul tuvo un carác¬
ter autonomista, localista y federalista, di¬
na mizado por un fervor republicano que
partía del rechazo a todo poder que no tu-
106
viera origen en el libre y expreso consenti¬
miento popular, lino de los grandes proble¬
mas de la revolución era que la salida al mar
estaba en poder de las fuerzas imperiales,
que controlaban el puerto provincial y pa¬
trullaban las costas cercanas. Garibaldi lle¬
gaba. en consecuencia, a tiempo para de¬
sempeñar un papel fundamental en la «gue¬
rra dos i arrapos», como se denominó a este
enfrentamiento entre paisanos mal armados
y peor vestidos y las tropas del ejército de
Don Pedro II.
Una cita de i historiador brasileño Lindollo
Collor nos ofrece el clima existente en la co-
lonia.italiana durante ese período: «Como a
todos los carbonarios, animaba a los italia¬
nos refugiados en Brasil un sentimiento casi
fanático de cosmopolitismo. Románticos de
la regeneración política, enamorados de la
justicia social,seenorgullecían con el epíteto
de «filibusteros de la libertad» que por todas
parles les acompañaba. Donde quiera que se
encontrasen, tribu de precursores dispersa¬
das por el exilio, no olvidaban las palabras
de Mazzini. que les mandaba «anunciar al
pueblo la insurrección c¡ue se avecina». Fue,
precisamente, en Rio de Janeiro, donde Gari¬
baldi tuvo oportunidad de hablar con su
compatriota Tito Lirio Zambeccari, que ac¬
tuaba como secretario de Bento Goncalves, el
conductor de !a revolución riograndense.
Ambos se encontraban entonces en prisión,
pero Garibaldi consiguió visitarlos junto con
su amigo Rosseti. Cuando Bento Goncalves
se fugó, junto con su secretario, para diri¬
girse hacia el sur y continuar la lucha, Gari¬
baldi v Rosseti habían decidido ya su incor-
r ¡ctor Manuel 11, un rey que Jugó su papel histórico en el mo-
nenio preciso, c di o cando se a la cabeza de! moví miento de la
Unirfrirl lt» liana.
poración a la causa de !a república de Río
Grande.
El cometido del joven marino fue, desde en¬
tonces, hacer presa de los buques enemigos y
alejarlos de la costa. Navegando en un pe¬
queño navio que habían bautizado «Mazzi-
ni», apresaron una galera perteneciente a un
comerciante austríaco y la confiscaron para
sus futuras operaciones bélicas, cambián¬
dole su nombre por el de «Farropilha». Más
tarde se dirigieron hacía el sur, anclando en
el puerto de Maldonado, en Uruguay, espe¬
rando vender la carga de café confiscada y
comprar víveres para abastecer la nave. Pero
la llegada al Río de la Plata tiene lugar en
momentos de grave tensión política y pronto
ios garibaldinos se ven obligados a huir, per¬
seguidos por los navios de la comandancia
local.
Remontando el río Uruguay, que separa al
país del mismo nombre v la República Ar¬
gentina, llega a la provincia de Entre Ríos, en
!a orilla argentina. Garibaldi había resul¬
tado herido en el cuello duran! ee! encuentro
librado con sus perseguidores, y en Guale-
guay es acogido por el gobernador Pascual
Échagüe, quien le hace atender por su propio
médico. Si adversa le había sido su expenen-
Camffo Bensode Cavour, ministro excepcional y eficaí organi*
zador eft inatand as fundamentales de ia lucha por la unifica¬
ción de Italia,
El aire mefistofehco de Napoleón III en el retrato de Nadar
traduce, fiel mente, un político ambicioso* pero oscilante en su
proyección exterior, apremiado siempre por los grupos socia*
les gue sustentaban su poder en Francia.
cía en Maldonado, no resultaría mejor su
estancia en Gualegay, ya que si al principio
se le permite moverse con libertad, pronto la
presión de la embajada de Brasil ante Juan
Manuel de Rosas, y la inminencia del esta¬
llido de la guerra entre los bandos políticos
de ambos márgenes del Plata, hacen que lle¬
gue la orden de encarcelamiento. Garibaldi
se encontraba entonces alojado en casa del
catalán Jacinto Andreas, un antiguo resi¬
dente del lugar, y consiguió huir amparado
por algunos vecinos. Pronto iue apresado y
sometido a tortura, aunque sin lograr que
mencionara los nombres de quienes le ha¬
bían auxiliado; finalmente liberado, es for¬
zado a abandonar la región y se dirige hacia
el río Pi rati ni, en Río Grande, donde encuen¬
tra nuevamente a Bento Gong al ves.
A su lado libraría el combatiente italiano
numerosas batallas por la república rio-
grandense, y en esa misma provincia encon¬
tró Garibaldi a Anita Ribeiro da Silva, una
hermosa mujer criolla, quien abandonó a su
marido para convertirse en la compañera de
aquel ¡oven romático que había atravesado
el mar para internarse en las llanuras del sur
de Brasil. Más de una vez las memorias escri¬
tas por Garibaldi rinden emocionado home¬
naje a esa mujer que supo seguirle a través de
la intrincada maraña dei Matto (¿rosso, que
combatió a su lado, le acompañó cruzando
sierras y llanuras uruguayas hasta Montevi-
107
deo, y viajó a Ilalia para morir acompañán¬
dole en su derrota Juego de una de sus múlti¬
ples bata ¡as. En Brasil permanece hasta
1840, para encaminarse entonces hacia la
capital de la República del Uruguay, donde
llevaría durante cierto tiempo la \ ida de un
inmigrante. De su matrimonio con Añila.
Garibaldi tendrá tres hijos; Menotti. que
lleva el nombre de un compañero muerto en
combate, Ricciotti y Teresita. Pero en le¬
brero de 1843 comenzó un sitio a la ciudad de
Montevideo que habría de prolongarse hasta
1851. Pronto se organizó un ejército para re¬
sistir a las fuerzas sitiadoras, integrado por
muchos habitantes de la cosmopolita ciu¬
dad. Como ha señalado el historiador uru¬
guayo Juan E. Pivel Devoto, siguiendo la re¬
lación de un contemporáneo, el ejército es¬
taba dirigido por el argentino general Paz:
«Se calcula en 8.000 el número de comba¬
tientes con que llegó a contar el ejército or¬
ganizado por Paz. Según Andrés Lamas, a los
cuatro meses de iniciado el sitio, el ejército
de Montevideo tenía un efectivo de 5.000
hombres, distribuidos en esta forma: 1.400
negros libertos, 2.50' t iranceses y vascos, 500
italianos». La organización de la Legión Ita¬
liana quedó encomendada a Garibaldi, v con
el tiempo, a estos hombres que se vistieron
con camisas rojas se les llamó, con justicia,
los «garibaldinos».
La apertura I¡Peral de Pto tX no logro conformar a los hombrea
que se batían contra los austríacos por la liberación de Italia,
sobra todo en une etapa republicana y revolucionaria.
Garibaldi prestó servicios en la flota uru¬
guaya, y también en el ejército de tierra con
su Legión Italiana, que 1 legó a destacarse por
el valor de sus hombres. Los intentos del
Gobierno por recompensar sus servicios fue¬
ron rechazados por el marino en nombre de
sus compañeros, enfatizando que su lucha
era por la libertad y por esa causa querían
ftPor amor a la Patria■*, el 24 de abril de 1861, Cavüur y Garibaldi se reconciliaron en presencia del rey Víctor Manuel.
108
compartir los peligros que corrían los natu¬
rales del país que les daba refugio. Alejandro
Dumas. en su libro Montevideo o la nueva
Troya, le defendía como un luchador perma¬
nente: «Jasé Garíbaldi, proscrito en Italia,
donde había combatido por la libertad:
proscrito en Francia, por haber tratado de
combatir por la misma causa; proscrito en
R ío Grande, por haber cooperado alai unda-
ción de una repúbl iea, fue a ofrecer sus servi¬
cios a Montevideo». Pero las miradas de Ca¬
ri bald i se dirigían ahora hacia Italia, donde
el Risorgimentocontinuaba alentando en el
sentido de la historia. En abril de 1848,
acompañado de unos sesenta compatriotas, se
dirige hacia su país natal para colaborar en
la guerra de liberación que dura tía aún va¬
rios años.
HACIA LA UNIDAD ITALIANA
Cuando Garíbaldi desembarcó en territorio
italiano, en el mes de junio de I 848, contaba
casi cuarenta v un años. El movimiento de
kr
independencia nacional se desarrollaba, en¬
tonces, sobre la base de tres corrientes ideo¬
lógicas: una republicana, impulsada por
Mazzini y que reconocía como antecedente
una tradición libera] jalonada por socieda¬
des secretas, conspiraciones y sublevacio¬
nes; otra « neo-güelía», inspirada en la figura
de Gioberti, procurando alcanzar una fede-
Uld|t< ' LtCUuJbuJhl,
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VHaqOkjl • •
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Mi matura de Amia Garíbaldi realizada en Montevideo, en 1845. y
reconocida por Ría ott» Garíbaldi como: ««único y auténtico retrato
de mi madre».
ración bajo la presidencia del Sumo Pontífi¬
ce; finalmente, un movimiento piamontés,
cuyos conductores lueron Balbo, D'Azeglioy
Cavour. Este último colocaba sus esperanzas
Entrada de Garíbaldi en Ñapóles. Litografía existente en Milán, en colección privada.
109
Genova, Monumento a «Los Mil», Ja famosa fuerza garibaldi na.
en la vol untad reformista del príncipe Carlos
Alberto.
Desde 1846, la Iglesia tenía un nuevo pontífi¬
ce: Pío ÍX, quien inició su gobierno dando
claras muestras de una actitud progresista,
por lo cual muchos de sus contemporáneos
consideraron que su figura sería capaz de
congregar voluntades en favor de la unidad
del territorio. La tensión ascendía gradual¬
mente v, en 1848. el rev Fernando de Sicilia
se vio obligado a otorgar una Constitución a
sus súbditos, ejemplo que debió seguir Car¬
los Alberto de Piamonte y Cerdeña, y luego el
propio papado. Mientras tanto, en Austria se
producía la caída de Metternich, odiado ver¬
dugo del liberalismo, ante el empuje de los
jóvenes revolucionarios de su país. Resona¬
ban con fuerza palabras nuevas, v por ello
mismo atemorizantes, como «república»,
«pueblo», «trabajadores», «burgués»; de
novedosa utilización por los sectores popu¬
lares, que las incorporaron en sus manifies¬
tos. Esta «primavera de los pueblos», como
se la denominó, exhibía una gran fuerza ex¬
pansiva; tal vez por ello mismo el Papa se
negó a implicarse en la revolución contra los
110
austríacos, defraudando a quienes lo pro¬
clamaban como conductor v cabeza de una
federación italiana. Pero si en 1831 los mo¬
narcas absolutos habían optado por detener
los movimientos populares y lo habían lo¬
grado en Alemania, Polonia e Italia de ma¬
nera decisiva, ahora un príncipe, Carlos Al¬
berto, se colocaba a la cabeza de la guerra
contra Austria.
Desvanecida la popularidad del Sumo Pontí¬
fice, Rápidamente fue proclamada la Repú¬
blica romana, por lo cual Pío IX abandunó la
ciudad, colocándose bajo la protección de
Fernando II. Garibaldi, que ante la descon¬
fianza de Carlos Alberto hacia sus «camisas
rojas», había olrecido sus tropas a la ciudad
de Milán, hace su entrada en Roma ¡unto a
Mazzini. Pronto, sin embargo, Luis Napo¬
león envió sus ejércitos en defensa de los de¬
rechos del Papa, presionando por el sector
clerical que prestaba apoyo a su Gobierno en
Francia; sitiados por los austríacos desde el
norte, por los napolitanos desde el sur, y aco¬
sados por las tropas francesas, los republica¬
nos de la ciudad eterna lucharon inútilmen¬
te. l os combates culminaron en un nuevo
triunfo de la reacción europea y un exilio
más para Garibaldi, que debe huir hacia la
frontera suiza. Le acompañaba Anita, la mu¬
jer que había conocido en tierras america¬
nas, pero esta vez, para morir consumida por
la fiebre en los lagos, cerca de Ravena,
cuando intentaban eludir la persecución de
los austríacos.
En 1850, este hombre eterno navegante,
eterno luchador por ia libertad, se encuentra
en Nueva York, trabajando en una fábrica de
velas. Nuevos viajes como capitán de buque
mercante le llevan ahora hacia Oriente, ha¬
cia Perú en el Pacífico, y luego a Australia.
Cuando fina'iza esta etapa se instala en la
isla de Caprera, frente a Cerdeña, donde se
dedica a los trabajos agrícolas.
Entretanto, un ministro excepcional, Camilo
Benso de Cavour, había logrado organizar el
Piamonte para iniciar la lucha contra Aus¬
tria. La intervención de Italia en la guerra de
Crimea, secundando a las fuerzas francesas e
inglesas, formaba parte de una estrategia
largamente madurada, que incluía una en¬
trevista en Plombiéres con el emperador de
los franceses. En el acuerdo logrado en ella,
Cavour cedía a Luis Napoleón Saboya y Ni¬
za, a cambio del apoyo en un conflicto con
Austria, aunque en los proyectos franceses
no entraba la consideración de la unidad de
Italia, o el deterioro de la autoridad del Papa
sobre Roma, hecho que pronto ocasionaría
graves complicaciones. Los preparati\os bé¬
licos de Cerdeña provocaron una reacción de
Austria, que presentó un ultimátum en I 859,
tal como esperaba Cavour. Formalizado el
conflicto, las tropas austriacas penetraron
en el Piamonte, donde sufrieron, sin embar¬
go, serias derrotas en Magenta y Solferino.
No eran éstas decisivas, pese a todo, y Napo¬
león III comenzó a inquietarse ante el giro de
los acontecimientos. Vehemencia revolucio¬
naria y progreso hacia la unidad, posible in¬
tervención de Prusia en caso de situaciones
demasiado críticas para Austria, eran facto¬
res demasiado inquietantes para sus planes
políticos. En consecuencia, ei mes de julio de
1859 se concertó un armisticio en Villa!ran¬
ea, ratificado ese mismo año en Zurich.
Hasta el momento, Piamonte sólo había con¬
seguido liberar Lombardta, mientras Gari-
baldi apoyaba la resistencia del Gobierno
provisional en Tose ana, opuesto al retorno
del duque de Florencia.
Desde 1859 hasta 1861, se transitó un labo¬
rioso camino hacia la unidad. Garibaldi
afirmó su lealtad al rey Víctor Manuel II por
considerarlo única figura capacitada para
reunir voluntades en esa larga lucha. Esta
actitud le ocasiono diferencias con Mazzini.
en tanto que, por otro lado, crecía su antago¬
nismo hacia Cavour luego de la cesión de
Niza y Sabova a los franceses. En Tosca na,
Modena V Parma, surgieron asambleas cons¬
tituyentes que favorecían al Piamonte. En
Sicilia se produjo mía sublevación contra el
borbón Francisco II y fue solicitada la cola¬
boración de Garibaldi. Este se había encon¬
trado en Génova con un emigrado siciliano,
Francesco Crispí, y en mayo de 1850 se orga¬
niza la expedición de los «mil camisas ro¬
jas», que, no obstante contar tan sólo con
armamento anticuado —viejos fusiles y al¬
guna pieza de artillería—, protagoniza cam¬
pañas fundamentales para la marcha de la
unidad italiana. Estos voluntarios, casi to¬
dos de origen urbano, logran desembarcar en
Sicilia, donde rápidamente se apoderan de
Mesina y Palermo, batiendo a las luerzas
borbónicas. Las ciudades, en plena eferves¬
cencia revolucionaria, los acogen tn un tal¬
mente, y una serie de medidas eliminando
las tasas sobre granos acerca a los campesi¬
nos a la causa garibaldina.
Uno de los primeros actos de Garibaldi fue la
proclamación en Sicilia del rey Víctor Ma¬
nuel; poco después cruza el estrecho de Me¬
sina para entrar victorioso en Nápoles,
mientras que Francisco H buscaba un refu¬
gio en Roma. La ciudad recibe al jete de los
La revista londinense «Punch», publicaba esta caricatura de
Garibaldi en IB60,calzando la bota italiana al rey Víctor Manuel II.
«camisas rojas», considerándole el héroe li¬
berador, pero éste continua sus campañas en
Calabria, incorporando todo el sur de la pe¬
nínsula a la corona de Víctor Manuel. Mien¬
tras tanto, la preocupación máxima de Ca¬
curo era evitar que el íugoso marino conti¬
nuara su proyectada campaña en dirección a
Roma, v, en consecuencia, envió las tropas
de Piamonte-Cerdeña en dirección al sur
para reunirse con las fuerzas garibaldinas.
La serie de medidas tomadas por Cavour en
consideración a un posible enfrentamiento
con Napoleón III, si se producía un ataque a
los estados pontificios, consiguieron poner
en manos del ministro la situación
poli tico-militar, al tiempo que relegaban a
Garibaldi del primer plano político. Luego
de una tensa entrevista con el rey, el jete de
los «camisas rojas» declinó el mando de sus
tropas v se retiró a la isla de Caprera. En
febrero de 1861 era proclamado el reino de
Italia, que reconocía como soberano a Víctor
Manuel 11, luego de una asamblea de parla¬
mentarios procedentes de todas las regiones
111
Encuentro de Teano entre Garibaldi y el rey Víctor Manuel II, en 1960.
liberadas reunidas en Turín, al tiempo que
decretaba la capitalidad de Roma.
El resultado, pese a constituir un sensible
progreso, no dejaba complacidos a los italia¬
nos. Venecia permanecía aún bajo control
austríaco, los estados pontificios no se ha¬
bían incorporado, v Sabova v Niza habían
pasauo a poder francés. No obstante, el
apoyo internacional prestado al nuevo reino
de Italia por Francia, pero sobre todo por
Inglaterra, hacía difícil la contraofensiva de
Austria. Entretanto, Garibaldi rechazó los
honores de general y esperó impaciente la
reanudación de las acciones para completar
el proceso de la unidad i tal ¡ana. Pero Cavour
decretó la desmovilización dei cuerpo de vo¬
luntarios, en un intento de anular ia obra
desarrollada con gran esfuerzo por el propio
Garibaldi. La burguesía peninsular había al¬
canzado buena parte de sus propósitos y los
cuerpos no regulares constituían un ele¬
mento poco seguro en el futuro.
La muerte de Cavour, luego de un breve pe¬
ríodo de enfermedad, permitió que la «cues¬
tión romana» y el problema de Venecia en¬
traran de nuevo en discusión. Roma se en¬
contraba, desde la caída de la república en
1849, ocupada por una división francesa que
prestaba respaldo a Pío IX. Porconsiguien te,
los acuerdos y desacuerdos entre un Gari¬
baldi que intentaba la conquista de Roma y
el Gobierno del reino de Italia, que se mos¬
traba indeciso, deben medirse a la luz de esta
circunstancia. Dos sucesos de amplia reso¬
nancia europea cooperaron, finalmente, en
la culminación de la unidad italiana. El pri¬
mero de ellos fue la guerra austro-prusiana,
112
paso inicial de la etapa agresiva de Bismarck
para la unificación de Alemania; el apoyo
ia lia no a Prusía facilitó la cesión de Venecia
al reino de Italia en los acuerdos de paz. El
segundo fue otra guerra, esta vez entre Pru-
sia y Francia, que obligó a Napoleón III a
recurrir a las tropas acantonadas en Roma v
evitó, en consecuencia, un choque frontal de
Italia con sus aliados de la víspera. La en¬
trada de las tropas de Víctor Manuel en
Ro ma se produjo en 1 870# v el rey se instaló
en la ciudad, que se convirtió en capital. En
ese mismo período, Garibaldi demostró, una
vez más. su espíritu generoso de ardiente
luchador por la libertad al ofrecerá Francia,
durante la invasión prusiana, la ayuda de sus
voluntarios.
Finalizaba una larga marcha hacia la unión
nuevo estado se daba la forma
política de una monarquía constitucional.
Quedaban por resolver, es cierto, numerosos
problemas económicos V sociales que debe¬
rían ser reajustados de acuerdo a las nuevas
situaciones. Uno de ellos, el más difícil sin
duda, era el enorme distanciamiento entre
las formas de vida de J tal i a del norte y el sur
de la península.
GARIBALDI DESDE EL
MUNDO ACTUAL
Es indudable que Garibaldi brilla con luz
propia entre los personajes más destacados
del siglo XIX. Existencia romántica y turbu¬
lenta, en continua lucha por ideales que co¬
braron mayor íuerza a medida que avanzaba
el siglo, la personalidad del héroe de dos
mundos tiene mucho de novelesco. Fue una
figura inquietante en tiempos de afianza¬
miento de la burguesía; un héroe que comba¬
tía por la libertad sin fronteras nacionales,
cuando la política de su ¿poca había optado
por ceñirse a objetivos muy concretos. Para
Cavour, por ejemplo, Garibaldi era un sna-
rino aventurero; un guerrillero que había de¬
sarrollado su afición a la idea revolucionaria
en las llanuras sudamericanas; un hombre
surgido de la masa popular, incapaz de com¬
prenderlos sutiles mecanismos de la política
en las cancillerías europeas. Algo de esto era
verdad, puesto que Garibaldi nunca fue buen
político. Pese a todo, Cavour le admiraba y le
utilizaba. Muchos historiadores han coinci¬
dido en afirmar que ambos se complementa¬
ron admirablemente en la difícil tarea de
realizar la unidad de Italia, aun mante¬
niendo enconadas diferencias.
Varios hombres hicieron posible, no obstan¬
te, este proceso hacia la liberación nacional:
Mazzini, Garibaldi, Cavour. a los que ha\
que sumar otro sin cuya presencia la mate¬
rialización de los ideales del Risorgimiento
habría, tal vez, fracasado, y éste fue el rey
Víctor Manuelli. Porque si la unidad ita¬
liana tiene en Mazzini una personalidad
dramática, que pasea su exilio de un país a
otro, luchando siempre por mantener vivó el
ideal republicano, en el entramado histórico
del Risorgi miento, la figura deslumbrante es,
claro está, Garibaldi, el combatiente infati¬
gable, que lleva consigo más allá del Atlán¬
tico el prestigio de las ideas mas claras a la
filosofía mazzini ana: que la libertad de una
nación no encuentra su total significado en
tanto existan otras patrias oprimidas. La
causa de la unidad italiana, una de las más
altas expresiones del idealismo político del
siglo, contó también con un hábil estadista
como Cavour. Hombre dinámico y tenaz,
culminó su vida en 1861. con el organismo
agotado por una extraordinaria tensión,
pero entreviendo el advenimiento de una
nueva Italia. Y encontró, asimismo, en la fi¬
gura del rey Víctor Manuel, ei hombre que
supo jugar su papel en e! momento histórico,
convirtiéndose en cabeza de la revolución
para la unidad del territorio.
Garibaldi, cuya vida se extingue en 1882, es
hombre que no puede reducirse al marco his¬
tórico de la unidad italiana. Ideas y acciones
garibaldinas pertenecen al legado universal,
puesto que su capacidad para desarrollar,
sin contradicciones, su amor por la patria
natal y por la libertad de los pueblos, le !le\ ó
a luchar en tres países distintos. Algunas de
las páginas más extraordinarias del Risor¬
gi miento fueron escritas por él, pero también
dejó profunda huella en la historia de la fra¬
casada república de Río Grande do Sul, en
Brasil, v en la defensa del Montevideo liberal
Ir m .
en Uruguay, al frente de la Legión italiana.
Lra, en suma, un convencido intemaciona¬
lista en idea y acción, de los que el siglo XIX
ha brindado grandes ejemplos. Lo demostra¬
rían, si otros testimonios no existieran, los
monumentos y las calles que llevan su nom¬
bre, así como la emocionada memoria de su
figura, en Europa y América. ■ N. M. D.
rrapos. Rio de Janeiro, i\
Alejandro Dianas,
y a, Bttenois Aires, 196!.
seppe C-a rabal di. M
5.
\ Vía ck Smith, Garibaldi , Col. Los Hom¬
bres de la Historia, Buenos Aires, 1970.
Juan E. Pire 1 Devoto, Historia déla República
Oriental del Uruguay ( 1830-1930), Montevideo,
1966.
\ritck ron í’oltnzvn, Garibaldi. Barcelona,
1966. ‘ -. /
Carlos M. Rama, Garibaldi y ei Uruguay, Mon¬
tevideo. 196$.
Pune Renottvin, Historia de las relaciones in¬
ternacionales. El siglo XIX, Madrid, ¡964.
L¡» (Irniirn* PE ASÉE ilr («arihaUli
Ef periódico reaccionario francés “Le GreloN, publicaba esta
caricatura de Garibaldi en 1 882. No obstante, ei famoso
misa roja» había ofrecido generosamente su ayuda a la causa
francesa durante la invasión prusiana de 1070.
113
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| eí'AirJpii ;.r**tdit* (W* U* *iiHJW¡t(»*lb, y *rfi^i!w
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* if —.f e rt* m .,=0 i* *VXJ*4É un »-J ¡vr-
b * #,' y éTM Wb Jwm=s- 4 r «m M ik^-rnii* t» 1 .- -
>a ftrt- 141 ISA ■ -te* M -^*fr « eíAtew»* Mi» í p
■ ■ ir f;., < T r^vit" fl' ÜT 1 >r * F
r*iii 4 t''i.w 4 jr *■ *He«^«**W* Sp'pli *í K ■
JuC* ap* ‘-bti j i r im ** ^ r *»--
(*La Verdad» t de Murcia , 30-IX- ¡951.)
LOS INFUNDIOS
DE AYER
C OMPROBADA la
inutilidad de las
confabulaciones v
complots, urdidos
más allá de nuestras
fronteras contra Es¬
paña y su Caudillo,
quedaba siempre a
disposición de los
vencidos ese arma in¬
noble con polvosa
rulenta de mentira y
rencor: el infundio.
Triturados en el te¬
rreno de las realida¬
des, nuestros enemi¬
gos buscaban el cena¬
gal de la calumnia,
feudo que por dere¬
cho les pertenece.
¿Cuántas veces, «ra¬
dias» y periódicos, in¬
cluso de aquellos que
se cubren con clámi¬
des de patricios, pu¬
sieron en fuga al ge¬
neral Franco, y lo de-
cruzar fronteras. Re¬
sultaba más cómodo.
Podía permanecer en
España, pero daba
igual porque la cosa
no tenía remedio: sus
días estaban conta¬
dos. Enfermedades
misteriosas, no diag¬
nosticadas de un mo¬
do concreto, que los
«bien enterados»,
con informaciones
directas y confiden¬
ciales de médicos
eminentes llamados
con urgencia a con¬
sulta, sabían entra¬
ñaban mucha grave¬
dad y a plazo corto.
Ciertos resonadores
extranjeros, en cons¬
tante impaciencia
por propagar mias¬
mas, dieron mucho
vuelo a la informa¬
ción.
Ene! verano de 1950,
en algunas ciudades
del Norte, el infundio
jaron por cammos lg- El Generalísimo Franco, fotografiado este verano con el ministro del Ejército, Corrió Como reguero
de pólvora. Los fra¬
guadores de la especie
no estaban lejos, al otro lado de la
frontera. Se decía fecha, lugar y
et nombre del cirujano, para la
notos en b usca de re
fugio donde ocultar¬
se? Entonces se estimaba como
la mejor manera para reducir al
régimen español a escombros,
describir a su jefe disfrazado y
errante, hacia el castillo de Irlan¬
da, adquirido previsoramente
como escondrijo ideal para la
hora de emergencia, o bien en
vuelo hacia un rancho, allá en
Patagonia, de cuyas característi¬
cas dieron muy cumplida infor¬
mación gráfica algunos libelos
de América.
LOS INFUNDIOS DE HOY
Pero como Franco se obstinaba
en permanecer en España y de¬
jaba en ridículo a los inventores
de sus arriesgadísimas odiseas,
teniente general Muñoz Grandes. (Foto Laraj.
se recurrió a un nuevo infundio,
por el cual no se le imponía a!
general la penosa obligación de
S eñ OraS... evitad lodo
DOLOR
con el uso del
CEREBRINO
MANDRI
NUNCA PERJUDICA
H-HaOlM
La esposa del Caudillo, doña Carmen Polo, con su hija, doña Carmen Franco, y su nieta
Carmene íu. (Foto Gyeneg.)
intervención quirúrgica. Y los
galenos, designados como jueces
de garantía. Ante los «bien ente¬
rados», resultaba inútil la nega¬
tiva formal, denunciándoles que
habían sido víctimas de un en¬
gaño. Le miraban a uno con ojos
de conmiseración y se decían
para sus adentros; «¡Si lo sabré
yo!»,
EL «ENFERMO* REVIVE
Tres meses después de la pro¬
clamación del infun dí o sobre las
extrañas dolencias de Franco,
yo, en calidad de cronista,
acompañaba al general, en su
viaje a tierras de soberanía en
Africa hasta Sidt Ifni, El Aaiún y
Villa Cisneros y después en su
triunfal recorrido por las islas
Canarias. Causaba asombro
contemplar a Franco—a quien,
aficionados a diagnosticar sobre
la salud ajena, nos lo habían pre¬
sentado como extenuado y so¬
metido a riguroso régimen de
reposo y comida— en la inter¬
pretación de un programa capaz
de rendir a un Hércules. Sin em¬
bargo, lo cumplió en su integri¬
dad y sin un solo fallo. En pie,
apenas alboreaba, en incesante
actividad hasta la madrugada,
infatigable caminan te bajo el sol
de los trópicos, siempre lúcido
en el diálogo, con la atención
despierta a los problemas que su
presencia suscitaba. Cinco horas
seguidas dedicó en El Aaiún al
examen de los asuntos dei po¬
blado, y, en especial, a uno refe¬
rente a la explotación de un ya¬
cimiento de fosfatos. Otras tan¬
tas el día anterior en Sidi Ifni, al
estudio del porvenir déla locali¬
dad. Lo mismo en Villa Cisneros.
No esquivó visita, acto ni fiesta
del programa, en el que se había
llegado ai aprovechamiento in¬
tegral no de las catorce horas de
la jornada, sino de los minutos.
EL VIAJE A CANARIAS
Pero con ser abrumadora la ex¬
cursión por Africa, mucho más
fuerte lo fue la de Canarias,
donde puede decirse, sin que en
estas palabras haya ni tilde de
lisonja, que el general file el
único su perviviente de unos días
agitados capaces de aplastar al
más animoso.
Cien o doscientos kilómetros de
recorrido por cada una de las
siete islas, con sus flecos de re¬
cepciones, desfiles, audiencias,
discursos y reuniones con las au¬
toridades, banquetes y la consa¬
bida fiesta nocturna. Hacía falta
un temple de acero v una natura¬
leza de cuarzo para resistir
aquel vendaval promovido por
el entusiasmo y el cariño de un
pueblo —el más español de los
españoles— delirante a la visita
de su caudillo. Sin embargo,
Franco lo resistió con excelente
espíritu y una entereza, bien ca¬
lificada sí la llamamos legiona¬
ria. Siempre recordaré la excur¬
sión del último día por las islas
de Puerteventura y* Lanzarote.
El número final de la visita a
ésta lo constituyó una excursión
al interior para contemplar los
cultivos de la zona volcánica,
hasta la infernal Montaña de
Puegp. Muchos de los acompa¬
ñantes se declararon vencidos y
renunciaron a la expedición, en
la que se invirtieron más de tres
horas.
De regreso en Arrecife, ya de no¬
che, hubo recepción en la resi¬
dencia de jefes y oficiales.
Franco les dirigió ía palabra y
conversó después con unos y
otros con tal naturalidad y loza¬
nía de ánimo, como si en lugar
de estar en el epílogo de un día
agobiador, empezara a vivirlo,
repuesto tras prolongado des¬
canso.
A uno de los personajes más cali-
licados, de los que figuraba en el
cortejo, le vi derrumbarse en un
sillón de la residencia, mientras
confesaba:
—El Generalísimo es de hierro.
UNA NATURALEZA
PRIVILEGIADA
La Providencia ha dotado al ge¬
neral Franco de una naturaleza
privilegiada. Lo dicen y repiten
quienes por vivir cerca de él
pueden afirmarlo. Uno de ellos
me refería:
—La fortaleza del general se
pone a prueba todos Sos miérco¬
les, con ocasión de las audien¬
cias, iniciadas a las once de la
mañana y prolongadas hasta las
cuatro o cinco de la tarde, sin
que Franco dé señales de fatiga.
¿Las cinco de la tarde he dicho?
Hubo un día en que las concluyó
a las siete menos cuarto. A esa
hora, se sentó sencillamente
para almorzar, sin reflejar la
menor contrariedad ni cansan¬
cio.
Sobre esta facultad de resisten¬
cia, y con noticias y comproba-
ESPAÑA
ciones hechas por el médico del
Generalísimo, don Vicente Gil
García, el redactor de «Arriba»,
señor García Serrano, puntuali¬
zaba hace pocos meses en una
crónica, que valía por el mejor
parte facultativo, la normalidad
de las pulsaciones del general
durante una ascensión por la
sierra de Gredos, efectuada por
entonces con agilidad y brío
«amo en los días del asalto a los
Malmusi y al monte de las Pa¬
lomas.
UNA VIDA DE TRABAJO
Había terminado la visita a las
islas, y ya a bordo del crucero
«Canarias» pensé que el general
se entregaría complacido al des¬
canso. El señor Carrero Blanco
me sacó de tal error. Franco no
interrumpió un momento su
trabajo. Durante la navegación.
despachaba asuntos,examinaba
otros, mantenía comunicación
con Mad' id, y escribía. Una no¬
che me hizo el honor de sen¬
tarme a su mesa, y comprobé
que el «menú», frugal, no estaba
en consonancia con las prescrip¬
ciones que prohíben a los hepá¬
ticos la coli or y los huevos. Por
lo demás, Franco ha mostrado
siempre una superior y elegante
indiferencia por la comida.
La sobremesa duró hasta la ma¬
drugada. El Caudillo es un gran
conversador, y sea cualquiera el
tema abordado, lo anima, eleva
y abrillanta al discurrir sobre él,
con singulares repentizaciones,
anécdotas y pinceladas de su
mucha experiencia y lecturas.
Se había retirado Franco a su
camarote, Comentaba yo con el
infortunado general García Es-
cámez la incesante actividad del
Jefe del Estado, y su vigor espiri¬
tual mantenido inalterable
hasta el final del día. El general
me atajó, jovial:
—¿Usted cree que se ha ido a
dormir? No, señor. Ahora leerá
una o dos horas antes de conci¬
liar el sueño. Y luego, eso sí, se
duerme como un Pepe.
Una vez pregunté a persona que
desde hace mucho tiempo tra¬
baja cerca de Franco:
—¿Usted le ha conocido alguna
vez enfermo ?
Y me respondió:
—Yo sé que, en treinta y cinco
años, desde la herida en la ac¬
ción de But, solamente ha guar¬
dado cama dos veces: una el año
1950:1a otra, en 1939, a come
cuencia de una gripe. Pocos co¬
nocen que el mismo día de la
conquista de Madrid, el Genera¬
lísimo se consumía de impa¬
ciencias en la cama, con enfado
de los médicos, que se vieron
' 1,1 ¡¡gados a imponer su autori¬
dad para contenerlo en el lecho.
Para bien de España y satisfac¬
ción y alegría délos españoles, el
general Franco goza de buena
salud. Que Dios guarde la vida
del genera] durante muchos
años, y no pongamos, como de¬
cía León XUI, límite a la divina
misericordia.
Joaquín ARRABAS
(«ABC», 30-IX-1951.)
Tres meses después de la propagación de tos rumores infundados sobre ia salud del
(•enera üsimo tranco, visítate éste acunas tierras de soberanía española en Africa y hacia
un tvctxrido triunfal por tas Islas Canarias. En esta fotografía apareced Jefe del Estado
español presenciando en Sama Cruz de la Palma un desfile en su honor. (Foto A B C.)
EL BUEH SINTOMA DE LOS
DIPLOMATICOS, en Salamanca
y en Madrid
t *
VÜLIOR
OS quince años de presencia
L del General Franco en la
Jefatura del Estado nos
traen una realidad política difí¬
cilmente discutible; su necesidad
histórica de estar en el Poder. En
Madrid, donde se habla de polí¬
tica tanto como de fútbol, y aqué¬
lla tiene también sus «peñas Ma¬
riano »,para sorpresa de algún co¬
rresponsal extranjero que nos su¬
ponía un pueblo atemorizada-
mente hermético, se concluye —a
pocas dosis de seren idad y de obje¬
tividad que se ponga en la discu¬
sión— en esa verdad; Franco está
actualizado por el giro de los
acontecimientos mundiales, por
la impresionante capacidad de
aguante de sus nervios (siempre
que los tenga), por la destreza con
que domina (o doma) a los secto¬
res políticos varios del país, por¬
que el Movimiento es multicéfalo,
y Franco obliga a la unificación,
a la coalición, al esfuerzo común
en una etapa dificilísima en
donde lo principal ha venido
siendo sacar a un pueblo del terri¬
ble atolladero en que estaba, y del
que no ha salido todavía, porque
quince años de paz interior, de
tranquilidad pública, son un
plazo insuficiente para todo lo
que hay que restablecer, cons¬
truir, innovar, crear, reparar. Asi
era de importante el daño. Quince
años son, ciertamente, muchos
para un estadista o para un polí¬
tico en el Poder, pero son pocos
como tarea española de resurgi¬
miento o de surgimiento, porque
estamos creando cosas, incluso
en la línea de respeto al hombre,
que nunca han sido, ni cuando
reinaba Don Felipe II, que, en
ponderación de Ludwig Pfandl,
« dominaba no sólo sobre Europa,
sino sobre medio mundo, y de
aquella nación de cruzados de la
cual era él ídolo y señor». El te¬
niente general Bermúdez de Cas¬
tro escribía ayer un artículo muy
sagaz en «ABC», manejando al¬
guno de los juicios que maneja la
gente sobre Franco. El primero de
ellos es imputar sus éxitos a la
suerte. Casi todos los españoles
creemos que F ranco es u n hombre
afortunado. Si esto fuera así, ya
sería interesante. Quien ha de te¬
ner en sus manos importantes ne¬
gocios no puede ser un hombre
desdichado. Pero el teniente gene¬
ral Bermúdez de Castro dice: «Yo
sé (porque he sido testigo) que
nunca el Caudillo dejó a la suerte
la resolución de problemas de gue¬
rra; los meditó mucho antes, o en
el momento mismo de las accio¬
nes». Esto es verdad. Franco no es
un improvisador iluminado. Pero
tiene también suerte. Las dos co¬
sas son bastante buenas.
Después viene aquello de su «di¬
plomacia gallega». Este descu¬
brimiento que la pequeña historia
se lo imputa a sir Samuel Hoare,
parece ya del conocimiento uni¬
versal. Franco parece que tiene
una original manera —la diplo¬
macia gallega — de ser\>ir a su país
L A INGLESA
^idrrai* <te Cort* v Confección Swie
m* /amara dr Vw Onlfiwn Kii^rialí
dad íaranti* * rafiidr* fnvrynn
par? f-f*n lite lo, i alta futura.
I j* mfomo ér tf'rT'**
Gl %1>%LAJVHA. 11
en las relaciones con los exíranjer
ros. El teniente general Bermúdez
de Castro no discute este extremo.
Dice así en otro párrafo: «Apo¬
yado en los españoles, con su ha¬
bilidad gallega y su instinto di¬
plomático, se ha metido al mundo
en el bolsillo de la guerrera ».
Para España es una auténtica ne¬
cesidad h istórica. No es un gene¬
ral que eche de menos las campa¬
ñas, sino que se encuentra a gusto
en la paz. Pero frente a los peligros
de una agresión tenemos a uno de
los generales más prestigiosos del
mundo como Jefe del Estado.
Su formación política puede
promover una circunstancia de
libertades políticas y económicas
i mpresc i nd ib les', pero su solidez
política puede impedir que esas
libertades sean excesivas y, por
ello, dañosas.
En 1951, en fin, por lo que pasa en
el mundo, y por lo que podría pa¬
sar en España, Franco es necesa¬
rio. Si olvidáramos, tristemente,
otras muchas cosas que en el te¬
rreno de las dignidades y de los
afectos individuales nos acercan
a Franco, estaría esa otra razón
poderosa del realismo políticoque
un pueblo no puede desestimar si
desea permanecer o guardarse.
En una finca de la provincia de
Salamanca hace hoy quince años
que un grupo de caudillos milita¬
res ele\ f ara a Francisco Franco a
la Jefatura de un nuevo Estado.
Sobre este nuevo Estado ha llo¬
vido ya bastante. Un copioso De¬
recho lo perfila y lo veteraniza.
Sobre la íntima peripecia de su
jefe ha caído hasta ese indecible
gozo familiar de una nieta, que
estos días las primeras planas de
los periódicos han difundido.
Pero su actualidad de gobernante
de España es la misma que en
1936. Los diplomáticos han em¬
pezado a venir a Madrid, como
entraban en Salamanca. Enton¬
ces a dialogar con el próximo ven¬
cedor de la guerra. Ahora, a con¬
venir con quien no ha sido derro¬
tado en las últimas batallas polí¬
ticas.
(«Pueblo», 1 -IX- 1951 )
N U
EVOS MIEMBROS DEL
DON LUIS CARRERO BLANCO
Presidencia
DON FRANCISCO G. DE LLANOS
Hacienda
PERDON PARA
ios sancionados
LA PETICION, CURSADA POR
LOS SINOICATOS, FUE HECHA
suya por el ministro
SECRETARIO
Con ocasión dei décimoquín-
lo aniversario de Su exalíación
» la Jefatura del Estado, el
Caudillo ha concedido el perdón
b los sancionados con motivo
de las pasadas huelgas.
I a petición de perdón partió
de los obreros y empresarios de
las provincias afectadas por tos
intentos huelgubticos a través
de las respectivas Organizado- i
I ñas sindicales, y fué transmiti¬
da por ios delegados sindicales
cur respondíanles al m i n i stro
secretario general de! Movi¬
miento, quien hizo suya la su¬
plica, elevándola al Caudillo.
i a concesión otorgada hoy
por el Jefe d.el Estado h¿i sido
comunicada por «I ministro -e-
creiario a los delegados sindi¬
cales de Barcelona, Navarra,
Guipúzcoa, Vizcaya y Alava.
Este perdón otorgado por
(■raneo comprende ja toiai anu¬
lación de las sanciones legales
que tas autoridades cnmpoien-
tes se vieron obligarlas a ap[j- |
car en cuiripluoier«lo estricto {
de la iey,
____J
«Pueblo*. I-X-1951)
GOBIERNO
DON GABRIEL ARIAS SALGADO
Información, Prensa y Turismo
DON MAN LEI. ARBURUA
Comercio
DON ANTONIO ITURMENDI
BAÑALES Justicia
(*Ui Verdad », 20-VI1-1951)
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ESPAÑA 1951 ^
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DICHOSO DE LOS MARQUESES DE VILLAVERDE
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l*á j Ae 1*4 S*bC**, Qwr tm c*lr «
M riiáptft. k|« U iúrtíi Mliufffb Ae
¿«Fofos», mimbro 740J
ESPAÑA 1951
P LANO de un urgánete so¬
nándole la panza, para in¬
dicar al espectador lerdo
que el film se desarrolla en los
Madriles. Como la pantalla es
estrecha v no caben en ella todos
los Madriles, la cámara retrata a
luí solo Madrid, eligiendo el más
pobre de todos para que cueste
baratito. Dentro de este Madrid,
a mano izquierda, vive una cos¬
turera que cose como una desco¬
sida. La costurera no ve tres en
un burro por parte de padre, y el
populacho de los contornos la
llama Dioptrita, Plano de varias
dioptrías, jugando al coro en los
párpados de la interfecta. Bi¬
plano de unas gafas con patillas.
Triplano de Dioptrita dándose
un porrazo en la cresta con un
farol, por ser más cegata que una
almeja. La miopicie de la chica
causa espanto entre el elemento
masculino, pues viendo esta pe¬
lícula cualquiera diría que en los
suburbios nadie ha visto unas
gafas en su vida. ¡Inhóspitas ba¬
rriadas, en las cuales no se han
difundido aún adelantos tan in¬
gentes como la gafa y el catalejo!
¡Tribus del cinturón madrileño
que, según el director de este
film, huyen despavoridos de
quien lleva gafas como si llevara
lepra!
Como el celuloide es largo y el
asunto corto.se le añade a Diop¬
trita una madre pocha, para que
se muera cuando la cámara
tenga un rato libre. ¡Valiosísima
idea para un guión que ya se uti¬
lizaba en tiempos de los cartagi¬
neses, cuando las películas se
hacían con placas de mica y las
cámaras eran de pedernal!
La pochez de la madre se agu¬
diza metro a metro , pues tiene el
corazón pinchado como un
neumático y se ie desinfla poco a
poco.
MADRE.—Tienes que casarte
antes de que acabe la película,
hija, porque a mí me dará un
tantarantán en el penúltimo ro¬
llo.
DIOPTRITA (secándose las lá¬
grimas de las gafas),—¿Cómo
quieres que me case, si estoy chi¬
flada por un chulapo que
atiende por Fortunato?
MADRE.—Pues si no te quiere,
cázale con argucias femeninas.
¿Has píobado a guiñaríe una ga¬
fa?
DIOPTRITA.—Le he guiñado
las dos. Pero me ha dicho que me
zurzan.
MADRE.—¿Y tú qué le contes¬
taste?
DIOPTRITA.—Que me zurciré
yo misma, pues para algo soy
costurera.
Planos de Fortunato por los cua¬
tro costados, para que se le vea
bien la chulez. A Fortunato no le
gusta Dioptrita ni pun. Planos
del ni pun. No obstante, la invita
una noche a la verbena de San
Belorcio para que el director de
la película pueda lucirse retra¬
tando tiovivos. A la chica, de la
emoción, se le llenan de lágri¬
mas las dioptrías. Para estar un
poco bella, roba un traje fino en
la sastrería donde cose. ¡Ances¬
tral argumento que, ya en la an¬
tigua Grecia, le valió a Sófocles
el primer pateo de su carrera
teátrai! Dioptrita se peina, se ce¬
rilla los dientes más visibles, y
ava sus gafas con agua y jabón.
Ruega a su madre que haga el
favor de no morirse hasta que
vuelva de !a parranda y se mar¬
cha con Fortunato echando feli¬
cidad por todos sus poros. La
cámara se pone las botas retra-
m *
_ r
r. « rír - nv» i ¿ „ ri* ¿ i
tando tiovivos y ti omuertos.
ano de un churro crudo, tirán¬
dose de cabeza a una sartén de
aceite hirviendo.
CHURRO (dando grltltos mien¬
tras se fríe).— ¡Ay, Jesús!, ¡qué
calentito está hoy e) baño!
Plano de una rosquilla, a través
de cuyo agujero se ve a una mu¬
jer cañón escupiendo una bala .
Panorámica de un «pim-pam-
pum». Primer plano del «pim».
Primer plano del «pam». Primer
plano del «pum». La cámara se
toma unas copas de anís en un
aguaducho, y empieza a dar
tumbos retratándolo todo torci¬
do. Gracias a esto, los encuadres
resultan audacísimos y a los en¬
tendidos se les hará la boca
agua. Temiendo que la cámara
se emborrache más, el director
suelta un chaparrón para refres¬
carla. Dioptríta y Fortunato
empiezan a mojarse. Fortunato
chaquetea, y se marcha co¬
rriendo a buscar una gabardina.
Dioptríta le llama a gritos, pero
nanai. Plano del nanai. El chico
es prudente y no quiere acata¬
rrarse. La muchacha, mohína,
vuelve a su casa decepcionada
con toda la ropa impregnada en
líquido. Pero las desgracias
nunca vienen solas: por si la mo¬
jadura fuera poco, Dioptríta en¬
cuentra a su madre agonizando
que es un primor.
MADRE 4 —Como dijiste que no
me muriese hasta que volvieras,
te he esperado.
DIOPTRITA.—Has hecho bien.
Aguarda a que me quite el traje
para que se seque, y te traeré
otra almohada para que te mue¬
ras más cómoda.
MADRE.—; Pif! (Muere).
DIOPTRITA.—Peor para ti; ya
no te traigo la almohada.
La huida de Fortunato, el óbito
de la mamá, y la mojadura del
traje, sobre todo, fastidian a la
costurera. Harta de tanto dis¬
gustillo piensa que, para cuatro
días que vamos a vivir, da lo
El alcalde de Madrid ha suprimido algunas lineas de
tranvías para descongestionar las calles que estaban
congestionadas. A consecuencia de esto se han
creado nuevas líneas, cuya necesidad se hacía sentir
ante el clamor del vecindario. Ayer se ha Inaugurado el
nuevo trayecto del disco 96. Antes la linea partía de la
calle de Antonio López y pasaba por Gaztambide,
mientras que ahora comienza en Conde de Peñalver y
tuerce por Fuentecílla. Al llegar a OI avid e tuerce por
Santo Domingo, sube por el edificio Capítol, tuerce por
el séptimo piso, pasa por el «hall»,entra en el cu arto de
baño, sale por el cuarto de plancha, baja por la terraza,
entra en el bar y termina en el paseo de los Pontones.
Enhorabuena.
(*U Codorniz», 28 X-19S1)
— Sí, señora; es una des¬
gracia; desde que le a tro pe¬
nó la moto, todas las corba¬
tas le están grandes.
(*La Codorniz », 19-VIII-1951)
mismo vivir tres. Y sale zum¬
bando de su casa.
CAMARA (corriendo detrás de
ella, cantando con acento ma¬
drileño):
¿Dónde vas con mantón de Ma-
[nlla?
¿Dónde vas con el traje Tañé?
DIOPTRITA:
A mojarme un poco en la ver-
[bena
y a quitarme la vida después.
CAMARA (corriendo detrás de
ella mientras la música toca un
achottis de foqdo) —¡Espera
mujer! \o hay que tomar las co¬
sas por la tremenda. Ai fin y al
cabo, tu mamó ya estaba muy
es tropead illa. Y ya encontrarás
un novio que no haga tantos
dengues a tu mío pide,
DIOPTRíTA (corriendo cada
vez más deprisa, perseguida por
la cámara). —Es inútil. Yo soy
muy terca. Y cuando se me mete
una cosa entre gafa y gafa...
Después de una carrera tremen¬
da, la cámara consigue alcanzar
a Dioptrita y la sujeta por un
brazo. ¡Menos mal! Dos buenos
azotes a la pícamela, y a casita.
¡Vaya sustoque nos dio la gafo-
sa! ALVAR-OTE
«Jardines del Bue(n Retiro)
Anoche, en su presentación ob¬
tuvo un éxito clamotoso e) gran
humorista
G
l_ A
La Codorniz*, 30-IX-J95i)
SELECCION DE TEXTOS Y GRAFICOS: FERNANDO LARA Y DIEGO GALAN
Historia crítica de la
E. Miret Magdalena
y y OY día estamos planteando con ma-
yor objetividad el lema de la Inqui¬
sición española. Ante la escalada
de violencia que experimenta el mundo ac¬
tual, tendemos a juzgar de ese injusto Tri¬
bunal siguiendo los estudios que sobre la
violencia humana se han publicado en el
campo de la psicología y de la sociología .
Lo que siempre quedará sin posible justifi¬
cación es el problema ético de fottdo de toda
violencia, y particularmente de la carencia
de sentido evangélico que ha existido en
este tipo de Tribunales .
Juan Antonio Llórente
Historia crítica
de la Inquisición en España
Edidóü ilustrada
libros Hiperión
E
[N torno a lo «sagrado»
_ frecuentemente surgió,
a través de la historia, la vio¬
lencia como algo unido a
ello; y particularmente ocu¬
rrió esto así en el cristia¬
nismo de Occidente.
Bertránd Russell, con su de¬
senfadado lenguaje, dice:
«Cuanto más intensa ha sido
la religión de cualquier pe¬
ríodo, y más profunda la
creencia dogmática, mayor
ha sido la crueldad y peores
las circunstancias. En las
llamadas edades de la fe,
cuando los hombres real¬
mente creían en la religión
cristiana en toda su integri¬
dad, existió la Inquisición
con sus torturas; hubo mu¬
chas desdichadas mujeres
126
quemadas corno brujas; y
ocurrieron todo género de
crueldades practicadas en
toda clase de gente en nom¬
bre de la religión». Y refi¬
riéndose a nuestra época
contemporánea, afirma: «La
primera guerra mundial fue
completamente cristiana en
su origen». Y basa su punto
de vista crítico en que «los
tres emperadores eran devo¬
tos, e igualmente lo eran los
ministros más belicosos del
gabinete inglés» en aquel
tiempo.
Si alguno cree que este plan¬
teamiento es producto de
una mentalidad enemiga de
la religión, y en particular
contraria al cristianismo por
venir de un declarado agnós¬
tico que es beligerante con¬
tra lo religioso, se equivoca.
Un profundo pensador cris-
tuano, como Denis de Rou-
gemont, años después de
Russell, dijo algo muy pare¬
cido en relación con las revo¬
luciones violentas. Para él,
«la idea de revolución es
coextensiva al mundo in¬
fluenciado por el cristia¬
nismo», como se deduce de
su obra «La aventura occi¬
dental del hombre», según el
teólogo católico Leonardo
Boff.
El gran antropólogo R. Gi-
rard publicó en 1972 un es¬
tudio decisivo sobre el tema.
Su obra expresivamente la
título. «La violencia y lo sa¬
grado». Para él, el sacrificio
V la violencia tienen una re-
lación directa de causa a
efecto; y lo «sagrado» —que
va siempre un ido a lo sacrifi¬
cial— tiene en su centro una
carga de violencia que
«constituye su alma», como
asegura también el teólogo
español contemporáneo Luis
Maldonado. Por eso tos etnó¬
logos ven en i o «sagrado» la
unión de dos actitudes que
usualmente nos parecen
contrarias, como son la paz y
la guerra.
Para estos pensadores de lo
religioso, eí factor sagrado
resulta ambiguo. Puede su
energía orientarse de una
manera inocua; o desviarse
hacia una violencia destruc¬
tiva. Este es el peligro que
lleva en sí misma la religión,
y al mismo tiempo su ven¬
taja si es que está bien orien¬
tada, porque entonces se
produce la reabsorción de la
agresividad que acumula el
ser humano, dirigiéndola
proyectivamente sobre algo
cuya destrucción resulta
inocua, porque no produce
ninguna consecuencia cruel
ni injusta para otros hom¬
bres. Lo peligroso está en las
religiones potentes —como
el cristianismo—en las que,
si esa fuerza agresiva no se
sustituye «sacrificialmente»
de modo inocuo, se producen
resultados violentos, como
vemos, por ejemplo, en la
historia de Occidente.
La Inquisición fue uno de es¬
tos casos de violencia no ab¬
sorbida inocuamente, por¬
que desvió su fuerza sacrifi¬
cial hacia otros hombres:
como eran los judíos conver¬
sos, los moriscos o como
—más tarde— lo fueron los
herejes. Resultó ser una
fuerza negativa porque fue
destructiva, ya que su es¬
tructura misma de «Tribu¬
nal de la Fe» era difícil que
llevara hacia algo positivo.
Algunos han querido justifi¬
car la Inquisión sociológi¬
camente, al atribuir su im¬
plantación a las costumbres
de la época. Si todo tribunal
—dicen— empleaba enton¬
ces la tortura y el castigo fí¬
sico, ¿por qué no iba a ha¬
cerlo también la Iglesia? Y
todavía se justifica más si su
dura actitud —añaden— es¬
taba fundamentada en la ob¬
tención de consecuencias so¬
ciales positivas, como era la
pretendida unidad religiosa
y política de la nación, según
deseaban conseguir los Re¬
yes Católicos al implantarla.
Pero, además, fue implan¬
tada a destiempo, cuando en
Europa había desaparecido
va este «santo» Tribunal, y
cada vez se justificaban me¬
nos sus procedimientos por
las costumbres de la época
modérn 3
Es un tema de actualidad la
publicación de la primera
obra crítica y documentada
que valientemente escribió y
publicó en nuestro país, a
principios del siglo XIX, un
buen conocedor de la Inqui¬
sición y se editó cuando ésta
daba ya las últimas coletadas
políticas, porque el catoli¬
cismo reaccionario todavía
quería seguir manteniendo
este antievangélico Tribu¬
nal. La «Historia crítica de
la Inquisición en España»
fue redactada por el antiguo
Secretario General de este
Tribunal del Santo Oficio, el
clérigo Juan Antonio Llóren¬
te, quien arrostró las fuertes
iras de los todavía numero¬
sos defensores católicos de la
violencia, y de la coacción re¬
ligiosa en nuestro país. Es
una obra muy completa, y
casi se podría calificar de
exhaustiva, porque en cua¬
tro tomos ha recogido el ac¬
tual editor el texto que se
publicó en España en 1822
—tras la edición de 1817 he¬
cha en Francia—, con expre¬
sivas láminas de la época sa¬
cadas de las varias ediciones
que se hicieron después (en
1868 y 1870 en España).
Es esta voluminosa obra un
centón de datos v comenta-
V
rios pertinentes, que intere¬
sarán profundamente al lec¬
tor de la historia, a pesar de
contener algunas exagera¬
ciones, como en cuanto al
número de víctimas morta¬
les que, según los actuales
especialistas en la materia,
no podrían ser las 31.912 que
dice Llórente. Se ha dicho de
esta obra que es «un libro de
consulta, a veces difícil de
leer por el estilo en que está
escrito, y porque han pasado
los años». Yo, sin embargo,
no lo creo así: precisamente
por ser un libro de consulta
se lee con agrado, ya que sus
variadas y heterogéneas par¬
tes se asimilan gustosa¬
mente si no tomamos su lec¬
tura como la de un relato his¬
tórico novelado, a los que tan
acostumbrados estamos en¬
tre nosotros para desgracia
de la seriedad histórica. Lo
que quizá sí hubiese sido útil
es complementar la obra con
una introducción a la actual
publicación que transcri¬
biese el discurso que pro¬
nunció para su ingreso en la
Academia de la Historia, por
indicación de Floridablanca,
el cánónigo Llórente, y que
se titulaba «Memoria Histó¬
rica» (1).
Espigando en la «Historia
Crítica», de Llórente, se en¬
cuentran multitud de curio¬
sos e interesantes datos, es¬
maltados de pertinentes ob¬
servaciones del discutido ex
secretario de la Inquisición.
Por supuesto, que, como se
trata de una crítica, sola¬
mente aporta los datos nega¬
tivos; V, quizá, resulta con¬
veniente completar eí lector
la selección negativa que
hace el autor con algún co¬
mentario contrario —aun¬
que sean éstos más apasio¬
nados quizá que los del pro-
(1) Llórente, La Inquisición y los es¬
pañoles, Ed. Ciencia Nueva, Madrid,
1967 .
127
pió Llórente— como el de
Menéndez Peiavo que hizo
ayer, y los de hoy del jesuíta
padre Bernardino Llorca o
del más equilibrado de to¬
dos, el agustino padre De la
Pinta Llórente (2).
Los Papas —a pesar de lo que
algunos creen— fueron bas¬
tante opuestos a la implan¬
tación y al funcionamiento
posterior de la Inquisición
española. En cuestión de Li¬
bros Prohibidos, por ejem¬
plo, y a pesar de lo que dice
Menéndez t’elayo, el rigor de
algunos tiempos inquisito¬
riales fue i nsoportable, de tal
modo que el propio Papa San
Pío V —no obstante su dure¬
za— tuvo que publicar un
breve pontificio moderando
las prohibiciones de nuestro
Indice inquisitorial, del que
brotaban excomuniones a
mansalva, porque nosotros,
los españoles, hemos sido
más papistas que el Papa a
partir del siglo XVI, y no
permitimos la publicación
en nuestro suelo de este
Edicto papel que era más to¬
lerante. Había llegado in¬
cluso el Inquisidor General
Valdés a poner entre las
obras prohibidas «algunas
obras reputadas no sólo
como católicas, sino como
pías y útiles». Y las delacio¬
nes calumniosas estaban al
día, de modo que no escapa¬
ron a ellas ni siquiera el fa¬
moso arzobispo de Granada,
fray Hernando de Tal a vera,
puesto allí después de la
conquista a los moros de esa
ciudad, por los mismísimos
Reves Católicos. Condenada
lúe también la primera edi¬
ción del famoso libro de en¬
señanza espiritual, del santo
español Juan de Avila, titu¬
lado «Audi Filia»; así como
el discutido —pero profun¬
damente cristiano—- Cate-
(2) La Historia de los heterodoxos,
de Me nartdez Peiavo; y los trabajos so¬
bre la Inquisición de los religiosos ci¬
tados.
128
cismo del arzobispo de Tole¬
do, fray Bartolomé de Ca¬
rranza; y las populares obras
del severo fray Luis de Gra¬
nada, « De la oración y medi¬
tación» y la «Guía de Peca¬
dores», en las que se quería
ver un cierto iluminismo
místico; del mismo modo
que lo fueron las «Obras del
Cristiano», del superior ge¬
neral de los jesuítas, San
Francisco de Borja. Tan de¬
sacertada fue esta cascada
de condenaciones, y tan ina¬
decuada aun para aquellos
tiempos, que la propia Santa
Teresa se atrevió a confesar:
«Cuando se quitaron mu¬
chos libros de romance que
no se leyesen , lo sentí mucho,
porque algunos me daba re¬
creación leerlos».
Los abusos y responsabili¬
dad de los censores fueron
tan drásticos en épocas pos¬
teriores, que el severo mora¬
lista padre Concina delató a
las autoridades el fraude
cometido, contra la cultura y
la justicia más elementales,
por los jesuítas con el apoyo
del Rey Femando VI. En este
siglo XVIIJ tuvo que inter¬
venir nuevamente el Papa
Benedicto XIVen sentido to¬
lerante, aunque no le hicie¬
ron caso algunos de los cen¬
sores inquisitoriales. Fue la
Santa Sede la que varias ve¬
ces tuvo que intervenir tam¬
bién más tarde, con motivo
de la condenación de los es¬
critos del venerable padre
Palafox, que fue arzobispo de
México, y que el Vaticano
vindicó y autorizó sus libros
a pesar de nuestros inquisi¬
dores.
Son también curiosas las
alusiones que hace Llórente
a la persecución inquisito¬
rial de aquellas personas y
casas que tenían desnudos
artísticos en sus familias, a
pesar de que en templos, y
sobre todo en el Vaticano, se
exhibían desnudos artístico -
religiosos y esculturas de
arte sin que produjeran es¬
cándalo en nadie.
¿Es extraño, entonces, que
—a pesar de los buenos pro¬
pósitos del apologista de la
Inquisición, que fue Menén¬
dez Pelayo— debamos con¬
fesar que nuestra decadencia
intelectual proviene en gran
medida de la represión cul¬
tural existente en las épocas
sometidas a la Inquisición
española? Así lo asegura el
nada sospedioso padre De la
Pinta Llórente cuando dice:
«Estudiado concienzuda¬
mente el problema español,
para nosotros radican esen¬
cialmente las causas de
nuestra decadencia intelec¬
tual en un aspecto: funda¬
mentalmente en el dogma¬
tismo de las escuelas (teoló¬
gicas)... (donde) se momifi¬
caban los ingenios, y la de¬
fección valía la nota de here¬
jía y descrédito, la impopu¬
laridad y ¡a Inquisición». Y
está de acuerdo, este investi¬
gador contemporáneo de su
historia, en subrayar con
Campomanes que «el abuso
de las prohibiciones de li¬
bros, ordenadas por el Santo
Oficio, es una de las mayores
fuentes de ignorancia en
gran parte de la nación».
Es cierto que no todos los
«Indices de libros prohibi¬
dos» publicados por la in¬
quisición española, exten¬
dieron sus censuras a los li¬
bros intelectuales —que sin
duda escapaban por su con¬
tenido al corto olfato de la
menguada cultura de sus di¬
rigentes—. Señala por eso
Menéndez Pe layo que no es¬
taban prohibidos en España
los nombres de Marsilio Fi-
cino, Campanella, Giordano
Bruno, Galileo, Descartes,
Spinoza y otros, que pusie¬
ron, no obstante, en guardia
al propio Santo Oficio ro¬
mano, y fueron incluidos
más o menos severamente
entre los Übros prohibidos
por el Indice de Roma. Los
temas espirituales eran en¬
tre nosotros más alérgicos
que los intelectuales.
Respecto a la violencia tísica
y el sometimiento tiránico a
la autoridad eclesiástica, la
Inquisición nunca prohibió
estas actitudes que tan cla¬
ramente iban contra la paz o
contra la independencia de
que Jesús dio muestras res¬
pecto a los poderes profanos.
Loque nuestros grandes teó¬
logos clásicos del siglo XVI
defendieron, fue luego su¬
plantado y frenado por el
reaccionarismo político - re¬
ligioso imperante en la ma¬
yoría del clero de comienzos
del siglo XIX: se permitía
ahora claramente propug¬
nar el regicidio, vindicar el
poder de los Papas para des¬
tronar a los reyes, se conde¬
naba toda independencia le¬
gítima del poder civil res¬
pecto al eclesiástico al que
debía estar plenamente so¬
metido, y se declaraban abu¬
sivamente exentos total¬
mente de cualquier ordena¬
ción ciudadana los bienes
materiales del clero. Como
dice descarnadamente Lló¬
rente: «La nueva nquisición
comienza condenando la
doctrina de que los súbditos
no son esclavos, ni rebaño de
bestias que se compran».
En cuanto a las penas y tor¬
turas que imponía la Inqui¬
sición, Llórente observa, con
toda razón, que «son contra¬
rias al espíritu de dulzura,
tolerancia y bondad que el
divino Fundador ha querido
imprimir a su Iglesia». Y
alega multitud de razones,
extraídas del Evangelio con¬
tra toda crueldad de proce¬
dimientos: observa, por
ejemplo, que San Marcos
dice que cuando habla Jesús
a «las ovejas perdidas de la
casa de Israel, no manda a
los Apóstoles castigarlas».
Que de la parábola del trigo
y la cizaña se deduce que «la
voluntad de Jesús no era que
se castigase a los herejes du¬
rante su vida». Y de San Ma¬
teo saca la conclusión de que
«Jesús sólo aprueba, para la
conversión de las ovejas des¬
carriadas, los medios de
suavidad inspirados por el
amor y la bondad». Tam¬
poco quería Jesús «que se
ejerciese ningún rigor contra
los cismáticos», según se si¬
gue de su actitud con los sa-
maritanos separados total¬
mente del judaismo oficial
en tiempo de Cristo, y que
eran mal mirados por todo
judío ortodoxo.
Sin duda estamos en presen¬
cia de un libro necesario en
los estantes de quien esté in¬
teresado por el prob lema de
la Inquisición, el cual tanto
ha afectado a nuestra histo¬
ria en sus aspectos conser¬
vadores y reaccionarios, y
sin la que no podemos com¬
prender muchas cosas que
han ocurrido en nuestra
Edad Moderna. ■ E. M. M.
129
Portada de la primera edición de la «Historia de ia Inquisición Española», de Juan
Antonio Llorante.
Libros recibidos
EL TRABAJO EN GRECIA Y
ROMA/ —Claude Mossé. AKAL
bolsillo. Madrid, 1980. 178 págs.
LA EXPERIENCIA MISTICA/—
Aldous Huxley, A. H. Maslow, R.
Bucke y otros. KAIROS. Barcelo¬
na, 1980. 316 págs.
VACAS, CERDOS, GUERRAS Y
BRUJAS; LOS ENIGMAS DE LA
CULTURA. —Marvin Harris.
ALIANZA EDITORIAL. N.° 755.
Madrid, 1980. 236 págs.
EL FUTBOL; MITOS, RITOS Y
SIMBOLOS. —Vicente Verdú.
ALIANZA EDITORIAL. N.° 751.
Madrid, 1980. 208 págs.
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XIS. —Adolfo Sánchez Vázquez.
CRITICA, GRIJALBO. Barcelona,
1980. 428 págs.
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VOLUCION, 1981-1939. Gabriel
Jackson. CRITICA, GRIJALBO.
Barcelona, 1980. 434 págs.
LA MUERTE EN EL ARROZAL,
30 AÑOS DE GUERRA EN IN¬
DOCHINA.— Peter Scholl-Latour.
PLANETA. Barcelona, 1980.
318 págs.
LOS LOCOS Y LOS CUER¬
DOS.— R. D. Laíng. CRITICA,
GRIJALBO. Barcelona, 1980,
170 págs.
LA MASONERIA EN LA PALMA
(1875-1936).—Manuel de Paz
Sánchez. Editado por el Excmo.
Cabildo Insular de La Palma. La
Laguna, Tenerife, 1980.154 págs.
EDUARDO VIII, HISTORIA DE
UNA ABDICACION, — Francés
Donafdson, ARGOS-VERGARA.
Barcelona, 1980. 252 págs.
LA OPERA DE LOS FANTAS¬
MAS, —Osvaldo Salazar. PREMIO
CASA DE LAS AME RICAS 1980,
NOVELA. 174 págs.
HISTORIA DE UNA BALA DE
PLATA.- —Enrique Buenaventura.
PREMIO CASA DE LAS AMER1-
CAS 1980, TEATRO. 70 págs.
EL EXTEN SIONISTA ^-Felipe
Santander. PREMIO CASA DE
LAS AMERICAS, 1980, TEATRO.
112 págs.
DONDE HABITA EL CANGRE¬
JO. —Eduardo Langagne. PRE¬
MIO CASA DE LAS AME RICAS
1980, POESIA. 70 págs.
C1DADE MORTA. —Octavio Al¬
fonso. PREMIO CASA DE LAS
AM ERICAS 1980, POESIA (portu¬
gués). 50 págs.
LA BELIERE CARAIBE. —An¬
thony Phelps. PREMIO CASA DE
LAS AME RICAS 1980, POESIA
(francés). 132 págs.
MARACANA, ADEUS.— Edil-
berto Coutinho. PREMIO CASA
DE LAS AMERICAS 1980,
CUENTO (portugués). 136 págs.
EN LA NOCHE Y EN LA NIE¬
BLA. —Raúl Pérez Torres. PRE¬
MIO CASA DE LAS AMERICAS
1980, CUENTO. 70 págs.
NOTA DE EDITORIAL: En el n.° 77 de TH correspondiente al mes de abril deí presente año, y en su
página 54, en el trabajo «De Tejero a Pavía», de nuestro colaborador Carlos Sampelayo, se hace refe*
rencia a don Jaime Torrubi ano y Ripoll «... este último ex sacerdote anticlerical». Nos comunica su
hijo, don Jaime Torrubiano y Áranda, que si bien la referencia al anticiericalismo de su padre es
c i erta.no lo es la de que fuera ex sacerdote, es ti mando que la errónea noticia pud ¡era deberse al hecho
de que su padre hubiera estudiado (doctorándose) Sagrada Teología, en una Universidad de la
Iglesia.
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2.550
3.066
ASIA Y OCEA NI A .
1.950
2.550
3.546
130
EN ESTE NUMERO DE
C. A. Caranci
siciliana
íí-ij
Escena de «Salvatore Giuliano», de Francesco Rosi.